El 1 de noviembre de 2008, Satoshi Nakamoto anunció que estaba trabajando en un nuevo sistema de dinero que no precisaba de un tercero de confianza. Se trataba del sistema Bitcoin, una red de pago con su propia moneda autóctona que utilizaba un sofisticado método para que los miembros pudieran verificar todas las transacciones sin tener que confiar en ningún componente de la red.
Bitcoin automatiza las funciones de un moderno banco central, y las convierte en predecibles y prácticamente inmutables mediante la programación de un código descentralizado entre miles de miembros de la red, ninguno de los cuales puede modificarlo sin el consentimiento del resto.
De este modo, Nakamoto buscaba dar solución a uno de los problemas más antiguos de la humanidad: ofrecer un tipo de divisa que esté por completo a las órdenes de su dueño y de la que se espera que conserve su valor a largo plazo. ¿Por qué es esto un problema en la actualidad? Para explicarlo, examinaremos las opciones que se han utilizado a lo largo de la historia y cómo Bitcoin mejora los sistemas anteriores como reserva de valor.
En primer lugar revisaremos el concepto de dinero, su función y propiedades. Explicaremos qué problemas pretende resolver, por qué bienes diversos han hecho dicha función: conchas, metales, monedas etc. y por qué han podido tanto fracasar como servir a la sociedad.
En segundo lugar analizaremos las repercusiones individuales, sociales y globales de una moneda más o menos sólida. Una divisa sólida permite pensar en el largo plazo, ahorrar e invertir de cara al futuro. El ahorro y la inversión a largo plazo son clave para la acumulación de capital y el progreso de la civilización. Son además un baluarte efectivo contra gobiernos o estados despóticos.
Finalmente examinaremos usos posibles de Bitcoin y malentendidos comunes. Y es que, Bitcoin no es más que una respuesta alternativa a un problema que persiste desde que la humanidad existe: cómo mover de forma efectiva el valor económico a través del tiempo y el espacio.
Tu desarrollo personal es tu destino: en quien te conviertes se acaba reflejando directamente en lo que obtienes. Por eso, no hay mejor inversión que la que se hace en uno mismo. Y ¿cuál es la mejor forma de conseguirlo? Aprendiendo de los mejores, de las personas que han logrado los mejores resultados en diversas parcelas. Decía Bertrand Russell que «la mejor prueba de que algo puede hacerse es que antes alguien ya lo hizo». Las personas verdaderamente inteligentes aprenden de la experiencia de los demás.
No hay nada que no esté a tu alcance si tienes una idea clara, precisa y concreta de lo que deseas, y una inquebrantable determinación para ir en su búsqueda. Se trata de ir descubriendo los pasos que dar sin desistir, de ponerse en movimiento e ir rectificando sobre la marcha sin venirse abajo. La cuestión no es si algo es o no posible, sino cómo conseguirlo. La vida siempre pone obstáculos a lo largo del camino, pero los límites los ponemos las personas. Los primeros se vencen con coraje y valentía; los segundos son el resultado de bloqueos mentales producto de nuestras creencias.
Probablemente, si estás leyendo estas páginas, es porque tu vida no lleva el curso que te gustaría y, por tanto, te estás planteando mejorar ciertos hábitos. El hecho de haber llegado aquí es un primer paso importante. La experiencia enseña que los seres humanos pecamos a menudo de orgullo. Nos cuesta mucho solicitar ayuda porque se identifica pedir ayuda con ser débil. En realidad, es todo lo contrario. Todas las personalidades fuertes que alcanzan cotas elevadas en su vida tienen una virtud común: humildad para reconocer que necesitan aprender.
Sí, tú también puedes. No tengas dudas. Los límites nunca están en las personas, están en los entornos. A lo mejor te ves muy «poquita cosa». Pero tú no eres eso; eso son tus creencias. Tus límites son los límites de tus creencias. Si tú crees algo, ese algo es, tanto para bien como para mal. Si tus creencias son limitantes, da igual lo duro que trabajes, porque tus resultados serán pobres. Por eso, si controlas tu mente, controlas tu vida. Nunca olvides las palabras de Don Ward: «Si vas a dudar de algo, duda de tus límites».
