Josef Ajram transmite el siguiente mensaje: «No sé dónde está el límite, pero sí sé dónde no está». El punto principal desde el cual lanza su mensaje es el deporte, pero considera que tanto en el deporte como en la vida, los límites se los pone uno mismo. Todo el mundo es capaz de hacer lo que se proponga siempre y cuando luche por ello y agote todos los recursos posibles antes de rendirse. El objetivo no es ganar, sino sentirse bien, tener la disciplina del entrenamiento día a día, estar cómodo con uno mismo… y terminar lo que se ha empezado, sobre todo eso, porque, de lo contrario, lo que predomina es una obsesión por el cronómetro. El autor de este libro es un personaje que en su vida ha tenido suerte con dos cosas en las que pocas personas la han tenido. La primera es la de haber conseguido trabajar en lo que le gusta y le apasiona: la Bolsa. La segunda es el hecho de haber tenido el tiempo suficiente y los recursos necesarios para encontrar y dedicarse a algo con lo que poder transmitir mensajes al mundo: el deporte. En las siguientes líneas se exploran algunas de las facetas de la vida y la profesión de Josef Ajram, facetas que el autor mismo orienta hacia la búsqueda de sus límites.
Aprender a tomar decisiones importantes con mayor facilidad, claridad y en menos tiempo es una habilidad que encuentra aplicación tanto en situaciones de la vida cotidiana como en el contexto de los negocios. Pero ¿cómo encontrar la respuesta exacta en el momento más urgente? Ante lo que tantas veces se nos aparece como un rompecabezas, ¿cómo lograr que todo recobre un sentido y la decisión final se torne evidente? He aquí la propuesta que ofrece la autora de este libro: identificar con precisión la raíz que alimenta la dificultad de decidir y contrarrestarla con el estado de claridad. ¿Qué debe entenderse por estado de claridad? Se trata de un momento singular, de quietud y tranquilidad, en el que es posible alcanzar el golpe de inspiración. Es preciso simplificar la complejidad aparente de un escenario problemático. Probablemente el lector esté preguntándose cómo acercarse siquiera a una situación tal y tan sencillamente descrita como si estuviera al alcance de la mano de cualquiera. La autora de este libro ha diseñado un método basado en una serie de técnicas que, tal y como se le recuerda al lector, sólo pueden ser aprendidas y controladas eficazmente mediante la práctica. De la misma manera en que la habilidad deportiva o artística es una cuestión de ejercitación, también lo es la cualidad que distingue a un buen decision-maker (persona a cargo de decisiones estratégicas). La aplicación del método diseñado por Luda Kopeikina puede presumir de haber sido utilizado con grupos de ejecutivos y haber obtenido resultados más que satisfactorios: el 93% de los participantes fue capaz de tomar decisiones estratégicas acertadas en menos de 90 minutos. Muchos de los problemas resueltos por estos directivos habían permanecido sin respuesta durante un prolongado tiempo.
