Название | Consolar a los afligidos |
---|---|
Автор произведения | Paul Tautges |
Жанр | Философия |
Серия | Pastoreo práctico |
Издательство | Философия |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9781629462851 |
Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
Por tanto, no temeremos, aunque la tierra
sea removida, Y se traspasen los montes al
corazón del mar;
Aunque bramen y se turben sus aguas
Y tiemblen los montes a causa de su braveza
Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios,
El santuario de las moradas del Altísimo.
Dios está en medio de ella; no será conmovida.
Dios la ayudará al clarear la mañana.
Bramaron las naciones, titubearon los reinos;
Dio él su voz, se derritió la tierra.
Jehová de los ejércitos está con nosotros;
Nuestro refugio es el Dios de Jacob.
Venid, ved las obras de Jehová,
Que ha puesto asolamientos en la tierra.
Que hace cesar las guerras
hasta los fines de la tierra.
Que quiebra el arco, corta la lanza, Y quema los
carros en el fuego.
Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; Seré
exaltado entre las naciones;
enaltecido seré en la tierra. Jehová de los
ejércitos está con nosotros;
Nuestro refugio es el Dios de Jacob.
Salmo 46
Al mirar más de cerca lo que el salmista dice aquí, vemos que Dios es nuestro “amparo”. Dios es un lugar de refugio para nosotros, un lugar de seguridad. El Salmo 46 no es el primer lugar de la Biblia en el que aparece esta imaginería. La Escritura nos provee de bastantes imágenes de la seguridad que hay en el cuidado amoroso de Dios para con nosotros en medio de los tiempos de temor y tristeza. Por ejemplo, Moisés pinta un cuadro del fuerte y amoroso cuidado de Dios cuando escribe: “El eterno Dios es tu refugio, y debajo están los brazos eternos.” (Deuteronomio 33:27 LBLA). La frase “brazos eternos” ilustra la fuerte protección del Creador y Su tierno cuidado. Otra imagen que nos ayuda a apreciar el cuidado de Dios por Sus hijos es la referencia a las “alas” de Dios en el Salmo 57, el cual fue escrito cuando David estaba huyendo de Saúl. Y en ese momento, David oró:
Ten misericordia de mí, oh Dios, ten
misericordia de mí; Porque en ti ha confiado
mi alma,
Y en la sombra de tus alas me ampararé Hasta
que pasen los quebrantos.
Salmo 57:1
Moisés también utilizó la misma imagen en el Salmo 91:4:
Con sus plumas te cubrirá, Y debajo de sus
alas estarás seguro; Escudo y adarga es
su verdad.
Tanto Moisés como David veían el cuidado y la protección de Dios como algo semejante al cuidado que un ave protectora les provee a sus polluelos. En tiempos de conflicto, Dios extiende Sus alas de amor para guardar a Sus hijos para que “ningún mal les sobrevenga” (Salmo 91:10). El mismo Jesús dibujó esta imagen cuando dijo: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mateo 23:37).
Dios es nuestro amparo, pues nos ofrece Su tierno cuidado y Su protección, pero también es nuestra “fortaleza”. Él pone en acción Su poder a favor de nosotros. Sabiendo esto, deberíamos “Buscad al Señor y su fortaleza; buscad su rostro continuamente” (1 Crónicas 16:11 LBLA). Su fortaleza obra por nosotros en nuestros tiempos de debilidad. De hecho, de acuerdo con el apóstol Pablo, la fortaleza o el poder de Dios se perfecciona de alguna manera en nosotros cuando somos débiles y dependemos de Él (2 Corintios 12:9). Sólo hasta que sentimos que todo se derrumba a nuestro alrededor es cuando comenzamos a reconocer cuán débiles somos realmente. En esos momentos, la fortaleza de Dios se vuelve perfecta y completa en nuestras vidas. Nosotros podemos experimentar la plenitud de la fortaleza de Dios solamente cuando somos humillados en nuestra debilidad.