Durante la última década la palabra talento ha tenido gran importancia en los discursos de los empresarios: ¿cómo se atrae?, ¿cómo se libera? Y, sobre todo, ¿cómo se retiene? El talento se ha relacionado de forma errónea únicamente con la capacidad intelectual y la aptitud para el desempeño de una ocupación. Para las autoras, el talento no es solo capacidad: es la capacidad puesta en valor, y eso solamente se consigue mediante el compromiso, que se define como suma de cuatro energías: la física, la emocional, la mental y la espiritual, que juntas marcan la diferencia. Con la llegada de la crisis las empresas se encuentran moribundas y los empresarios, perdidos. La imprescindible relación entre la empresa y los empleados se ha quebrado, y con ello se ha matado el talento. Surge entonces la necesidad de levantarse, como persona, empleado y líder, para comenzar el camino hacia el renacimiento de la empresa. La travesía para llegar al éxito personal y empresarial esta expuesta en el libro por medio del juego de la oca. La potencialidad pedagógica del juego no pasa desapercibida al lector, quien aprenderá un proceso muy útil de manera amena y divertida. Los elementos del juego son un tablero de 63 casillas, unos dados, un conjunto de reglas para seguir y, por supuesto, un jugador. El juego es estrategia, diversión y un toque de azar. Las casillas relevantes —el puente, la cárcel, la muerte o el laberinto— representan un aprendizaje lleno de secretos necesarios para avanzar hacia la meta. Desde los valores, pilares sobre los cuales se asientan la productividad y la necesaria integración entre el individuo y la organización, el líder recorre el camino con flexibilidad y ética, poniendo en práctica la ecuación mágica que proponen las autoras: sentir + pensar + ser + hacer. Empresas y personas, diferentes destinos y un camino en común; dos dados y una meta: mejorar. Traza tu Rumbo invita al lector a tirar los dados, jugar y emprender la ruta del aprendizaje, ¡el origen y el fin!
Afirmar que los clientes son importantes activos para la empresa es una frase que carece de originalidad. Sin lugar a dudas, la mayoría de los altos directivos estará de acuerdo en considerar que los clientes son esenciales para la supervivencia de la empresa y que toda organización debe centrarse en sus clientes. Sin embargo, la mayoría de las empresas no predica con el ejemplo: aunque gastan millones en sistemas informáticos de gestión de clientes, son incapaces de explicar a sus consejeros delegados y accionistas cuál es el beneficio de la inversión. Esa dificultad de mostrar los beneficios a largo plazo es lo que les empuja a echar mano de otras estrategias a corto plazo cuyos resultados son más tangibles: promociones, recorte de costes o reingeniería financiera. Llegamos así a la contradicción de creer que los clientes son activos empresariales y, sin embargo, no tratarlos como tales. En este libro, Gupta y Lehmann muestran a los directivos y accionistas cómo calcular el valor del cliente de una empresa que cotiza en bolsa aplicando una fórmula sencilla y rigurosa a la información disponible y de dominio público. Apoyándose en ejemplos y estudios de casos, los autores demuestran la utilidad de esta simple regla para la toma de diversas decisiones de dirección.
