Название | No desamparada |
---|---|
Автор произведения | Jennifer Michelle Greenberg |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9781629462752 |
Yo soy esa madre.
Yo fui esa niña.
1. ESTA ES MI HISTORIA
Nunca te diré que si Dios te ama, tendrás una experiencia espiritual dramática. Yo he tenido pocas, y todas ocurrieron en situaciones de vida o muerte. Algunos dirán que aluciné cuando escuché la voz de Dios. Quizá fue así. Algunos pensarán que me lo imaginé porque era lo que mi mente sabía que necesitaba oír para sobrevivir. Sin embargo, he orado muchas veces. He llorado por horas y rogado recibir señales. He anhelado que un remezón sobrenatural reavive mi débil fe. Por lo general, solo hay silencio a cambio.
En mi caso, Dios solo ha traspasado el velo espiritual en pocas ocasiones, para librarme de cometer errores horrendos. En otras ocasiones en que he estado aterrada, deprimida y ansiosa por una señal, no he recibido ninguna. Pero la vez que sí la recibí, el hecho de que las palabras que escuché vinieran directamente de la Biblia me garantiza que son auténticas, hayan sido o no resultados de una alucinación.
Quizás sí aluciné. Si un evento ocurre en la mente, ¿significa que en realidad nunca pasó? ¿Significa que no es importante? ¡Por supuesto que no! Hay muchas cosas que solo ocurren en la mente, pero tienen un impacto profundo en nuestras vidas y en las vidas de los demás. El pensamiento lógico, el gozo, el dolor, la ambición, los conflictos internos, la fe… todas esas cosas son válidas, reales e importantes, pero solo existen en nuestra cabeza. Dios obra a través de medios. Si Él decidió usar una alucinación para salvarme la vida, no tengo ningún problema con eso.
No es necesario que tengas una experiencia dramática para que seas salvo o sepas que Dios te ama. La fe no está basada en lo llamativo que es tu testimonio, y Dios no opera de la misma forma en la vida de todos. Puede que tus experiencias sean absolutamente distintas a las mías. Sin embargo, hemos sido creados a la imagen del mismo Dios. Por lo tanto, compartimos muchas emociones y con frecuencia experimentamos el dolor de la misma manera.
Tengo un amigo que fue brutalmente golpeado de niño. Aunque somos personas muy distintas en el exterior (yo soy una madre joven, él es un adulto divorciado), hemos sufrido la misma depresión, nos hemos dicho las mismas mentiras y hemos experimentado la misma confusión interna. Muy poco del abuso que sufrimos fue igual. Nuestra crianza fue distinta, y nuestros padres eran dispares. Sin embargo, los efectos psicológicos y emocionales —las heridas espirituales postraumáticas— son casi idénticos. He visto que esto es cierto con respecto a casi todos los sobrevivientes de abusos que he conocido e incluso de algunos veteranos de guerra con trastorno por estrés postraumático.
¿Cómo puede ser eso?
Mi teoría es que, más allá del tipo de arma usada contra nosotros, la herida producida es similar. Si a mí me disparan en el hombro y a ti te apuñalan en el hombro, los dos tenemos hombros lacerados. A grandes rasgos, necesitaremos cirugías, puntos, analgésicos y tratamientos kinesiológicos muy similares. Del mismo modo, las heridas emocionales infligidas por distintos medios muchas veces presentan un daño similar.
Si has sufrido abuso, entonces, como miembros de un club de un tamaño lamentable al que nadie quiere unirse, compartimos un dolor que es llamativamente uniforme. Nos han servido el mismo veneno en diferentes vasos. Acabas de leer parte de lo que yo experimenté, y hay más eventos de mi niñez que no detallé en estas páginas. Muchos de los que leerán este libro han sufrido cosas mucho peores que yo. Es posible que algunos se sientan demasiado dañados como para volver a sentir gozo. Otros pueden pensar que su abuso no fue «la gran cosa», pero sueñan con el día en que volverán a sentirse plenos. Sea cual sea tu trasfondo, dondequiera que te halles en el proceso de recuperación, tu sufrimiento es injusto, real e importante. No hay abuso tan pequeño como para no ser importante ni sobreviviente tan dañado como para no sentir la gracia sanadora de Dios. Me alegra mucho que estés leyendo este libro. Gracias.
