Manuel Álvarez (1796-1856). Un leonés en el oeste americano. Thomas E. Chavez

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y Engracia en la montaña, en su pueblo natal de Abelgas, situado en la ladera sur de la Cordillera Cantábrica en la provincia de León, en el norte de España. Bajo la atenta mirada de sus padres, Don José Álvarez y Doña María Antonia Arias1, Álvarez llegó a dominar el francés además del castellano, su lengua nativa, y desarrolló una ambición juvenil de convertirse en escritor. Esta ambición le condujo en última instancia a redactar escritos conmemorativos y documentos oficiales e incluso a publicar algunos artículos para una revista madrileña. Ávido lector, se familiarizó rápido con los escritos de Thomas Carlyle, Sir Walter Raleigh y Benjamin Franklin así como los de muchos escritores españoles. Su interés por la historia se refleja en sus diarios en los que escribió sobre la guerra de Independencia norteamericana y sobre la conquista de México por Hernán Cortés y comparó las obras del jesuita mexicano Francisco Clavijero, quien escribió La Historia Antiqua de México, y del noble prusiano Alexander von Humboldt, autor del Ensayo Político Sobre el Virreinato de Nueva España2.

      El 30 de septiembre de 1824, el ya muy viajado español comenzó su viaje a través de las llanuras hacia Nuevo México. Cualquiera que viajara por la ruta de Santa Fe desde Ciudad de Mexico tenía que hacerlo durante 1.500 millas de trayecto por territorio habitado por indios hostiles. Álvarez caminó más de 800 millas, una ruta aún peligrosa pero no tan dura ni hostil. El comercio entre el norte de México y el oeste de los Estados Unidos se había convertido en lucrativo. Por designio o por accidente, Álvarez había encontrado un lugar y un momento especialmente apropiado para un joven aventurado con aspiraciones de éxito como comerciante.

      El español solicitó inmediatamente la nacionalidad mexicana pero se le negó por los documentos que el gobernador McNair había redactado en los que Álvarez aparecía como ciudadano estadounidense. Mientras esperaba que se aclarara este asunto, Álvarez comenzó a explorar la zona alrededor de su nuevo hogar adoptivo. Algo acerca de Santa Fe, la ciudad fronteriza atrajo su atención. Es posible que la topografía y el clima le recordaran a su León de origen. Santa Fe se encuentra a 7.000 pies sobre el nivel del mar al pie de las montañas de Santa Fe o Sangre de Cristo que alcanzan una altitud por encima de los 3.676 metros. El río Santa Fe, en realidad, un arroyo, así como algunos manantiales locales, proporcionaban suficiente agua. En el reguero había sabrosas truchas, pez que a Álvarez le era familiar por el arroyo del mismo caudal que discurría por su pueblo natal de Abelgas. Robustos álamos y bosques alpinos dejaban paso gradualmente a coníferas más bajas que crecieron en la ciudad antes de que fueran utilizados como lumbre. También crecían robles y olmos alrededor del arroyo.