El país de origen. Edgar Du Perron

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Название El país de origen
Автор произведения Edgar Du Perron
Жанр Языкознание
Серия Colección de literatura holandesa
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9786077640998



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el haberse encontrado, esa primera vez, en un estado de inferioridad física.

      Pero la conversación ya ha rebasado ese punto y se ha centrado en el derecho de la mujer a ser infiel y todo lo que ello implica.

      —Lo que uno puede esperar del otro es que no sea capaz de serle infiel —intervengo—. Al menos para mí, esto es lo único que cuenta.

      Bella aparta la vista, pensativa.

      —Se ha quedado totalmente confusa —dice Héverlé en tono burlón— al oír al único de sus amigos decir en voz alta que a su mujer le esperan todo tipo de desgracias si se acuesta con otro.

      —Es decir, si amas a una mujer, ya no puedes irte a la cama con otra, ¿es eso lo que quieres decir, Arthur?

      —En efecto. Y suponiendo que fuera capaz de hacerlo, me resultaría de-sagradable, porque al mismo tiempo me llevaría también a mi mujer a la cama.

      Después se me ocurre que ésa sería una respuesta excelente para darle a una mujer que se presentara como candidata. A Bella, la idea de esa mujer invisible en la cama debe de resultarle, cuando mucho, divertida. ¡Como si no hubiese suficientes mujeres que considerarían especialmente atractiva la idea! En otras ocasiones, Bella me había contado historias emocionantes de sus amigas, que se llamaban invariablemente Alice.lxxiv Me habló de una Alice que estaba dispuesta a irse enseguida con cualquiera a la cama y que luego era capaz de abordar a un semidesconocido en la calle para recordarle detalles de sus momentos de intimidad; tenía que conocerla sin falta, pero nunca tuve ocasión de hacerlo. También me contó de otra Alice que había engordado terriblemente y había perdido sus dientes, pero que vivía con un barón polaco que había servido en la Legión extranjera y que a veces le tenía miedo cuando se peleaban porque Alice había disparado tres veces contra su anterior marido durante una riña; a ésta la llegué a conocer y no la he olvidado. Sin embargo, cuando nos conocimos, no quiso hablar de la historia de los disparos. Había una tercera Alice que, una vez a la semana, pasaba la tarde entera con el hombre que había sido su gran amor, que aún lo era, pero que no quería seguir siéndolo; así que, para no perderlo del todo, ella le preguntaba por sus aventuras y gozaba todo lo que podía de esa tarde que le consagraba su antiguo amante.lxxv Con esta Alice creo que estuve esperando a Bella durante media hora, al menos si no se trataba de otra, pues he olvidado si era rubia o morena, guapa o fea. “¿Le hiciste la corte mientras esperaban? —preguntó Bella—. ¿No? Eres casto, Arthur, aunque descortés…”

      Y, por último, había una tal Gina que padecía hambre de lo pobre que era, pero siempre llegaba alegre a casa de su amante, que era riquísimo, y nunca le pedía dinero, pese a que él se lo habría podido dar fácilmente. No lo hacía por vergüenza u orgullo, sino sencillamente porque en una ocasión acordaron que en su relación nunca hablarían de cosas materiales. Durante años me imaginé a esta Gina —que venía de Roma— como una mujer de aspecto anticuado y romántico, esbelta, con la piel mate y una melena negra. Hace algún tiempo, mientras Jane y yo nos disponíamos a marcharnos de casa de Bella, nos la encontramos en la puerta. Era una mujer flaca, con un perfil afilado y pelo color caoba, un caoba tirando a carmín, con un acento y unos movimientos que eran todo, salvo italianos, que bien podrían haber sido polacos, yugoslavos, húngaros, checos o cualquier otra cosa en esa dirección. ¿Qué hacía Bella con todas aquellas amigas? Es capaz de etiquetar con dos trazos certeros a una mujer que le molesta cuando considera que Héverlé se interesa sin fundamento en ella; él habla de las amigas de ella con el tono condescendiente y paternalista de quien se encuentra frente a una colección de bobas inofensivas, y es casi seguro que Bella piensa exactamente eso de ellas. Si le preguntara por qué demonios las mantiene como amigas, ¿me contestaría: “Es por mi lealtad judía”? Si se trata realmente de lealtad —algo que se puede aplacar de vez en cuando con una “historia graciosa”—, lo apreciaría como pocas otras cosas. Éste es un punto de conflicto importante entre Jane y yo, esta lealtad equivocada hacia amistades que en realidad han envejecido, una forma de lucha contra la decadencia. ¿Qué motivo fundamental tengo para renunciar a una persona que en una ocasión acepté plenamente y que sólo ha cambiado —no ha disminuido, o al menos no ha disminuido respecto a mí, a mis necesidades o a mí mismo “cuando me tomo en serio”—, mientras ella no renuncie a mí? Suena casi demasiado noble, y seguramente sea falso; sin duda se tratará de lealtad a lo que fuimos nosotros mismos en otro tiempo.

      —No me gustan mis hermanas pequeñas —dice Jane refiriéndose a sí misma en un estadio anterior.

      Creo que yo habría querido a esas “hermanas pequeñas” como la quiero a ella, sólo que no siento ningún aprecio por esa experiencia que la hizo madurar hasta convertirse en la Jane que era cuando la conocí. Contra toda lógica, me niego a creer que si la vida la hubiese tratado de otra forma, ella se habría convertido en una persona diferente para mí. Es el único punto en el que quisiera que Jane traicionara su pasado en beneficio de lo que es ahora. Aquílxxvi Jane encuentra a un aliado en Héverlé, que también dice renegar de todo su pasado:

      —Vivo sin recuerdos —dice en un tono que despierta al pequeño freudiano que hay en mí y hace que me pregunte de qué niñez miserable está huyendo cuando se refugia en el personaje cada vez más tenso que representa ahora.

      —Yo amo mi niñez —declara Bella—. Entonces era realmente yo misma. Después, mi vida se ha fundido con la de Luc.

      —Ellos se quieren a sí mismos —le dice Héverlé a Jane—, y nosotros no.

      —Ellos se quieren tanto como son ahora —le digo a Bella—, que no pueden soportar haber sido menos.

      Nos reímos, pero mientras rememoro mi niñez en las Indias, me asombra pensar de repente que escribir sobre aquella época me permite evadirme de todo lo que supone una carga para mí en el presente.

      —Lo que pensamos ahora de nosotros mismos es incorrecto, pero lo que pensamos de lo que fuimos es sin duda pura fantasía —dice Héverlé lanzándole la más desdeñosa de sus miradas a Bella.

      Y, como si hablara en mi lugar, Bella dice:lxxvii

      —Y, sin embargo, no me importa, pues puedo aplaudirme o reprocharme algo que hice hace años, tanto como algo que sucedió ayer.

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