O tal vez nunca fuiste abusado, pero deseas entender y ayudar a alguien que sí lo fue. Debes saber que este libro comenzó como una carta personal para Jason, mi esposo, a fin de ayudarlo a entenderme y contarle muchas cosas que no sabía cómo decir. Espero que lo que le dije a él también te inspire a ti. Estoy muy agradecida porque te estás dando el tiempo de entender mi travesía. Quiero que sepas que para la persona que estás ayudando es una bendición tenerte en su vida.
¿Acaso no es trágico que en un mundo tan hermoso y diverso, una de las características distintivas que todos compartimos sea el dolor? Si bien nunca le desearía nuestro sufrimiento a nadie, esta similitud tiene sus beneficios. Nos consuela saber que a pesar de cómo nos sentimos, no somos rarezas aisladas. Aunque nuestras lesiones fueron causadas en diferentes circunstancias por diferentes abusadores con diferentes armas, nuestras heridas son uniformes. Por ello, el mismo bálsamo nos puede sanar a todos.
Este libro se trata de ese bálsamo. Se trata de mi travesía por el valle de sombra de muerte, de las cosas que me guiaron, de los hitos que ayudaron a procesar mi trauma y recuperarme. Desde luego, sigue incompleto. Es posible que siempre tengamos cicatrices a este lado del cielo. Verás algunas de las mías en este libro. Sin embargo, a fin de cuentas, esta es una historia de esperanza, de sanidad y de un futuro más allá de nuestro dolor. La Biblia llama a Jesús Admirable Consejero y Médico Grandioso. Déjame contarte cómo me sanó a mí.
Preferiría caminar con un amigo en la oscuridad que andar sola en la luz
(Helen Keller).
2. ¿FUI ABUSADA?
Ella me hizo lo peor que una persona puede hacerle a otra: hacerle creer que la ama y la desea para luego mostrarle que todo era una farsa.
(Agatha Christie, El espejo se rajó de lado a lado)
¿Mi papá me abusó? Ni siquiera estaba segura. Algunos amigos de mi familia se enfurecieron y dijeron que era un monstruo. Otros parecían pensar que estaba mintiendo o mentalmente desestabilizada. Empecé a cuestionarme todo, incluso mi propia percepción. Mi visión de la paternidad, el matrimonio y la masculinidad estaba errada. Mi visión del amor, la familia y la moralidad estaba torcida. Y consideré que, si había estado tan engañada antes, ¿quién era yo para decir que no estaba engañada ahora? Estaba desorientada. Abrumada.
Recuerdo el primer libro que leí sobre «cómo recuperarse del abuso». Mi plan era comparar mis experiencias con las historias del libro para ver dónde cabía mi abuso en la escala de «leve» a «severo». Mi esperanza era sentirme mejor si podía decir: «Mi abuso no fue tan malo; por lo tanto, no soy una víctima». Pensaba que minimizar mis experiencias minimizaría mi dolor.
Estaba equivocada.
Estudiar casos de abuso extremo tratando de hacerme sentir mejor al pretender que el mío fue intrascendente resultó contraproducente. Me hizo sentir estúpida, hasta loca. En esas páginas, había relatos de delitos horribles, muchos de ellos totalmente distintos a mis propias experiencias. Comencé a preguntarme si mi trauma era injustificado, si debía ser capaz de aguantarlo, pero era muy débil para hacerlo.
Incluso me pregunté si en verdad había sido abusada. Un pastor me dijo: «A menos que te haya dado golpes de puño, es un asunto legal», y «el abuso emocional y el abandono no son delitos». ¿Quizá las cosas por las que pasé no califican como incorrectas?
No es fácil admitir ante una misma —ni mucho menos ante los demás— que has sido abusada. Si creciste de una determinada manera o amas al abusador porque es tu cónyuge o un miembro de tu familia, es particularmente difícil aceptar lo que pasó. Cada vez que el abusador cruza una línea más, modificamos nuestra definición del abuso y lo convertimos en algo un poco más extremo. Vemos a alguien que está peor y pensamos: «Para mí las cosas no son tan malas como para esa persona, así que no debería quejarme».
Sin embargo, la victimización no es una competencia para ver quién ha sufrido más o merece expresar más traumas. Las complejidades de las emociones y la