La gente escribe libros por muchos motivos diferentes, pero a mí me pidieron que lo hiciera: los de la editorial Planeta, expertos en lo suyo, anticiparon que hay gente interesada en conocer mis ideas y experiencias sobre el mundo empresarial, un mundo al que he entregado treinta y seis años de mi vida en primera línea de fuego y al que, afortunadamente, he podido sobrevivir. A mí no me importa tanto que las cosas que yo haya podido ver o vivir se pierdan para siempre «como lágrimas en la lluvia». Lo que no me gustaría que se perdieran son los aprendizajes que extraje de ellas. Porque, de perderse, probablemente me preguntaría a mí mismo: «Y todo eso… ¿ha valido de verdad la pena?». Por ello este libro no nace desde la nostalgia, sino desde la esperanza. Me gustaría verlo como el testigo que un corredor, en una carrera de relevos, pasa a su compañero para que la continúe con fuerzas renovadas. La nostalgia es una trampa, puede que dulce, pero trampa al fin y al cabo. Mirar al pasado solo es un sano ejercicio si lo que busquemos en él es inspiración, no un refugio frente al futuro. Empecé a trabajar sin saber nada del mundo de la empresa. En mi ignorancia, creía que era como una extensión del colegio o de la universidad, que todo estaba regalado, que el mérito y el esfuerzo se recompensaban automáticamente. Creía que nadie iba a suspenderte si tenías bien todas las respuestas del examen, y que todo, absolutamente todo en la empresa, estaba más que estudiado. Asumía que los jefes eran jefes y estaban ahí porque eran los más preparados y tenían las cosas bajo control. La ignorancia da mucha tranquilidad. Cuanto más entiende uno de algo, emergen más evidentes los defectos, errores y riesgos que nos rodean, por lo que se sufre más. En la empresa sucede igual: cuando vas adquiriendo mayores conocimientos y experiencia, más consciente eres de todo lo que hay que mejorar, de todo lo que queda por hacer, de que nadie tiene nada «bajo control por completo». Y aquellos jefes que creías superhombres infalibles se nos revelan repentinamente humanos, mientras los observamos luchar por sobrevivir ante unos acontecimientos que constantemente los superan. Al final llega un momento en el que puedes, por fin, subir las escaleras y asomar la cabeza para ver la cubierta del barco en cuya sala de máquinas, en lo más bajo, llevas tiempo trabajando. Arriba, las olas barren la cubierta y el timón lucha contra las manos que desesperadamente tratan de mantenerlo en rumbo. Parado allí, empapado, uno puede volver corriendo a encerrarse en el camarote a rezar… o permanecer allí, ayudando a sujetar ese maldito timón. También a veces, las menos, cuando uno finalmente sube a cubierta, puede descubrir que no hay nadie, que nadie está pilotando la nave. Y ahí empieza el vértigo. Se dice que la experiencia es un peine que te llega cuando ya no tienes pelo. Afortunadamente aún me queda pelo, pero en este libro no me importa compartir mi peine de pensamientos, de ideas surgidas y escritas «desde la trinchera», con la autenticidad de alguien a quien las balas le han silbado cerca, muy cerca, mientras garabateaba estas cosas en sus cuadernos. Nadie te enseña a vivir, excepto la vida, y nadie te enseña a gobernar una nave excepto el propio mar. Ningún libro puede sustituir la propia vivencia, pero sirva este para anticiparos algunas de ellas a aquellos de vosotros que iniciáis la travesía a bordo de una empresa. Y a quienes estáis llegando al final del camino de vuestra vida profesional, que el libro os ayude a recordar las vuestras.
Desde los últimos años noventa, los mercados tecnológicos han experimentado un declive espectacular. Frente a este fenómeno las empresas han recurrido a la estrategia de la innovación abierta, que consiste en la adquisición exterior de las tecnologías o en el empleo de fuerza laboral ajena para su producción. No obstante, esto no resulta suficiente para avanzar, sino tan sólo para llevar a buen término aquello que ya se ha iniciado. Ello es así porque la innovación, por sí misma, no consigue el avance. Por eso es imprescindible encontrar un camino hacia la renovación en los negocios. Un avance crea algo realmente nuevo o satisface una necesidad previamente desconocida. Las innovaciones radicales a menudo tienen consecuencias de las cuales sus autores no se