Название | El jardín de los delirios |
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Автор произведения | Ramón del Castillo |
Жанр | Философия |
Серия | |
Издательство | Философия |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418895852 |
57 Durante años he oído decir a amigos socialdemócratas que la crítica cultural marxista es desalentadora, pero los marxistas que yo he tratado no son gente amargada o desilusionada. Otra cosa es cómo conciben el futuro. Estar convencido de que el fin del mundo es más probable que el fin del capitalismo no te convierte en un pesimista. Al contrario, si ese es el futuro que se nos viene encima, entonces el pesimismo es un lujo que no nos podemos permitir (la frase es de Galeano y la cita a veces Jameson). Sin embargo, esto no significa que actuemos como se esperaría de un optimista. Por cierto, la matización que Jameson dio a la frase popular no se suele percibir. En “La ciudad futura” (New Left Review, 21, p. 103), dijo exactamente: “Alguien dijo una vez que era más fácil imaginar el fin del mundo que imaginar el fin del capitalismo. Ahora podemos corregir esta afirmación y asistir al intento de imaginar el capitalismo a través de la imaginación del fin del mundo”. La apostilla tiene su sentido: durante un tiempo se pudo imaginar un fin del mundo provocado por razones ajenas a la acción humana, ahora ya no. El capitalismo es el fin del mundo.
58 La falta de ilusión y de esperanza, llámesele como se quiera, no genera infelicidad, por mucho que algunos proclamen lo contrario y traten de hacer negocios bastante rentables confundiendo el hecho de estar feliz con el hecho de tener fe en algo. Eagleton dice que es posible tener esperanza sin el sentimiento de que las cosas en general vayan a salir bien. Un optimista, en cambio, es alguien con una actitud jovial, pero sin ninguna razón para estar feliz. O sea, según Eagleton, el optimista no usa la cabeza, sino que simplemente se deja llevar por su temperamento. Algunos no pueden evitar ser optimistas, igual que otros no pueden evitar ser pesimistas; por lo tanto –dice–, los dos son igual de fatalistas. El optimista está “encadenado a su jovialidad, como el esclavo a su remo” (Esperanza sin optimismo, Madrid, Taurus, 2016). La esperanza, en cambio, es capaz de seleccionar características de una situación que la hacen creíble. De lo contrario, solo sería un presentimiento. “La esperanza deber ser falible, mientras que la alegría temperamental no lo es” (ibíd.). Tal como lo pinta Eagleton, el optimista es poco menos que un idiota crónico al que nada puede convencer de que este mundo es una tragedia y, sobre todo, un satisfecho y un conformista. Eagleton simplifica las cosas, y su noción de esperanza aún conserva ecos religiosos.
59 Los ecologistas interesantes son los que después de un viaje te hablan de una sociedad y no solo de un biotopo; no solo de la vida, sino de las condiciones de vida de la gente, incluyendo las de los guías y los trabajadores de las propias reservas naturales y de las ciudades próximas a ellas.
60 Ni siquiera cosas más sencillas, como entender un paisaje en términos de su historia geológica. Durante una visita a una isla volcánica estudié tantos mapas cronológicos de erupciones y capas de coladas que empecé a ver moverse la lava petrificada, yendo hacia adelante o hacia atrás, como en una moviola. Pasear con gente que es capaz de entender la historia de una cordillera genera experiencias igual de curiosas: millones de años se aceleran en unos minutos. Desde luego, los documentales sobre la naturaleza han permitido ver literalmente estos cambios con simulaciones o acelerando fotos, pero algunos éramos capaces de imaginarlos con la cabeza, y los guías de geología explicaban todo haciendo muchos dibujos rápidamente en la tierra con un bastón o un palito. Con todo, la experiencia más delirante que tuve en una montaña tiene que ver con la historia cultural, no con la natural. Tuvo lugar en una antigua calzada romana y consistió en la aparición súbita de tres soldados romanos totalmente pertrechados con sus trajes y armas, en sandalias, descansando bajo un árbol. Cuando señalé hacia los romanos y me encogí de hombros callado, un compañero excursionista, experto en árboles y con gran sentido del humor, dijo: “Anda una ventana espacio-temporal”. Me acerqué a los romanos pensando en los programas de fenómenos paranormales de televisión, pero cuando tuve de cerca a los legionarios me di cuenta: resultó que eran miembros de un grupo de simulación histórica, esa gente que se viste como seres de otra época e intenta recrear literalmente sus acciones y experiencias. Para romper el hielo y respetar su viaje a través del tiempo les dije: “Encantado de conocerlos, díganles a sus superiores que hay que mantener en mejor estado esta calzada. Es prácticamente intransitable, como si llevara siglos sin mantenimiento”. Uno de ellos no me entendió; el otro me entendió perfectamente, pero no tenía ni pizca de humor, así que otro compañero ornitólogo me separó de la conversación y dejó que hablaran con los soldados otros senderistas menos irónicos.
61 Supongo que les parecía anarquista porque no respetaba mucho los mandos, ni las autoridades. Mis relaciones con los comunistas fueron tensas porque se me ocurrió decir que simplificaban algunos temas de estética, algo que me costó caro. La ironía de todo, sin embargo, es que mientras los comunistas me tachaban de fino solía ser acusado de filisteo y materialista por la exquisita secta de la estética.
62 Aunque algún amigo de clase obrera con humor corrosivo ya me había manifestado sus sospechas cuando crearon un parque cerca de su pobre casa: “Nos hacen falta bibliotecas, ambulatorios, accesos y guarderías, y las calles tienen poca luz, pero se están empezando a gastar más dinero en estas hostias de zonas verdes. ¿Qué se buscará con esto?”
63 Un tema que suscitó grandes debates cuando Olof Palme la apoyó en 1980. En 1981, la manifestación contra el armamento nuclear de los pacifistas alemanes en Bonn también marcó un giro, así como la sentada en 1983 de los verdes en Berlín Este, en Alexanderplatz, y las protestas para liberar a presos pacifistas de la ddr. Recuérdese que el partido verde alemán, Die Grünen, de Petra Kelly fue fundado en 1979, y que en 1983 fue elegida miembro del Parlamento en representación de Baviera.
64 Como desde los noventa seguí más de cerca el panorama estadounidense, podría parecer que me desentiendo de la marcha ecológica en España, pero no es así. Leí a Jorge Riechmann en aquellos años, desde que realizó sus tesis sobre los verdes alemanes. El ritmo y el volumen de publicaciones que mantuvo desde aquellos años es impresionante y sus obras son una referencia para todos. No me olvido de sus obras y de las de otros ecologistas españoles, pero me centro en las perplejidades que me producían y aún me producen actitudes e ideas que vi circular por Estados Unidos. No estoy tratando de investigar sobre temas de ecología, sino solo poner en contexto una crónica más personal relacionada con espacios naturales y su influencia en la psique individual y colectiva.
65 65 Según he sabido luego, Bookchin contó esto en “Looking for Common Ground”, en 1989, en el debate con Foreman; véase Chase, S., Defending the Earth. A Dialogue between Murray Bookchin and Dave Foreman (Boston, South End Press, 1991).
66 En el congreso de 1987 en Hampshire College, Bookchin había dicho: “Los Verdes no deberían confundirse con una religión New Age o perderse en ecoespiritualidad; deberíamos preocuparnos por la naturaleza, no por seres sobrenaturales que no existen […] en lugar de confundir