Espejo de historias y otros reflejos. Jorge F. Hernández

Читать онлайн.
Название Espejo de historias y otros reflejos
Автор произведения Jorge F. Hernández
Жанр Языкознание
Серия Ensayo
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9786079664572



Скачать книгу

esas comarcas, sino incluso vivir momentos culminantes de su historia.

      Me explico: Rebolledo es uno más de los historiadores sin cartera y sin título que considera la aventura de los recorridos por el pasado como una de las formas más sublimes de la experimentación psicotrópica. Aunque discípulo de Hipócrates y poseedor de su título de galeno operario, el gran Rosendo lleva ya más de treinta años combinando peyote con jugos de tuna y cáscaras de guayaba con jarabes de chía, brebajes que le han permitido no sólo presenciar en vivo la entrada de Miguel Hidalgo a Guadalajara, sino incluso conversar con Francisco I. Madero en la cárcel de San Luis Potosí.

      La mayoría de los frascos que se encuentran en su laboratorio fantástico son en realidad alimento y combustible para el conocimiento y vivencia de la Ciudad de México. En grandes garrafones color ámbar —que alguna vez fueron recipientes de la afamada marca homeopática Similia— el doctor Rosendo Rebolledo almacena desde limaduras de tezontle hasta raspaduras de cal y concreto —que él mismo ha raspado con su navajita de los afamados muros del centro de la ciudad. En unas inmensas cajas de madera —también homeopática— Rebolledo tiene un buen arsenal de varilla oxidada, aluminio moderno, cristales de colores, pedazos de semáforo (recogidos luego de choques automovilísticos en calles céntricas) y hasta confetis de desfiles célebres.

      Las combinaciones de piedras con frutas, hongos con cal, minerales de diccionario con verduras de mercado, son cuidadosamente calculadas por este Doctor de los tiempos, de manera que al invitado se le ofrecen licuados o cocteles según su inquietud histórica: chocolate prehispánico, champurrado virreinal, licores independentistas, aguardientes liberales, infusiones conservadoras, humos imperiales o tequilas revolucionarios. El invitado pasa entonces a ocupar alguno de los espaciosos sillones y, a ojos cerrados y sin desplazarse, literalmente viajar por los pasados de México.

      Aunque no se pueden revelar las recetas de Rebolledo, valga mencionar que con una combinación de menta, manzanilla y raspaduras de la fachada de la antigua Cámara de Diputados de la calle Donceles, Rebolledo logró aparecer en una de las fotos de paseo de don Porfirio Díaz. En otro viaje, Rebolledo combinó tezontle raspado del antiguo Palacio de Heras y Soto, de la actual calle de Chile, con hierbas que le trajeron de Guanajuato, y sólo así pudo presenciar la entrada triunfal dé Agustín de Iturbide a la Ciudad de México, el 27 de septiembre de 1821, aunque para él siguió siendo el 2 de marzo de 1984.

      Viajes sin duración fija, con destinos que llegan a precisarse casi al instante deseado, los brebajes de Rosendo Rebolledo son una más de las confirmaciones de las bellezas de la musa Clío. Lejos de la pretensión y el acartonamiento, el oficio de historiar ofrece viajes ilimitados y sus circunstancias, aunque registrables y narrables, son alimento ideal de la imaginación y del ensueño. Ante el laboratorio secreto del doctor Rosendo Rebolledo nos queda la prohibida tentación de rascar los muros de nuestro pasado, confeccionar recetas de viaje al pretérito, combinando historias y biografías, como sólo se encuentra en el paralelo placer de la lectura.

      Sueño de un sueco en México

      De entre los mágicos libros que se encuentran en el laboratorio del doctor Rosendo Rebolledo, me permito transcribir en forma íntegra una nota insertada entre las páginas 346 y 347 del manoseado volumen "Suecia: sueño de los vikingos". Esta nota manuscrita por el doctor Rebolledo reafirma la universalidad de sus intereses científico-culturales y confirma el inagotable encanto de su laboratorio.

      "Conocí a Ingemar Olaf Larsson ante una aromática penca de carne al pastor en una taquería de la calle Motolinía. Me sorprendió su tez transparente y el deslumbrante color rubio-blanco de su larga cabellera, pero despertó mi azoro la mirada devota —y perdida— con la que miraba girar la carne que acariciaba al fogón. Supongo que sintió mi interés y en perfecto castellano me dijo: 'No es que tenga mucha hambre. Sucede que me embelesan todos los tipos de giros, y más, si son ante el fuego...'.

