Reflexiones interdisciplinarias en torno a la educación para la paz. Beatriz Eugenia Vallejo Franco

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conflicto, en La Habana, Cuba, se reactivaron procesos que desde hace más de veinte años han reivindicado en el país y en el mundo la necesidad de aprender a construir la paz y deconstruir las violencias, y que han dejado como herencia una vasta gama de proyectos, procesos, metodologías, conceptos, validados desde la educación formal, no formal e informal.

      Con ello, queremos evidenciar que el trabajo en educación para la paz no es algo nuevo ni en Colombia ni el mundo. A nivel global, los esfuerzos más significativos se hicieron a partir del año 1999, cuando la UNESCO declara el Año Internacional de la Cultura de Paz y el Decenio internacional para la promoción de una Cultura de la No-violencia y de la Paz a favor de los niños del mundo (Naciones Unidas, 1999), que en su el Artículo 4 identifica que “la educación a todos los niveles es uno de los medios fundamentales para edificar una cultura de paz”. En el plan de acción define las medidas que deben adoptar los organismos nacionales, regionales e internacionales, e identifica la educación como el primero y quizás el medio más expedito para la construcción de paz.

      Sin embargo, desde la parte normativa, en Colombia existía una prevención a hablar explícitamente de educación para la paz. Se desarrollaron desde 1994 otros componentes curriculares como las competencias ciudadanas, la educación para la sexualidad y la ciudadanía, la educación ambiental y más recientemente la construcción del Plan Nacional de Educación en Derechos Humanos; pero a pesar de que a nivel global los conceptos, desarrollos metodológicos, estudios a nivel de pregrado y posgrado en construcción de paz y educación para la paz se multiplicaban, en Colombia eran muy pocos los desarrollos académicos sobre este tema.

      Los avances significativos para posicionarlo se hicieron, sin duda, desde las organizaciones de la sociedad civil y los escenarios comunitarios, que identificaron en estas propuestas una forma de resistencia, de dignificación de las poblaciones vulneradas en sus derechos, de construcción de memoria y de fortalecimiento del tejido social roto por las violencias.

      La actual coyuntura en relación con los acuerdos de paz permitió sacar a la luz la importancia de la educación para la paz como una forma de encontrar acuerdos inéditos que permitan la construcción de un nuevo pacto social, después de las décadas de permanencia de los diversos conflictos armados y otras manifestaciones de violencia. Prueba de ello son los numerosos eventos que se citaron entre 2014 y 2015 entre los que se cuentan, entre otros, los dos Encuentros sobre Educación para la Paz y los Derechos Humanos en los Territorios, convocados por la Secretaría de Educación del Distrito Capital; la elaboración del Conpes sobre Educación en Derechos Humanos y Cultura de Paz, liderado por la Consejería Presidencial para los Derechos Humanos, y el Encuentro Nacional de Educación para la Paz, citado por la Comisión de Educación y Comunicación del Comité de Apoyo al Consejo Nacional de Paz.

      En este sentido, la promulgación de la Ley 1732 del 1 de septiembre de 2014 que crea la Cátedra para la Paz se presenta como un escenario propicio para lograr este objetivo. Si bien, ni el texto de la Ley ni el Decreto Reglamentario 1038 del 25 de mayo de 2015 son muy explícitos en definir cómo lograr estos objetivos, crean las condiciones normativas para hacerlo. Su carácter de obligatoriedad para impartirlo en la educación básica y media y la posibilidad de su desarrollo en los ámbitos de educación superior, de acuerdo con la autonomía universitaria, abren múltiples posibilidades de creación y construcción.

      Por ello celebramos la iniciativa del grupo de estudio Summa Causa de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad El Bosque, de anteceder la creación de la cátedra con estas reflexiones conceptuales, pedagógicas y didácticas, que sirvan de soporte a lo que desde la universidad se plantea como la creación de un nuevo ethos ciudadano y político y la formación de profesionales y docentes comprometidos con la transformación del país. A los esfuerzos del grupo de estudio —algunas autoras de este libro lo integran, otras pertenecieron a este— se unen dos personas del Proyecto de Escritura y Filosofía de la Universidad Pedagógica y una persona del sector público, lo que lo convierte en un proyecto colectivo, dándole un alcance mucho más amplio a sus reflexiones.

