Mexicano de corazón. Francisco Ugarte Corcuera

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Название Mexicano de corazón
Автор произведения Francisco Ugarte Corcuera
Жанр Документальная литература
Серия Libros sobre el Opus Dei
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788432153648



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target="_blank" rel="nofollow" href="#ulink_6c5ceed9-955f-5d8c-bd3a-51bee460fdd7">[2] Javier Echevarría nació en Madrid el 14 de junio de 1932. En 1948 solicitó su admisión al Opus Dei. Trabajó al lado de san Josemaría por más de 20 años. Doctor en Derecho Civil y en Derecho Canónico. Recibió la ordenación sacerdotal el 7 de agosto de 1955. En 1994, al fallecer Álvaro del Portillo, fue nombrado prelado del Opus Dei. El 6 de enero de 1995 fue ordenado obispo por san Juan Pablo II. Falleció el 12 de diciembre de 2016.

      [3] Los centros del Opus Dei son sedes donde se organizan los medios de formación y la atención pastoral de los fieles de la Prelatura. Estos centros son de mujeres o de hombres. En cada uno de ellos hay un consejo local, presidido por la directora o el director, con al menos otros dos fieles de la Prelatura.

      [4] En el Opus Dei existen modos diversos de vivir la misma vocación cristiana según las circunstancias personales de cada uno: solteros o casados, intelectuales u obreros, laicos o sacerdotes, etc. También son idénticas para hombres y mujeres las tres modalidades en que la vocación es personalizada según la disponibilidad personal (numerarios, agregados y supernumerarios).

      1.

      ANTECEDENTES Y PREPARATIVOS DEL VIAJE A MÉXICO

      DOS ANUNCIOS Y UN VIAJE EXPLORATORIO

      En el año de 1944, Pedro Casciaro formaba parte del organismo de gobierno del Opus Dei y era el director de la residencia universitaria la Moncloa, en Madrid. Había obtenido ya el grado de doctor en Ciencias Exactas y, junto con su marcada inclinación hacia la Arquitectura, había desarrollado muchas habilidades para afrontar tareas muy diversas, como las relacionadas con el servicio doméstico. Carmen, la hermana del fundador, ocupada en organizar la comida en el centro de Lagasca, solía acudir a Pedro para que le ayudara en ocasiones especiales. Así ocurrió un día de aquel año, en que el Padre había invitado a almorzar a unos eclesiásticos. El trabajo de aquella mañana fue intenso y Pedro se sintió mal, con dificultades para respirar y fuertes palpitaciones del corazón, que iban en aumento, lo cual le hizo pensar que moriría en aquel trance. Cabe advertir que Pedro era un tanto aprensivo y que, probablemente, aquella situación orgánica estaría aumentada por factores emocionales.

      Avisaron a san Josemaría, quien lo conocía mejor que nadie, y después de darle la absolución le advirtió: «No te preocupes, esto no puede ser nada de importancia: tú tienes que ser sacerdote e ir a empezar la labor a un país muy lejano». Era lo último que Pedro esperaba escuchar en aquellos momentos y probablemente debió provocarle tal impresión que su estado cambió radicalmente: la taquicardia desapareció y poco después se encontraba totalmente recuperado. Pedro jamás olvidaría aquel primer anuncio de su futuro destino, que acabaría siendo México.

      Dos años después, el 29 de septiembre de 1946, se ordenó sacerdote y recordaba cómo uno de aquellos días, caminando con el Padre,

      desde la calle Villanueva hasta la de Diego de León, me dijo abiertamente que «había que brincar el charco» cuanto antes, que después de un tiempo de experiencia sacerdotal en España me mandaría a abrir camino en un país de América.

      Después de ese segundo comentario, el fundador pidió a Pedro, en 1948, que emprendiera un largo viaje por varios países americanos —Estados Unidos, Canadá, México, Perú, Chile y Argentina—, con la intención de estudiar en cuál convendría iniciar la labor de la Obra. Estuvo en México del 9 de mayo al 10 de agosto de aquel año: conoció mucha gente, el país le entusiasmó y la Virgen de Guadalupe le produjo un especial impacto, al constatar la enorme devoción que el pueblo le profesaba. A su regreso a España dio cuentas al fundador y no disimuló su especial inclinación por el país que le había atraído especialmente. Y, en efecto, un año después, el 18 de enero de 1949, Pedro llegaría a México para comenzar el trabajo estable del Opus Dei en este país.