El salmista también nos recuerda que Dios es nuestro “pronto auxilio” cuando llega la aflicción y el temor. Dios no nos responde a distancia. Más bien, Él se acerca a nosotros. Su omnipresencia es personal y activa. Él actúa a favor de nosotros. Y está cerca de los que corren hacia Él, aquellos que lo buscan como su amparo y su fortaleza. Esto lleva al autor del Salmo 46 a garantizarnos que hay dos resultados que se derivan del hecho de refugiarse en Dios.
1. Debido a que Dios es nuestro amparo, nosotros somos libertados del temor (versículos 2-7). Cuando Dios es grande, nuestras circunstancias son pequeñas. Ya no tenemos que temer a nuestras circunstancias presentes ni preocuparnos por el futuro. Porque debido a que Dios es nuestro amparo “no temeremos”. Y en ese sentido, Proverbios 14:26 añade: “En el temor del Señor hay confianza segura, y a los hijos dará refugio” (LBLA). Si has experimentado el dolor de la aflicción y el sufrimiento, sabes que no tienes la fortaleza para enfrentar tus temores por tu propia cuenta. Pero no estás solo. Dios nos da la fortaleza cuando nos acercamos a Él. Cuando Dios es nuestro amparo, nosotros tenemos la fortaleza para enfrentar nuestros temores, incluso el temor de nuestra propia muerte o el de la muerte de un ser querido. Jesús nos exhorta en Mateo 10:28: “No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno.” Cuando un ser amado muy cercano viene a nosotros después de una consulta con un especialista en cáncer y nos dice que no hay nada más que hacer, que “es cuestión de tiempo”, en ese momento nuestros corazones claman llenos de dolor y aflicción. El dolor es real, pero no debemos sucumbir ante el temor y la desesperación. Dios es nuestro amparo, especialmente en esos momentos, y “por tanto, no temeremos”. Confiar en Dios disipa todos los demás temores porque sólo Él es soberano sobre la muerte. Sabemos que la muerte no es definitiva, que Dios tiene el control, y que nos ha prometido la victoria final en Jesús. A medida que crezcamos en nuestro amor por Dios y en el entendimiento de Su amor por nosotros, este “perfecto amor [echará] fuera el temor” (1 Juan 4:18).
¿Qué es el temor? Lo podemos definir de una manera simple como una confianza fuera de lugar. Es decir, en vez de confiar en Dios, nuestra confianza está puesta en otro lugar, por lo regular, en nosotros mismos. Confiamos en nuestra propia habilidad para controlar nuestro futuro y nuestras circunstancias inmediatas. Sin embargo, la fe requiere de una pérdida de control, que es de carácter positivo, es decir, una renuncia a nuestra supuesta autoridad sobre nuestras vidas, y una entrega voluntaria de nuestro control a Dios, quien posee el control final, junto con una bondad y sabiduría infinitas. Dustin Shramek da una vívida ilustración de la fe que se aferra a Dios, especialmente cuando no tenemos la fuerza para aferrarnos:
Experimentar la aflicción y el dolor es como caerse de un acantilado. Todo se pone de cabeza, y dejamos de tener el control de lo que está pasando. Y mientras vamos cayendo, podemos ver un solo árbol que creció entre la pared del acantilado. Así que lo sujetamos y nos aferramos a él con todas nuestras fuerzas. Ese árbol es nuestro Dios Santo. Sólo Él puede evitar que caigamos de cabeza en nuestra desgracia. Simplemente no hay otros árboles de los cuales nos podamos sujetar. De manera que nos aferramos a este árbol (el Dios Santo) con todas nuestras fuerzas.
Sin embargo, no nos dimos cuenta de que, mientras caíamos y tratábamos de alcanzar ese árbol, nuestro brazo se atoró entre las ramas, por lo que en realidad el árbol es el que nos está sosteniendo. Nosotros nos aferramos a él para no caer, pero no alcanzamos a ver que no podemos caernos debido a que el árbol nos tiene sujetos, por lo que estamos seguros. En ese sentido, en su santidad, Dios nos sujeta y nos muestra