Название | Ruina y putrefacción |
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Автор произведения | Jonathan Maberry |
Жанр | Книги для детей: прочее |
Серия | Ruina y putrefacción |
Издательство | Книги для детей: прочее |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786075572116 |
Benny se quedó mirándolo y luego al zombi, que intentaba escapar, retorciéndose y gimiendo.
—Tú… acabas de…
—Es práctica, Benny. He hecho esto antes. Vamos, ayúdame a levantarlo.
Se arrodillaron a ambos lados del zombi, pero Benny no quería tocarlo. Nunca antes había tocado un cadáver de ningún tipo, y no quería empezar con el que recién había tratado de morder a su hermano.
—Benny —dijo Tom—, ya no puede lastimarte. Está indefenso.
La palabra indefenso golpeó duramente a Benny. Le hizo recordar la imagen del Viejo Roger —sin ojos, sin dientes, sin dedos— y las dos mujeres que lo cuidaban. Y todos esos torsos desmembrados en la carreta.
—Indefenso —murmuró—. Dios…
—Vamos —dijo Tom con suavidad.
Juntos levantaron al zombi. Era ligero, mucho más ligero que lo que Benny había esperado, y lo cargaron y lo arrastraron al comedor, lejos de la ventana de la sala. La luz del sol entraba en rayos inclinados a través de las cortinas apolilladas. Los restos de una comida se habían convertido en polvo hacía largo tiempo sobre la mesa. Sentaron al zombi en una silla, y Tom sacó el rollo de cordel y lo amarró a ella. El zombi siguió luchando, pero Benny comprendió. El zombi realmente estaba indefenso.
Indefenso.
La palabra flotaba en el aire, fea y llena de un nuevo y terrible significado.
—¿Qué hacemos con él? —preguntó Benny—. Es decir… después.
—Nada. Lo dejamos aquí.
—¿No deberíamos enterrarlo?
—¿Por qué? Ésta fue su casa. El mundo entero es un cementerio. Si fueras tú, ¿preferirías estar en una cajita de madera bajo la tierra fría, o en el lugar donde viviste? Un lugar donde fuiste feliz y amado.
Ningún pensamiento le atraía a Benny. Tembló incluso aunque en la habitación hacía mucho calor.
Tom sacó el sobre de su bolsillo. Aparte del retrato de erosión doblado, había una pieza de papel membretado color crema en el que había varios renglones escritos a mano. Tom los leyó en silencio, suspiró y se dirigió a su hermano.
—Inmovilizar a los muertos es complicado, Benny, pero no es la parte más difícil —le tendió la carta—. Es ésta.
Benny tomó la carta.
—Mis clientes, la gente que me contrata para venir aquí, usualmente tienen un mensaje para sus seres queridos. Cosas que quisieran decir ellos mismos, pero no pueden. Cosas que necesitan que sean dichas, para que puedan tener un cierre. ¿Entiendes?
Benny leyó la carta. El aliento se atoró inesperadamente en su garganta, y asintió a medida que las primeras lágrimas rodaban por sus mejillas.
Su hermano volvió a tomar la carta.
—Necesito leerla en voz alta, Benny. ¿Entiendes?
Benny asintió.
Tom acomodó la carta para que la alumbrara la luz polvorienta, y leyó:
Mi querido Harold. Te amo y te extraño. Te he extrañado desesperadamente durante todos estos años. Todavía sueño contigo cada noche, y cada mañana rezo por que hayas encontrado la paz. Te perdono por lo que trataste de hacerme. Te perdono por lo que hiciste a los niños. Te odié por largo tiempo, pero ahora entiendo que no fuiste tú. Fue aquella cosa que pasó. Quiero que sepas que me ocupé de nuestros hijos cuando se convirtieron. Están en paz, y pongo flores en sus tumbas cada domingo. Sé que a ti te hubiera gustado. Le he pedido a Tom Imura que te encuentre. Es un buen hombre, y sé que será gentil contigo. Te amo, Harold. Que Dios pueda darte Su paz. Sé que cuando llegue mi hora me estarás esperando. Me esperarás con Bethy y el pequeño Stephen, y estaremos todos juntos otra vez en un mundo mejor. Por favor, perdóname por no tener el valor para ayudarte antes. Siempre te amaré.
Tuya por siempre,
Claire
Benny estaba llorando cuando Tom terminó. Se dio la vuelta, cubrió su rostro con las manos y sollozó. Tom se le acercó, lo abrazó y besó su cabeza.
Luego se alejó, tomó aliento, y sacó un segundo cuchillo de su bota. Éste, sabía Benny, era el favorito de Tom: una daga negra y larga, de doble filo, con una empuñadura estriada y una hoja de diecisiete centímetros. Benny no creía que fuera a ser capaz de mirar, pero levantó la cabeza y vio a Tom poner la carta en la mesa delante de Harold Simmons y aplanarla. Luego se colocó detrás del zombi y empujó suavemente su cabeza hacia delante, de modo que pudiera poner la punta de su cuchillo contra el hueco en la base del cráneo.
—Puedes mirar a otro lado si quieres, Benny —dijo.
Benny no quería ver, pero no apartó la mirada.
Tom asintió. Volvió a tomar aire y luego clavó la hoja en la parte trasera del cuello del zombi. La daga se deslizó casi sin esfuerzo dentro del espacio entre la columna y el cerebro, y el filo de la hoja rebanó por completo el tallo cerebral.
Harold Simmons dejó de resistirse. Su cuerpo no se estremeció; no hubo espasmo de muerte. Simplemente cayó hacia delante, retenido por el cordel de seda, y se quedó quieto. La fuerza que hubiera estado activa en él, el patógeno o radiación o lo que fuera que hubiese acabado con el hombre y dado paso al zombi, se había ido.
Tom cortó las cuerdas que retenían los brazos de Simmons y levantó ambas manos para ponerlas sobre la mesa, de modo que las palmas del muerto mantuvieran la carta en su lugar.
—Ten paz, hermano —dijo Tom.
Limpió su cuchillo y retrocedió. Miró a Benny, que estaba sollozando abiertamente.
—Esto es lo que yo hago, Benny.
13
En los cinco días posteriores a su regreso, Benny nada hizo. En las mañanas se sentaba en el jardín, invisible en la sombra fresca de la casa a medida que el sol se levantaba al oriente. Cuando el sol estaba en lo alto, Benny entraba en la casa, se sentaba en su habitación y miraba por la ventana. Al ponerse el sol, bajaba las escaleras y se acomodaba en el primer escalón del porche. No dijo más que una docena de palabras. Tom cocinaba las comidas y las servía, y a veces Benny comía y a veces no.
Tom no intentó forzar una conversación. Cada noche abrazaba a su hermano y le decía:
—Podemos hablar mañana si quieres.
Nix llegó el tercer día. Cuando Benny la vio del otro lado de la cerca del jardín, él sólo le dedicó un leve gesto de asentimiento. Ella entró y se sentó junto a su amigo.
—No sabía que hubieras regresado —dijo.
Benny guardó silencio.
—¿Estás bien?
Benny encogió los hombros pero siguió en silencio.
Nix se sentó con él por cinco horas y luego regresó a casa.
Chong y Morgie llegaron con guantes y una pelota de beisbol, pero Tom los recibió en la puerta.
—¿Qué le pasa a Benny? —preguntó Chong.
Tom bebía agua de una taza y contemplaba con ojos entrecerrados a unas abejas aturdidas por el sol, que flotaban sobre los arbustos.