En su libro, O`Loughlin realiza un original estudio sobre el verdadero Warren Buffett (nacido el 30 de agosto de 1930 en Omaha, Nebraska) valiéndose de una interesante combinación de análisis biográfico, comercial y psicológico que nos ayuda a conocer la enigmática y fascinante personalidad de uno de los hombres de negocios más importantes del mundo. Warren Buffett dirige a sus 112.000 empleados aplicando sus «principios especiales» que son el resultado de sus experiencias, fracasos y reflexiones a lo largo de 37 años de gestión al frente de Berkshire Hathaway. Gracias a ellos, ha logrado la transformación de una mediana empresa textil de Nueva Inglaterra hasta convertirla en uno de los consorcios de empresas más importantes del mundo. Al frente de Berkshire Hathaway, como Director y CEO ha logrado hacer que el valor de la empresa en el mercado crezca a una tasa anual de más del 25%. Es como un niño que al nacer midiera 60 cm y todos los años creciera el 25 % de su tamaño: a los 37 años habría alcanzado la altura del Empire State Building de Nueva York. Por el contrario, 10.000 dólares invertidos en 1965, en una cartera de acciones de empresas dentro del S&P500, hoy sólo valdrían 144.000 dólares. Si utilizamos de nuevo el ejemplo del niño, su estatura sería de 9 metros, frente al otro niño del tamaño del Empire State. Cuando Buffett se hizo cargo de Berkshire Hathaway en 1965, la empresa concentraba sus operaciones en un solo sector comercial, la manufactura de textiles, y tenía unos ingresos de alrededor de 600 millones de dólares. Hoy en día ha diversificado sus intereses y estos abarcan desde pólizas de seguro hasta la manufactura de calzado, desde la fabricación de simuladores de vuelo hasta aspiradoras. En el 2002 tenía un valor contable de 60.000 millones de dólares y era la segunda corporación más grande de América, justo por detrás de Exxon-Mobil. El valor de mercado del capital emitido asciende a los 109.000 millones y le sitúan como la decimonovena empresa de los Estados Unidos y la vigésimo sexta del mundo. Las ganancias anuales ascienden a los 30.000 millones de dólares. Durante todo este tiempo, Buffett ha dirigido esta enorme empresa desde su pequeño despacho de Omaha, capital de Nebraska. Según él, para ello cuenta con la ayuda de 13,8 personas -13 empleados a tiempo completo y otro que trabaja cuatro días a la semana. La primera vez que O`Loughlin concibió la idea de escribir un libro sobre Buffett fue en 1997. A medida que leía las cartas de Buffett dirigidas a los accionistas de Berkshire Hathaway y los excelentes libros que se han escrito sobre él, O`Loughlin se percató de que faltaba algo más por decir.
Pueden venir de la nada, como un chispazo. O pueden aparecer tras años de búsqueda, dándole respuesta a algo que, hasta entonces, parecía imposible de resolver. Todo el mundo las tiene y, en la mayoría de las ocasiones, lo que diferencia a unas personas de otras es la capacidad de sacarlas de su cabeza para aplicarlas en la realidad. Sí, estoy hablando de las ideas y, en consecuencia, de sus mejores amigas: las preguntas. Para nuestra asociación, formada por las principales figuras culturales del momento, las preguntas son el paso previo a cualquier idea. Por ello nos reunimos una vez al año, con el objetivo de buscar una cuestión que nos haga reflexionar incluso más que de costumbre. Pensar una pregunta no es fácil. Buscamos preguntas que inspiren respuestas impredecibles, que provoquen a las personas a generar ideas que normalmente no se les ocurrirían. Tal vez el mayor placer de la ciencia proviene de las teorías que, de manera sorprendente, solucionan algún rompecabezas profundo a través de un conjunto de principios simples. Estas explicaciones se etiquetan como «bellas» o «elegantes». Como dijo el gran físico teórico Dirac: «Es más importante que tus ecuaciones sean bellas a que se ajusten a tu experimento». De acuerdo con los valores de nuestro movimiento, la pregunta de este año es «¿Cuál es tu explicación bella, profunda o elegante preferida?». Y la respuesta online ha sido enorme: unas doscientas discusiones provocativas y, a menudo, interminables. Lo que viene a continuación es una selección de las mejores aportaciones provenientes de los grandes pensadores de nuestros días. La filosofía, la economía, la historia, la lingüística y el comportamiento humano son solo algunos de los temas en los que estás a punto de sumergirte. Prepárate para recorrer los asuntos más fascinantes de la humanidad a lo largo de los próximos minutos. Bienvenido al paseo más asombroso por las fronteras del conocimiento.