      Acompañé a parte del grupo de estudio en algunas de sus reuniones y trabajamos activamente en forma conjunta en la planeación y el desarrollo del Encuentro Nacional de Educación para la Paz que se llevó a cabo el 1 y 2 de octubre de 2015. Por ello conozco de cerca la legítima preocupación de sus integrantes por ahondar en estas reflexiones. Me siento muy honrada por la invitación que me hicieron para prologar este texto, que estoy segura servirá de guía no solo al desarrollo de la Cátedra de la Paz en la universidad sino a muchos otros docentes tanto de la educación media como de la educación superior.

      El libro compila seis interesantes artículos que permiten ver diversos abordajes sobre los conceptos, contenidos, métodos y pedagogías que debería tener una cátedra para la paz.

      El primer capítulo, titulado “Recopilación de estándares internacionales de Derechos Humanos para la política de educación para la paz en Colombia” y escrito por Diana Milena Murcia Riaño, propone tomar los estándares internacionales en educación en Derechos Humanos (DH), educación para el desarrollo sostenible y cultura de paz como referentes normativos que orienten la elaboración de la política pública de educación para la paz en Colombia. Inicia su texto estableciendo una relación entre las líneas temáticas y los contenidos curriculares en tres categorías: DH - educación para la paz, desarrollo sostenible - medio ambiente y naturaleza y convivencia - cultura de paz. Desde allí identifica los estándares internacionales en DH que corresponden a cada categoría.

      En la relación DH - educación para la paz, propone tres elementos conceptuales: la educación-aprendizaje de los Derechos Humanos, nuevos abordajes de la enseñanza de la historia en el marco del posconflicto armado en Colombia y los ejercicios de la memoria. Para la segunda categoría, desarrollo sostenible - medio ambiente y naturaleza, identifica dos componentes reflexivos: la relación del modelo económico y los recursos finitos, y el nuevo campo que se abre al considerar los derechos de la naturaleza y el buen vivir, relacionado con la armonía y respeto de los entornos naturales. Para la última categoría, convivencia - cultura de paz, hace un planteamiento crítico sobre el concepto de democracia y sus implicaciones, y pasa a revisar la doble calidad del concepto de la paz como un derecho humano vinculante o como una práctica cotidiana, para lo que propone ocho acciones concretas. Concluye su texto proponiendo un esquema de “elementos mínimos para tener en cuenta en la política pública de educación para la paz en Colombia, derivados de experiencias globales y estándares internacionales” que sin duda orientan la creación y ejecución de planes, programas y proyectos a nivel nacional, regional o institucional.

      El segundo capítulo, titulado “El particular tejido de la justicia transicional”, escrito por Beatriz Eugenia Vallejo Franco, aborda la importancia que el tema de la justicia transicional tiene para los estudiantes de la educación superior en Colombia, en el sentido de promover pensamiento crítico para “la concurrencia de todos los ciudadanos en la reflexión sobre diversas formas de aproximarse a la verdad, a la justicia, a la reparación y a las garantías de no repetición.”

      El texto se sustenta en el constructivismo social para proponer que la educación para la paz sea producto de una construcción colectiva que debe afrontarse en forma interdisciplinar y holística. Beatriz aporta haciendo una revisión histórica del surgimiento de la justicia transicional y una exploración conceptual de los diversos enfoques de justicia, para argumentar que la comprensión que de ella tengan las nuevas generaciones puede apoyar u obstaculizar el proceso de reconciliación nacional. También explora los retos que han tenido las comisiones de la verdad en diversos conflictos armados y la importancia que tiene la pedagogización de las conclusiones de estas comisiones para la reparación del daño causado y las garantías de no repetición, que no solo le competen al Estado, sino a todos los ciudadanos, en la medida en que apuntan a la construcción de una nueva sociedad, donde no se recurra a la violencia para la solución de los conflictos. Este debe ser el sentido de la Cátedra de la Paz, según la autora.

      El tercer capítulo, “Entre la interpretación normativa, la configuración del sujeto víctima y la subversión del género en los procesos de educación para la paz”, escrito por Diana María Parra Romero, aborda uno de los temas más