Economía política de los medios, la comunicación y la información en Colombia. Diego García Ramírez

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desregulación del sector de las telecomunicaciones, entre muchas otras.

      En el caso colombiano, la economía política de la información, la comunicación y la cultura es una corriente teórica poco conocida dentro de los estudios en comunicación, debido a algunas particularidades socioculturales y a la ya mencionada influencia de la escuela de Frankfurt y de los estudios culturales británicos. A partir de estas dos escuelas, se privilegian hasta hoy en el país los enfoques culturalistas, a la vez que continúa predominando en la mayor parte de los programas de formación académica un enfoque instrumentalista sobre los estudios de medios.

      En Colombia, la EPICC no ha estado presente en la totalidad de los programas de formación e investigación ni hace parte del corpus teórico a partir del cual se estudian los procesos culturales y comunicativos. Por estas razones, la presente publicación se ha concebido con el propósito de reunir investigadores colombianos y extranjeros que hayan estudiado y analizado las particularidades y realidades comunicativas colombianas a partir de la EPICC. Esto con la intención de estimular más investigaciones sobre los medios, la comunicación y la cultura desde la economía política, y así contribuir a una mayor comprensión sobre la estructura y funcionamiento de las industrias culturales y comunicativas en el país.

       Los editores

PRIMERA PARTE

      Ancízar Narváez M.

      El estatuto de la economía política como teoría de la comunicación y la cultura ha sido siempre discutido, debido a que las dos últimas son parte de lo que en el conocido esquema marxista aparece como superestructura ideológica, mientras que la economía se ocuparía de la base económica o el proceso de producción (Marx, 1859/2008, pp. 3-9). Existe, sin embargo, una tradición que se puede reivindicar como una de las teorías de la comunicación, según Mattelart y Mattelart (1997), o de la comunicología histórica, según Galindo (2004a; 2004b).

      En este texto pretendemos sintetizar los debates iniciales o los problemas sobre los que se ha construido este campo. Para ello, partimos de lo que se llamó en su momento el imperialismo cultural, pasando por la industria cultural y, posteriormente, las políticas de comunicación, para terminar con una breve referencia a los problemas abordados y por abordar en el caso colombiano.

      La cultura como la enfermedad de la economía

      En la economía clásica, la cultura y más tarde la comunicación no se consideraban actividades económicas por cuanto no eran productivas. Se concebía que el trabajo cultural era parte del tiempo de ocio o de los servicios personales, entendiendo por los segundos esa clase de trabajo que “no se manifiesta en ningún objeto que pueda valorarse y transferirse sin la presencia de la persona que ejecuta dicho servicio” (Malthus, 1820/1946, citado en Aguado et al., 2017, p. 205).

      Incluso en la teoría económica se llegó a considerar a la cultura como su enfermedad, por cuanto no respondía a los patrones de medición que se aplicaban a los demás bienes y servicios o, en todo caso, no respondían a los patrones de rentabilidad, debido a “a) la brecha de ingresos: el incremento de los costos de producción no se puede cubrir con los precios” (Aguado et al., 2017, p. 200) y b) la brecha de participación. Esto puesto que los posibles consumidores “se [correspondían] con un perfil socioeconómico de altos niveles de ingreso y educación” (p. 200), lo cual constituía un mercado potencial demasiado restringido.

      En otras palabras, no se podía responder a la pregunta “¿cómo se forman los precios en el mercado del arte?” (Stein, 1977, citado en Aguado et al., 2017, p. 206). Y, si se respondía, la respuesta era que, en el caso de las artes escénicas, “los costos de producir[las] crecían por encima de los demás sectores de la economía (enfermedad de los costos)” (Aguado et al., 2017, p. 200).

      Según Aguado et al. (2017), solo a partir de 1966 se consolidó la economía de la cultura como una subdisciplina de la economía con una institucionalidad y herramientas teóricas propias, además de “un conjunto de ámbitos de análisis sobre el cual se despliegan las herramientas conceptuales y empíricas que se desarrollan (artes escénicas, artes visuales, patrimonio, industrias culturales y política cultural)” (p. 201). Los mismos autores concluyen con una afirmación y delimitación contundentes, al afirmar que, después de cincuenta años, la economía de la cultura

      se presenta como un área dinámica de especialización perfectamente situada en la economía en temas como la formación del gusto por los bienes culturales (adicción racional, aprendizaje a través del consumo); las formas organizativas y de gestión de las instituciones artísticas y culturales (teatros, galerías, museos); el mercado de trabajo de los artistas y el análisis del proceso de creación de bienes culturales y la incorporación de los bienes culturales en los planes de desarrollo como un recurso estratégico capaz de generar riqueza y empleo. (p. 220)

      Como se puede ver, este campo abarca un conjunto de corpus analíticos que coinciden con lo que en los estudios de comunicación se ha llamado economía política de la comunicación o economía de la comunicación y la cultura (Bolaño, 2006, p. 54). Esto sugiere que dicha consolidación va asociada a dos fenómenos que tienen que ver con la economía política. Por un lado, se relaciona con las posibilidades de industrialización o de reproducción técnica que hacen que la mercancía cultural supere “aquellos bienes y servicios culturales […] producidos en el mismo momento de su consumo, el cual requiere gran dedicación de tiempo y ocurre generalmente fuera del hogar, por ejemplo, el teatro, la ópera, la danza, la música clásica” (Aguado et al., 2017, p. 200), mediante la producción en serie para el consumo personal o mediante la radiodifusión (radio y televisión) para el consumo en el hogar. Por otro lado, se vincula a las políticas de comunicación y de cultura que se implementan a partir de los años 1950, asociadas a la ideología del desarrollo y aplicadas principalmente al patrimonio y a las industrias culturales.

      ¿En qué se diferencia entonces la economía de la cultura de la economía política de la comunicación y la cultura? La respuesta de Mosco (1996) es directa: “Economics (…) tends to ignore the relationship of power to wealth and thereby neglects the power of structures to control markets” (p. 63). Y agrega luego que “Where economics begins with the individual, naturalized across time and space, political economy starts with the socially constituted individual, engaged in socially constituted production” (p. 65). Esto quiere decir que la diferencia es enorme, pues mientras los economistas se plantean un problema técnico de costos y beneficios, la economía política se plantea, en el primer caso, un problema político y, en el segundo, un problema ético, como se verá a continuación.

      La economía política o la incomodidad de la comunicación

      Si para la economía clásica la cultura es una enfermedad y para el marxismo occidental la comunicación es un “agujero negro” (Smythe, 1977, p. 1), para la comunicología y la culturología la economía política es, por lo menos, una incomodidad. Ya hemos dicho lo que no es la economía política, pero para abordar el problema hay que partir de la pregunta de Mosco (1996): ¿qué es la economía política? A ella se responde, de manera más o menos consensuada: “the study of social relations, particularly the power relations, that mutually constitutes the production, distribution and consumption of resources” (p. 25). Sin embargo, la economía política como teoría crítica de la comunicación complejiza un poco más la respuesta, al sostener que esta

      difiere de la corriente económica principal en cuatro aspectos centrales: primero, es holística; segundo, es histórica; tercero, está interesada principalmente en el balance entre empresa capitalista e intervención pública; y finalmente —y tal vez lo más importante de todo— va más allá de los asuntos técnicos de la eficiencia para involucrarse en las cuestiones morales básicas de la justicia, la equidad y el bien público. (Golding y Murdoch, 2000, pp. 72-73, traducción propia)

      Como se dijo