Comunicación no violenta: un lenguaje de vida. Marshall B. Rosenberg

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Название Comunicación no violenta: un lenguaje de vida
Автор произведения Marshall B. Rosenberg
Жанр Сделай Сам
Серия
Издательство Сделай Сам
Год выпуска 0
isbn 9788415053767



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un lenguaje o una serie de técnicas para usar las palabras; la conciencia y la intención que comprende también pueden expresarse por medio del silencio, de una cualidad de presencia, así como de la expresión facial y el lenguaje corporal. Los diálogos de “La CNV en acción” que encontrará aquí son necesariamente versiones condensadas y acortadas de situaciones reales, donde los momentos de empatía silenciosa, las anécdotas, el humor o los gestos contribuyeron a crear un flujo de conexión más natural de lo que puede parecer en estos diálogos impresos.

       “¡ASESINO! ¡CRIMINAL! ¡ASESINO DE NIÑOS!”

      Me encontraba presentando la Comunicación NoViolenta en una mezquita del campo de refugiados Dheisheh, en Belén, ante un grupo de 170 musulmanes palestinos. En aquel momento, las actitudes hacia los estadounidenses no eran favorables. Cuando estaba hablando, noté de repente que una oleada de conmoción encubierta se extendía por el público. Mi intérprete me alertó: “¡Están murmurando que usted es estadounidense!”. Justo entonces, un hombre se puso en pie de un salto y, mirándome fríamente a la cara, gritó a pleno pulmón: “¡Asesino!”. Inmediatamente, una docena de voces más se unieron a él con el siguiente coro: “¡Asesino! ¡Criminal! ¡Asesino de niños!”.

      Afortunadamente, fui capaz de concentrar mi atención en lo que aquel hombre sentía y lo que necesitaba. En este caso, tenía algunas pistas. De camino al campo de refugiados, había visto varias bombonas de gas lacrimógeno vacías que se habían lanzado al campo la noche anterior. Claramente marcada en cada bombona estaba la inscripción “Fabricado en Estados Unidos”. Sabía que los refugiados albergaban mucha rabia contra los Estados Unidos por proporcionar gas lacrimógeno y otras armas a Israel.

      Me dirigí al hombre que me había llamado “asesino”:

      MBR:¿Está enfadado porque le gustaría que mi gobierno usara sus recursos de forma diferente? (Yo no sabía si mi suposición era acertada; pero mi esfuerzo sincero por conectar con su sentimiento y su necesidad era crucial).

      Hombre:¡Pues claro que estoy enfadado! ¿A usted le parece que necesitamos gas lacrimógeno? ¡Lo que necesitamos es alcantarillado, no su gas lacrimógeno! ¡Necesitamos viviendas! ¡Necesitamos tener nuestro propio país!

      MBR:¿De modo que está usted furioso y agradecería algo de apoyo para mejorar sus condiciones de vida y conseguir la independencia política?

      Hombre:¿Sabe usted cómo es vivir aquí durante veintisiete años, como he vivido yo con mi familia, con mis hijos? ¿Tiene la más remota idea de cómo ha sido para nosotros?

      MBR:Parece que se siente muy desesperado y se está preguntando si yo o cualquier otra persona puede realmente entender cómo es vivir en estas condiciones. ¿Le estoy escuchando bien?

      Hombre:¿Quiere entenderlo? Dígame, ¿tiene usted hijos? ¿Van al colegio? ¿Tienen zonas de juego? ¡Mi hijo está enfermo! ¡Juega en las cloacas! ¡En su clase no hay libros! ¿Ha visto usted alguna vez una escuela sin libros?

      MBR:Le escucho: es muy doloroso para usted criar a sus hijos aquí; le gustaría que yo supiera que lo que usted quiere es lo que todos los padres quieren para sus hijos: una buena educación, la oportunidad de jugar y crecer en un entorno saludable...

      Hombre:¡Eso es! ¡Lo básico! Derechos humanos, ¿no es así como lo llaman ustedes, los estadounidenses? ¿Por qué no vienen más estadounidenses aquí y ven qué clase de derechos humanos están trayendo?

      MBR:¿Le gustaría que más estadounidenses fueran conscientes del enorme sufrimiento que hay aquí y valoraran en profundidad las consecuencias de nuestras acciones políticas?