habían percatado. Pueden crear industrias nuevas o transformar las ya existentes. En todo caso, la posibilidad de que se produzca un avance depende de nuestra capacidad de combinar ciencia, imaginación y negocio. En los períodos de rápido crecimiento económico, las empresas y los inversores se centran en los resultados a corto plazo, descuidando lo que produce los avances. Sin embargo, para preservar la dinámica que asegura la innovación se necesita un compromiso claro con ella. En efecto, todos los agentes de los que depende la innovación (universidades, agencias estatales, empresas, centros de investigación, etc.) deben fomentar las condiciones en las que ésta surge. En este libro, sus autores, Mark y Barbara Stefik, nos muestran cómo se producen las innovaciones. Su relato está basado en historias de inventores consagrados y directivos de tecnología. Nos describen las mejores prácticas para la invención del futuro y nos explican cómo el mundo de los negocios puede crear una poderosa cultura de la innovación. Además, nos advierten de que, sin ella, lo que predominará será la tendencia hacia la optimización de la rutina, la persecución de las meras mejoras cuantitativas y la resistencia hacia las innovaciones auténticas. Con su obra, los autores intentan presentar una hoja de ruta hacia la invención y la innovación. Su objetivo es mostrar cómo funciona el proceso innovador y cómo lleva hacia el avance. La primera parte del libro pretende responder a dos preguntas fundamentales en relación con una innovación lograda: «¿Qué es lo posible?» y «¿qué es lo necesario?». La segunda parte trata del fenómeno de la invención y de las experiencias de los inventores en su trabajo. Aquí describen las maneras de trabajar de los inventores, en qué se diferencian los inventos que representan un verdadero avance de aquellos que sólo son mejoras de lo ya existente, qué significa el momento «eureka», cómo se crean las condiciones que facilitan el surgimiento de las mejores ideas o qué practicas educativas son las más idóneas para el fomento de la invención y la innovación. En la última parte se analizan las organizaciones de las que depende la innovación y el ecosistema en que ésta se desarrolla. Explican qué es lo que hace que la innovación radical sea tan difícil, cómo se gestiona un gran grupo de investigación, por qué algunas instituciones en su gestión de la investigación utilizan el modelo patrocinador y otras el modelo del cliente, cómo cambian las prácticas científicas y de negocios en la innovación y cuál es su futuro, así como cuáles serán las estrategias empresariales para los cambios en el campo de la innovación en el nuevo siglo.
De todos los problemas que azotan a la humanidad –enfermedades, drogas, crimen, corrupción, conflictos armados, degradación medioambiental–, la pobreza es el más persistente y vergonzoso. No solo es un mal en sí, sino que, además, contribuye a exacerbar otros. La condición desesperada de quienes sufren pobreza empuja a algunos de ellos hacia el crimen, las drogas o los conflictos armados. Por todo ello, su coste excede mucho el que las propias personas afectadas tienen que pagar. A lo largo del siglo xx, los expertos han formulado diferentes teorías sobre las causas de la pobreza y han defendido diferentes medidas para su eliminación. Estas van desde la tradicional ayuda exterior a gran escala y las mejoras en la educación y la formación, hasta el desarrollo económico y los microcréditos. Sin embargo, el alcance de todas ellas ha sido hasta ahora bastante limitado e incluso algunas han sido profundamente cuestionadas. Dos distinguidos expertos en marketing y autores de este libro, Philip Kotler y Nancy Lee, nos explican por qué fallan muchos programas dirigidos contra la pobreza y nos presentan un paradigma nuevo, basado en el marketing, que puede lograr resultados mucho mejores. Nos demuestran con ejemplos reales cómo se pueden utilizar las estrategias y técnicas avanzadas de marketing para promover la salud, la educación, los proyectos comunitarios, la motivación personal, etc., y así ayudar a las personas a salir de la pobreza. Además, sostienen que solamente un «enfoque integrado», que aúne los esfuerzos de los tres sectores (gubernamental, no gubernamental y privado), podrá ser eficaz a la hora de luchar contra la pobreza.
