Название | Rafael Gutiérrez Girardot y España, 1950-1953 |
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Автор произведения | Juan Guillermo Gómez García |
Жанр | Документальная литература |
Серия | Ciencias Humanas |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789587846928 |
3Correo electrónico del 4 de abril de 2019.
4En entrevista para el Magazín Dominical, de El Espectador, el 29 de septiembre de 1985.
5Aquelarre, n.º 8 (2005), pp. 7-14. Consultado en <http://ccultural.ut.edu.co/images/Revistas%20Aquelarre/Aquelarre%2008.pdf>.
6Jaramillo Vélez, op. cit., p. 8.
7Ibid., p. 9.
8Álvaro Salvador, “El legado intelectual de Rafael Gutiérrez Girardot”, Quimera, n.º 262 (2005), pp. 62-63. Estas notas de despedida reiteraban la admiración por su maestro, pronunciadas en un homenaje que había organizado en la Universidad de Granada (2002) en que enmarcó a Gutiérrez Girardot en la eclosión renovadora de las décadas de 1960 y 1970, al lado de Ángel Rama y Antonio Cornejo Polar. En esa ocasión, habló del “polemista”, con su prosa “eficaz”, “ingeniosa”, “provocadora”, “interdisciplinar”. Hay videoconferencia en DVD de este acto académico, en compañía de Pedro Cerezo Galán.
9Anthropos, Rafael Gutiérrez Girardot. Un intelectual crítico y creativo de las tradiciones hispanoamericanas, n.º 226 (2010), p. 10.
10Ibid., p. 11.
11Vorlesung o lección magistral “Der spanische Romantik”, dictada en la Universidad de Bonn en el semestre de verano de 1985. Inédita.
12Pedro Henríquez Ureña lo enuncia a su hermano Max (carta desde México, 1907), que resume un comparativo modelo ensayístico del ya joven Gutiérrez Girardot: “siempre he escrito suficientemente despacio para trabajar tanto la forma como la idea. Ya te he dicho que mi procedimiento es pensar cada frase AL ESCRIBIRLA, y escribirla lentamente; poco es lo que corrijo después de escribir ya un artículo… El mejor modo de precisar ideas es leer frecuentemente pensadores y críticos serios; la mala crítica no sirve para el caso… Así se llega a ver que sobre todas las cosas se puede decir algo nuevo”. Obras completas (t. I), Santo Domingo, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, 1976, p. 353.
13“Misiones soñadas y cumplidas”.
14La traducción es mía.
¿Qué es una biografía intelectual?
No se trata de una entidad, sino de una relación.
Alfonso Reyes
Tentativa con Malraux y Racine. Dos biografías ejemplares de la tradición francesa
La tradición sociológica durkheimiana, su heredera la Escuela de los Annales y el estructuralismo han negado a la biografía un campo autónomo o tan siquiera digno de las ciencias sociales. El extremo de todo ello lo protagonizó Barthes en sus estudios Sobre Racine. El libro, publicado en 1963, es el abierto desafío de una crítica radical en la que se sustituye al creador literario por el laberinto de los métodos lingüísticos, psicoanalíticos y antropológicos: “Si se quiere hacer historia literaria, se debe renunciar al individuo Racine”.1 Son los nuevos métodos de enfoque, no el creador, lo que en un extremismo desindividualizador interesa a la nova scientia barthesiana; el tipo de biografía heroica de Jean Lacouture es su opuesto. Lacouture cultiva una especie de “neozweignismo” desembozado mediante su deificación entusiasta y sin par de santos patronos. Sobresale André Malraux. Una vida en el siglo, 1901-1976, la cual publica en 1973 y por la cual recibe el Premio Aujourd’hui. Esta cautivante biografía lleva la apasionada vida del autor de La condición humana y La esperanza a una nota muy alta, renovando el mito de una existencia exquisita, llena de grandes sucesos, nimbada por el aura mágica del último escritor romántico de la tradición francesa.2
El propósito de esa biografía es, en una palabra, deslumbrar, y Lacouture lo consigue de sobra con los recursos que solo un maestro del género puede alcanzar. Pero estos recursos combinan la audacia expresiva, la artesanía narrativa y una cultura literaria vasta que subyuga y deja al lector como hipnotizado en la vida del héroe Malraux. El mismo Malraux queda velado en sus profundas contradicciones, de las cuales sale impune, como amparado por una condescendiente hada madrina: esta siempre justifica los caprichos de su predilecto, por virtud del genio literario y la valentía personal, y este se salva de cualquier reproche o juzgamiento serio de sus acciones públicas e inconsecuencias. Las virtudes expresivas y la documentación profusa asfixian el examen crítico, no propiamente de la calidad de la obra, sino de las actuaciones indudablemente condenables, como el robo fallido de las esculturas del templo budista Banteay Srei en Camboya, un verdadero intento de expoliación cultural de la antigua colonia francesa.
Malraux, en esta biografía relumbrante, se justifica como héroe de la cultura literaria francesa por su exquisita cultura, por su dandismo atrevido, por su sentido de aventura extrema (un D’Annunzio, un Lawrence, un Jünger) en torno de un yo arrogante que tira de los hilos de la existencia y en torno del cual parece bailar, como danzantes fantasmagóricos, sus contemporáneos ilustres y su tiempo. Todo contado como ocasión de ese ser inconfundible. Exceptuado Lacouture de cualquier reflexión histórico-sociológica, pese a que era demandada de suyo por presentar a Malraux como un autor lleno de conciencia histórica, el yo malrauxiano es alfa y omega de una constelación privilegiada. Todo parece menor o subalterno al lado de Malraux, no solo escritores como Gide, sino el mismo Trotski, Göring, Largo Caballero, De Gaulle (bueno, con este último, no tanto, para gloria de Francia). Es la autoproyección del héroe hiperbólico de Malraux, que en Hong Kong se alza como revolucionario y once años después lo repite en España en contra del pronunciamiento de Franco: desde su escuadra aérea lanzaba bombas a las tropas franquistas, en calidad de “coronel” Malraux, mientras en las tardes se reunía en un elegante hotel madrileño para departir con Ehrenburg, Neruda, Dos Passos y Alberti. El episodio de su salvamento de las garras de la Gestapo en Toulouse parece arrancado del guion de Indiana Jones.
El clímax de la vida de Malraux no fue, en la biografía de Lacouture, la publicación de La condición humana o La esperanza, sino el nombramiento de ministro de Información por el triunfador sobre Hitler, De Gaulle, quien había dicho adiós a las veleidades francesas de revolución. Ante él Malraux justificó su existencia plena: era la hora de la fusión de hombre de letras y de poder, de modo que De Gaulle era el Malraux del poder y Malraux el De Gaulle de las letras (¡Cómo añoraría Ortega y Gasset haber tenido este rol en la España de Franco! Pero este no era el caso, pues Franco entraba a la Guerra Fría por una vergonzosa puerta trasera y Ortega debía ocupar un muy discreto lugar en la dictadura franquista posbélica, como veremos). Malraux se erigió tras la Segunda Guerra Mundial, por amor patriótico, en el anticomunista estratégico, en el anti-Sartre de Les temps modernes.
¡Toda una leyenda viva del siglo! Es demasiada la prosa que se precisa para hacer inflar el globo de la gloria literaria de Malraux, para confundir en la mente del lector el mito fabuloso del escritor con el personaje biografiado.