      Nuestro diálogo continuó, él expresando su dolor durante veinte minutos más y yo escuchando el sentimiento y la necesidad que había detrás de cada frase. No expresé acuerdo o desacuerdo con él. Recibí sus palabras no como ataques, sino como regalos de un ser humano como yo, dispuesto a compartir su alma y lo más profundo y vulnerable de su ser conmigo.

      Una vez aquel hombre se sintió comprendido, fue capaz de escucharme explicar cuál era mi propósito en ese campo. Una hora más tarde, la misma persona que me había llamado “asesino” me estaba invitando a su casa para compartir una cena de Ramadán.

      2

      La comunicación que bloquea la compasión

       No juzguéis y no seréis juzgados, porque tal como

       juzgáis a los demás, así seréis juzgados...

      SANTA BIBLIA, MATEO 7:1

      Ciertas formas de comunicación nos alienan de nuestro estado natural de compasión

      A medida que estudiaba qué es lo que nos aliena de nuestro estado natural de compasión, fui identificando ciertas formas específicas de nuestro lenguaje y estilo de comunicación que a mi entender contribuyen a que nos comportemos de manera violenta con los demás y con nosotros mismos. Uso la expresión comunicación que aliena de la vida para referirme a dichas formas de comunicación.

      Un tipo de comunicación que aliena de la vida es el uso de juicios moralistas que implican error o maldad por parte de las personas que no actúan en armonía con nuestros valores. Dichos juicios pueden verse en comentarios como: “El problema contigo es que eres demasiado egoísta”, “Es una vaga”, “Tienen prejuicios”, “Eso es inapropiado”. Echar la culpa a alguien, insultarlo, rebajarlo, ponerle etiquetas, criticarlo, hacer comparaciones y emitir diagnósticos son distintas maneras de formular juicios.

      En el mundo de los juicios, nuestra preocupación gira en torno a “quién es qué”

      El poeta sufí Rumi escribió una vez: “Más allá de las ideas acerca de hacer lo correcto o lo incorrecto hay un campo. Allí nos encontraremos”. La comunicación que aliena de la vida, sin embargo, nos atrapa en un mundo de ideas preconcebidas sobre lo que está bien y lo que está mal, un mundo de juicios. Se trata de un lenguaje rico en palabras que establecen clasificaciones y dicotomías respecto a las personas y sus acciones. Cuando hablamos este idioma, juzgamos a los demás y su comportamiento fijándonos en quién es bueno, malo, normal, anormal, responsable, irresponsable, inteligente, ignorante, etc.

      Mucho antes de convertirme en adulto, aprendí a comunicarme de una manera impersonal que no requería que revelara lo que estaba pasando dentro de mí. Cuando me encontraba con personas o comportamientos que o bien no me gustaban o bien no comprendía, solía reaccionar dando por sentado que los demás estaban equivocados. Si mis profesores me asignaban una tarea que no quería hacer, entonces eran “malos” o “injustos”. Cuando conducía, si alguien me adelantaba, mi reacción solía ser: “¡Idiota!”. Cuando hablamos este idioma, pensamos y nos comunicamos asumiendo que algo falla en los demás por comunicarse de cierta manera y, en ocasiones, asumiendo que algo falla en nosotros mismos por no entender o responder como nos gustaría. Nuestra atención está concentrada en clasificar, analizar y determinar niveles de error, en lugar de en lo que tanto nosotros como los demás necesitamos y no estamos obteniendo. Así, si mi pareja quiere más afecto del que le estoy dando, es “necesitada y dependiente”. Pero si yo quiero más afecto del que ella me da a mí, entonces es “distante e insensible”. Si mi colega presta más atención que yo a los detalles, es “puntilloso y obsesivo”. Por otro lado, si yo presto más atención a los detalles que él, entonces es “descuidado y caótico”.

      Estoy convencido de que todos los análisis de este tipo que hacemos de otros seres humanos son expresiones trágicas de nuestros propios valores y necesidades. Son trágicas porque cuando expresamos nuestros valores y necesidades de esta forma aumenta la actitud defensiva y la resistencia precisamente en aquellas personas cuyo comportamiento nos preocupa. O si acceden a actuar en armonía con nuestros valores porque coinciden con nuestro análisis de su mal proceder, es probable que lo hagan por miedo, culpa o vergüenza.

      Analizar a los demás es en realidad una expresión