      "Sentí que por metiche me esperaba una larga perorata sobre danzas rituales ante fogatas y que el rubio era antropológico. Sin embargo, luego del obligado gesto de pagar la primera ronda de tacos, descubrí una verdadera revelación fantástica. Ingemar Olaf Larsson me contó el giro supremo de su vida: abandonar climas y prosperidades nórdicas por el solo afán de una aventura en México. Su embeleso por estas tierras comenzó con unos cursos de español, unas fotografías de las pirámides y un video que mostraba la historia de las corridas de toros en México.

      "Pronto, su inclinación por convertir a México en un sueño o utopía lo llevó a configurar su mítica gira: voló a Nueva York, bajó en autobús a Texas y cruzó la frontera caminando. Llegó a esta antigua Ciudad de los Palacios con un ejemplar de la gira tarahumara de Antonin Artaud, una edición en inglés de Bajo el volcán de Lowry y una postal de Jorge Luis Borges fotografiado en Teotihuacán. A este bagaje hay que agregar dos pantalones, un espejo y el dominio —ya sin acento— de nuestro idioma.

      "Habíamos terminado de comer cuando me invitó a caminar hacia la Alameda. Sobre la ya famosa calle de Cinco de Mayo me sorprendió su conocimiento de edificios, estilos y épocas que se alinean sobre esas aceras. Cruzamos la explanada de Bellas Artes y a espaldas del monumento a Beethoven —con el consiguiente rumoreo que suscita el merolico que siempre se encuentra por allí— prosiguió su retahíla de asombros y admiraciones. Lo común sería que dijera que me asombraba su amor por México con el clásico sólo los extranjeros aprecian sus bellezas... Sin embargo, no fue asombro, sino miedo lo que me provocaron sus palabras. Hablaba desde la palidez de un semblante casi inexistente y sus palabras, aunque sin acento, parecían emanar de la boca de un personaje más que de labios de una persona.

      "Me contó que recorría diariamente la zona del Templo Mayor, que conocía cada metro de los túneles de la Catedral Metropolitana y que, todas las tardes, visitaba una pirámide sumergida que se encuentra en el patio de una casa de la calle de Argentina. Lo que inicialmente aprecié como devoción turística, me sonaba ya a fanatismo enloquecido.

      "Mi gira en México, me dijo, consiste en la continuidad de los giros. Aquí la giro —como dicen ustedes— de girador, constante. Un día me ves de elegante corbata en la terraza del Hotel Majestic y, esa misma noche, me puedes ver perdido en una botella de mezcal entre los pilares de la Plaza de Santo Domingo... México es mi giro total: color y sombras, calores callados y gritos en pleno Zócalo".

      "Cuando yo ya preparaba una discreta despedida (pues he de confesar el temor que me provocaban las ideas del sueco), Ingemar Olaf Larsson adivinó mi inquietud. Me dijo entonces que su gira sólo seguía el ejemplo de tantos otros viajeros extranjeros que han quedado atrapados por la fantasmagoría y la fantasía de nuestro México. Enumeró una larga lista de historiadores y novelistas que le han dedicado grandes obras y muchas horas a nuestro pasado y a nuestros entornos. Como si fuera clarividente, agregó lo que fueron las últimas palabras que escuché en esa gira con el sueco: 'Antes de que te alejes, te confieso una magia. Entre los miembros de mi familia hay quienes heredamos ciertas facultades con los giros: una tía podía derretir el hielo con leves movimientos de sus muñecas y un primo se hizo célebre cuando le inyectó movimiento a un muñeco de nieve con el ligero aletear de sus dedos, como si se tratara de un control remoto. Aunque en Suecia nunca logré tales sortilegios —a pesar de que dominaba desde joven las ancestrales consignas silábicas del Libro secreto de los Larsson— he descubierto que en México sí logro mis magias. Te he traído a La Alameda porque aquí hago mis mejores giros. Los hago todas las noches ante la escultura de esta belleza...', y con el índice me señaló la escultura de la muchacha que tiene los brazos amarrados atrás de la espalda y que se encuentra a unos pasos del Hemiciclo al Benemérito.

      "Según me dijo el sueco, con la ayuda de unos giros silábicos y con el amparo de la noche, él era capaz de darle vida a la estatua de esa musa indefensa y, una vez que la despertaba, recorrían su romance por cuanto rincón del Centro Histórico se les antojara.

      "Lamento informar que nunca más volví a ver a Ingemar Olaf Larsson y que, hace unos días, en una de mis frecuentes giras a las librerías de viejo de la calle Donceles se me informó de su lamentable fallecimiento. Se trata de un verdadero giro del azar: mientras revisaba los estantes sin ningún interés particular, descubrí un bello ejemplar en octavo