Cuando usamos la palabra valor en singular, habitualmente lo hacemos para referirnos a los negocios y a la economía, dándole a la palabra connotaciones monetarias. En cambio, con valores, en plural, nos referimos a nuestras creencias y nuestras actitudes con respecto a la espiritualidad, la religión o la naturaleza. El valor nos hace ricos y trabajamos con ahínco para conseguirlo, pero los valores nos hacen humanos y, curiosamente, no sabemos cómo profundizar en ellos y aplicarlos a la vida. Así, los dos conceptos han tomado caminos divergentes y cada día nos preocupa más el abismo que los separa. Nos gusta la democracia, pero no encontramos candidatos que nos ilusionen; nos preocupa la educación de nuestros hijos, pero en el mundo de la enseñanza el mercado es más importante que los estudiantes. Necesitamos darle un sentido a la vida, pero estamos demasiado ocupados con el trabajo y la familia: queremos triunfar y, sin embargo, sentimos un vacío que sólo se puede llenar tendiendo un puente entre el «valor» y los «valores». Ya no tomamos parte activa en la vida de las ciudades donde vivimos y todo nuestro tiempo se reparte en actuar como consumidores en un mercado, como trabajadores en una empresa y como miembros de una familia. El predominio actual del valor sobre los valores se ha impuesto con gran rapidez si comparamos la vida actual con la de nuestros antepasados. El autor de este libro propone mantener la prosperidad económica sin olvidar los valores del pasado, recuperándolos y aplicándolos a nuestra vida actual, que ya no transcurre en pequeñas ciudades sino, gracias a las nuevas redes y organizaciones, en contacto potencial con millones de personas.
Este libro contiene un mensaje que no estamos acostumbrados a oír: que prácticamente todo el sufrimiento humano y la agitación emocional seria son completamente innecesarios. Cuando se provoca a sí mismo una ansiedad o depresión graves, está actuando claramente en contra de usted, y está siendo desleal e injusto consigo mismo. Su trastorno también afecta gravemente a su grupo social. Ayuda a provocar malestar en sus familiares y amigos, y, hasta cierto punto, en toda su comunidad. El coste de provocarse sentimientos de pánico, ira o autocompasión es enorme. En tiempo y dinero perdidos. En esfuerzo malgastado innecesariamente. En angustia mental fuera de lugar. En el sabotaje de la felicidad de los demás. En el estúpido desperdicio de placer potencial a lo largo de la única vida —sí, la única vida— que tendrá jamás. Qué despilfarro. ¡Qué innecesario! Pero ¿acaso el dolor emocional no forma parte de la condición humana? Sí, así es. ¿No ha estado con nosotros desde tiempos inmemoriales? Sí, lo ha estado. Entonces ¿no es inevitable, mientras seamos realmente humanos, mientras tengamos la capacidad de sentir? No, no lo es. No confundamos los sentimientos dolorosos con la perturbación emocional. Está claro que los seres humanos sienten. Como señalaron Epícteto y Marco Aurelio, antiguos filósofos estoicos, nosotros, los seres humanos, sentimos fundamentalmente tal y como pensamos. No, no totalmente. Pero sí fundamentalmente. Ese es el mensaje crucial que la terapia racional emotiva conductual (TREC) lleva treinta años transmitiendo, después de que yo adaptara algunos de sus principios a partir de los pensadores antiguos y de los más recientes —especialmente de Baruch Spinoza, Immanuel Kant, John Dewey y Bertrand Russell—. En gran parte creamos nuestros propios sentimientos, y lo hacemos aprendiendo (de nuestros padres y de los demás) e inventando (en nuestras propias mentes) nuestros propios pensamientos saludables e insensatos. ¿Los creamos? Sí, los creamos. Consciente e inconscientemente escogemos pensar y por ello sentir de ciertas maneras que pueden sernos útiles o destructivas. Pero podemos decidir cambiarnos extraordinariamente a nosotros mismos. Somos capaces de alterar nuestros pensamientos, sentimientos y actuaciones más instauradas. ¿Por qué? Porque como seres humanos nacemos con (y podemos potenciar) un rasgo que otras criaturas raramente poseen: la capacidad de pensar sobre nuestro pensamiento. ¡Esto es una verdadera suerte! Y nos da algún nivel de autodeterminación o libre albedrío. Puesto que, si solo fuéramos pensadores de un único nivel y no pudiéramos examinar nuestro pensamiento, sopesar nuestros sentimientos, revisar nuestras acciones en un segundo nivel, ¿dónde estaríamos? ¡Completamente estancados!