Cuando hablamos de las crisis económicas y de modelo de sociedad, tendemos a comentar todo tipo de causas, condicionantes y efectos. Sin embargo, por alguna razón curiosa, frecuentemente olvidamos el mayor impacto: el monetario. Piensa en el siguiente ejemplo. Imagina un enorme desequilibrio económico. El gobernante de turno, de camino al Parlamento, donde tendrá que explicar sus propuestas de subidas de impuestos o de reducciones de gasto, mientras lee el discurso y se imagina el diluvio de reproches que va a recibir, piensa: «Ay, si tuviéramos inflación y devaluación, todo esto no pasaría». ¿Por qué? La inflación —el impuesto de los pobres— siempre se achaca a fenómenos externos, como si cayera del cielo por designio divino. El gobernante, en vez de explicar las leyes de urgencia que aplicará, puede acudir al argumento más socorrido: la guerra económica, los mercados, culpar a los comerciantes que suben los precios… Es fantástico. Sin embargo, la inflación es siempre un desequilibrio fundamental de la economía creado por políticas muy específicas. La idea de que una inflación «moderada» es buena es similar a la de pensar que tener un poco de fiebre es beneficioso. Viene de la percepción —falsa— de que tú no vas a comprar lo que necesitas cuando lo necesites si piensas que en el futuro pueden bajar los precios. Desde la Roma antigua, pocos han escapado a la tentación de cubrir desequilibrios estructurales devaluando el valor de la moneda y, con ello, transfiriendo riqueza de los ahorradores y asalariados hacia los sectores endeudados y hacia el gobierno. Siempre desde el engaño de decir que es «por nuestro bien». Tú, querido amigo, dirás que, con las políticas expansivas y el aumento de la cantidad de dinero en el sistema de los últimos años, se ha conseguido el éxito de evitar el inflacionismo destructor de los regímenes que se dedican a imprimir moneda sin control, a la vez que se permite una salida gradual de la crisis. Y no te faltará cierta razón. Efectivamente, la política monetaria que se lleva a cabo en los países de la OCDE evita algunos de los desequilibrios más peligrosos para las economías, pero genera otros. Y el enorme riesgo se encuentra precisamente en lo que algunos aplauden: la enorme burbuja creada en la deuda soberana y el mercado de bonos. Puede parecernos estupendo que bajen agresivamente los tipos de interés y que se inunde el mercado de liquidez, pero no deja de ser un canto de sirena que nos llama a endeudarnos, a gastar y tomar riesgo por encima de los mínimos criterios de prudencia, bajo la falsa promesa de que «no pasa nada» porque «nos apoyan los bancos centrales». Luego, cuando explota, esos mismos bancos centrales que nunca han identificado una burbuja ni alertado de una crisis te echarán la culpa a ti por asumir riesgos excesivos y se presentarán como la solución, bajando los tipos y aumentando la liquidez. No obstante, existe una salida sin acudir a extremismos ni soluciones mágicas, sin acabar con las instituciones ni supeditarlas a los delirios inflacionistas. Aquí lo explico. Bienvenidos, señoras y señores, a La gran trampa.
El Marketing atraviesa hoy una crisis al verse obligado a lidiar con la independencia de los clientes, la cual está debilitando cualquier esfuerzo convencional para comunicarse de manera eficaz con ellos. Atraer y retener clientes de una forma económicamente rentable se ha vuelto complicado. Esta situación pone sobre la mesa importantes interrogantes acerca de la efectividad del Marketing y sobre la definición general del mismo. En el nuevo escenario (muy diferente a aquel en el que nació la disciplina), los productos manufacturados de forma masiva, que en algún momento atrajeron la atención del consumidor, van siendo dejados de lado en favor de otros fabricados a medida de los deseos del comprador. Con una mayor competencia y la creciente globalización, la libertad de elección también se amplía. Un hipermercado europeo promedio ofrece hoy un escaparate de opciones de 40.000 líneas de productos, con un 5% – 10% de ellas cambiando cada año. Para llegar hasta sus clientes, las compañías han desarrollado nuevas modalidades de comunicación yendo más allá de los medios convencionales de publicidad en televisión, radio y prensa. Las compañías patrocinan hoy prácticamente cualquier cosa: el metro en las grandes ciudades, los carritos de los supermercados, las entradas para el cine, etc. Además, han surgido nuevas vías para canalizar la información, como internet, el correo electrónico o los mensajes de texto. Los nuevos consumidores se defienden contra este creciente flujo de mensajes comerciales simplemente ignorándolos. La tecnología en este caso se pone de su parte y les permite en muchos casos filtrar los mensajes que reciben. De ahí que los anuncios publicitarios se hayan reducido y las abreviaturas, los