Manuel Álvarez (1796-1856). Un leonés en el oeste americano. Thomas E. Chavez

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entre una gente que era hispana como él y cuyos ancestros habían desafiado esta frontera más de tres siglos atrás. En el momento de su llegada, la mayoría de los nuevomexicanos vivían en asentamientos enlazados a lo largo y ancho del valle del río Grande desde El Paso a Taos. Ninguno de los asentamientos, aparte de Santa Fe y Santa Cruz, era numeroso. Eran pequeñas comunidades cada una con una población de menos de mil habitantes que vivían en casas de adobe de tejado plano que parecían diseminadas al azar9. Aproximadamente 5.000 personas vivían en Santa Fe- apenas una metrópoli comparada con algunas de las ciudades a las que Álvarez ya había viajado, aunque fuera la capital de Nuevo México desde 1610. La mejor representación de la comunidad a principios del siglo XIX la hizo el teniente Zebulon Montgomery Pike, un militar estadounidense apresado en el territorio español en 1806: como una “flota de barcos de fondo plano de aquellos que se ve descender por el río Ohio en primavera y en otoño”10.

      Álvarez iba pronto a aprovechar el potencial de beneficio que tenía su nuevo hogar. Mientras el gobierno español pre-revolucionario había mantenido un sistema mercantil que prohibía el comercio exterior, las autoridades mexicanas que gobernaron tras la revolución no dudaron en abrir sus fronteras de par en par al comercio internacional. Los nuevomexicanos, hambrientos desde tiempo atrás de mercancías útiles acogieron esta oportunidad con agrado. En noviembre de 1821 el gobernador Facundo Melgares recibió calurosamente a William Becknell y su pequeño grupo de comerciantes, la primera misión de comercio legal que venía de los Estados Unidos. En los cuatro meses posteriores a que el gobernador Melgares jurara lealtad a México, tres grupos de comerciantes llegaron a Santa Fe. El futuro se tornaba positivo para los nuevomexicanos.

      La profesión de Álvarez cumplía de forma parcial los estereotipos mexicanos creados sobre los peninsulares, los nacidos en España, a quienes veían como hombres de negocios que cosechaban riqueza a expensas de los criollos, los españoles nacidos en México. La envidia que tenían los criollos de los españoles peninsulares fue sin duda una de las razones para el estallido de la revolución mexicana. El hecho de que Álvarez hubiera dejado el centro de México para volver a entrar en el país por su remota frontera norte, primero como ciudadano estadounidense, después como solicitante de ciudadanía mexicana y que se hubiera asentado como próspero comerciante en un nuevo punto de entrada hizo que sus actividades resultaran más sospechosas, ya que parecía incorporar todas las características que los criollos consideraban como amenaza.

      Con el dinero que pudo haber ganado en México, Álvarez abrió inmediatamente una tienda en la vieja capital, en Santa Fe –una tienda que regentó en persona hasta 1829 y controló durante el resto de su vida. Su negocio le permitió permanecer en contacto con los muchos comerciantes de Missouri y con los tramperos de los vastos e inexplorados territorios más allá de Santa Fe e intentó aprender en persona sobre el creciente comercio de pieles en la zona norte de Nuevo México.