      Don Pedro tuvo desde el principio una idea central que orientaba toda su actividad: realizar todo como lo había aprendido del fundador o, mejor aún, como el Padre lo hubiera hecho. Y esto explica que, desde su llegada a México, soñara con el día en que san Josemaría viniera a nuestro país y, conforme el tiempo iba transcurriendo, ese deseo cobraba mayor fuerza, también porque quería ver confirmado si el trabajo realizado era lo que él esperaba.

      Pedro permaneció en México, como consiliario de la Obra, hasta 1958, año en que se trasladó a Roma. Volvió a nuestro país en 1966, ocupando el mismo cargo, y su deseo de que el Padre viniera a conocer el desarrollo de las labores fue creciendo progresivamente. Hacia 1969, se había desatado una campaña de críticas en la opinión pública contra el Opus Dei, mediante artículos e inserciones pagadas en los principales diarios de la capital y de provincias, que pretendían prevenir al gobierno con la acusación de que la Obra tenía afán de poder temporal e interfería en la política de México.

      En aquellas circunstancias, don Pedro hizo un viaje a Alemania y de regreso pasó por Madrid para encontrarse con san Josemaría, quien le dirigió unas palabras significativas sobre su intención de venir a nuestro país:

      Álvaro te puede confirmar que habíamos decidido no volver a Roma, sino desde Madrid mismo volar a México; pero ya ves que no es momento oportuno: mi presencia en México ahora os complicaría la labor apostólica; es mejor que ofrezcamos a Dios renunciar al viaje que tanto deseaba y ya verás cómo, pasado un poco de tiempo, me tendréis en México.

      Un año después, a principios de 1970, José Inés Peiro hizo un viaje a Roma para una estancia breve. En aquella época, el Padre se encontraba muy cansado, tanto por la vida de intensa labor apostólica que había llevado, como por la problemática situación que la Iglesia atravesaba, y que él veía de cerca y le hacía sufrir. Quienes le rodeaban procuraban que descansara, y una de las formas más eficaces para conseguirlo era la convivencia con sus hijos, especialmente cuando le contaban noticias que le alegraban. En su estancia en Roma, José Inés tuvo muchos encuentros de familia con el Padre, en los que le refería, con mucha gracia, aspectos variados de nuestro país, salpicados con anécdotas un tanto originales que lo hacían reír.

      Entre aquellas anécdotas, le contó que él procedía de un pueblo pequeño de Sinaloa, llamado Pericos, en el que su padre era como el cacique y donde la gente tenía poca formación cristiana, porque la evangelización había tardado en llegar hasta allá. Después de haber pedido su admisión a la Obra y residiendo ya en Monterrey, fue a visitar a su familia y, aprovechando la estancia, acudió al peluquero del pueblo, su amigo, para que le cortara el pelo. Este le preguntó si estaba enterado del chisme que corría sobre él y, con la intención de tranquilizarlo, añadió que no se preocupara, que él ya había aclarado las cosas. El rumor que circulaba era que se metía de cura, y José Inés asegura que el peluquero le dijo: «¡Gente ignorante! Yo te conozco desde chiquillo, ¿y cómo vas a ser tú, sacerdote, si has pecado tanto?», con lo que había cortado el chisme por lo sano. A san Josemaría le hizo mucha gracia la anécdota y le comentó: «Ese hombre te dijo la verdad, hijo mío, porque tú y yo somos pecadores. Si no fuera por la misericordia de Dios, quién sabe dónde nos encontraríamos en estos momentos».

      Tiempo después, cuando el Padre vino a México, encargó a José Inés: «La próxima vez que vayas a Pericos, lleva al peluquero de mi parte algo que le pueda gustar —unos chocolates, unos cigarros, lo que te parezca— y dile que le pido que rece por este pecador».

      Cuando José Inés regresó de Roma y nos transmitió lo que había vivido en aquellas jornadas junto al Padre, en las que se notaba su interés tan grande por nuestra nación, las costumbres y tradiciones, la manera de ser de los mexicanos y, sobre todo, su cariño a la Virgen de Guadalupe, concluimos que no estaba lejos su venida a nuestro país, lo cual ocurriría apenas unos meses después.

      Posteriormente, durante la Semana Santa, tuvo lugar en Roma el congreso UNIV para