logos, los ritmos y los colores configuren el nuevo lenguaje de los mensajes comerciales, diseñados específicamente para explotar este corto período de atención. Por desgracia, muchos especialistas en Marketing están reaccionando con excesiva lentitud para hacer frente a estas nuevas tendencias. Muchos departamentos de Marketing no han sido capaces todavía de reconocer que algo se ha roto y necesita ser reparado. El modelo basado en mensajes difundidos masivamente y la diferenciación de los productos se han vuelto ineficaces. El impacto de la publicidad tradicional ha decrecido en los países desarrollados como resultado directo del espectacular aumento de los mensajes que las personas reciben a diario. La nueva generación de consumidores alberga mayores expectativas y se desilusiona más rápidamente. Exigen de una compañía que sea capaz de interactuar con ellos en el momento en que lo necesitan; esperan poder ellos mismos adaptar el servicio a sus necesidades antes ya de que se les transmita cómo funcionará; investigan a los diferentes proveedores de un servicio antes de comprometerse con uno; quieren un servicio excelente en cualquier momento. Para una empresa, el costo de no cumplir con estas expectativas es alto: los clientes no sólo la dejarán a un lado, sino que persuadirán a otros de hacer lo propio. Para obtener la fidelidad de un cliente es preciso centrar la atención en su experiencia. La sensibilidad y la capacidad de respuesta han de reemplazar a ese otro modelo de presión en el que es necesario vender a toda costa para generar negocio. El Marketing debe comprometer toda su atención a lo largo del ciclo completo: no sólo en la publicidad y en los puntos de venta, sino también mediante los centros de servicio al cliente, el contacto postventa, los empleados de apoyo, etc. Es imprescindible abrirse a toda la diversidad de canales para llegar al consumidor y no mantenerse limitados a los tradicionales. Los costos de cada canal, los niveles de servicio y la eficacia son los factores que determinarán el canal idóneo en cada ocasión.
Por primera vez en la historia, la ley de la demanda y la oferta está siendo puesta a prueba. ¿Hemos presionado el consumo hasta un punto de saturación y ahora somos incapaces de establecer una nueva demanda a cualquier precio? ¿Por qué de repente disminuye la demanda y tenemos temor a una deflación? ¿Cómo se adaptarán las corporaciones a esta nueva realidad económica en la que se produce poco o ningún crecimiento?
La necesidad de contar con la ayuda de un profesional surge en cualquier momento de la existencia de todo negocio. Siempre habrá casos que excedan nuestra competencia y que requerirán acudir a servicios de consultoría para resolverlos. El presente libro está escrito a modo de guía para elegir y utilizar estos servicios de la manera más racional posible, con el objeto de obtener el apoyo y los resultados necesarios. Como tal, resulta de utilidad no solo para las empresas, sino también para las organizaciones sin ánimo de lucro y particulares que puedan precisar de dicho refuerzo. La experiencia del autor en este ámbito, más su privilegiada información sobre cómo funcionan las relaciones entre los consultores y sus clientes, lo ponen en disposición de ofrecer al lector útiles y prácticas lecciones cuando se trata de: Determinar la necesidad de ayuda profesional. Comprender cómo trabajan y cobran los consultores. Definir nuestras exigencias y el servicio que queremos que nos presten. Elegir a los consultores apropiados. Supervisar su trabajo. Sacar el máximo provecho de ellos. Por otra parte, los numerosos estudios de caso incluidos en el texto clarifican e ilustran cómo es en la realidad la relación entre el cliente y su consultor.
Eamonn Kelly invita en este libro a reflexionar sobre las radicales transformaciones tecnológicas, políticas y sociales que ha presenciado el mundo en las últimas décadas. Kelly mantiene la hipótesis de que estamos presenciando un cambio de era, pues la Humanidad atraviesa uno de los más drásticos puntos de inflexión en la historia desde el surgimiento de la Ilustración en la Europa del siglo XVIII. Esto es lo que convierte a la época actual en «tiempos poderosos», como indica el título del libro. Según su autor, las decisiones y acciones de empresas, organizaciones, pueblos y gobiernos configurarán el estado de la humanidad para un largo número de generaciones futuras, ya que la aparición de innovadores poderes económicos y el surgimiento de nuevas tecnologías tendrán como resultado cambios inimaginables. Ejecutivos, emprendedores, managers o simplemente personas con inquietudes aprenderán de esta lúcida mirada al futuro cómo prepararse desde ya mismo, en estos tiempos de incertidumbre y profundas transformaciones, para las oportunidades sin precedentes que esperan a la humanidad.