Название | Ruina y putrefacción |
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Автор произведения | Jonathan Maberry |
Жанр | Книги для детей: прочее |
Серия | Ruina y putrefacción |
Издательство | Книги для детей: прочее |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786075572116 |
—¡Ése ya está muy dañado! —gritó un hombre de piel oscura con un parche sobre un ojo—. Hay que subirlo.
El hombre que aparentemente no sabía dar patadas vistosas levantó una espada con una hoja pesada y curva. Benny había visto imágenes de una espada así en el libro Las mil y una noches. Una cimitarra.
—Bien —dijo el espadachín—, ¿cuáles son los números?
—Denny hizo el suyo con cuatro cortes en tres punto un segundos —dijo Parche.
—Oh, demonios… Lo venceré. Toma el tiempo.
Parche sacó un cronómetro de su bolsillo.
—En sus marcas… listos… ¡fuera!
El espadachín corrió hacia el zombi más cercano, un adolescente que parecía haber tenido la edad de Benny en el momento de su muerte. La hoja se movió hacia arriba trazando una línea destellante que cortó el brazo derecho del zombi a la altura del hombro, y luego desvió su trayectoria y cortó el otro brazo. De inmediato, el hombre cambió de posición y lanzó un mandoble lateral que cercenó ambas piernas, a centímetros de la ingle. El zombi cayó al suelo y una pierna, de modo improbable, se quedó erguida.
Los tres hombres se echaron a reír.
—¡Tiempo! —gritó Parche, y leyó el cronómetro—. Carajo, Stosh. ¡Dos punto nueve segundos!
—¡Y tres cortes! —gritó Stosh—. ¡Lo hice en tres cortes!
Aullaron de risa, y el tercer hombre, Denny, se agachó, rodeó con sus brazos fuertes el torso sin miembros del zombi, lo levantó con un gruñido y lo llevó a la carreta. Parche le aventó los miembros —uno, dos, tres, cuatro— y Denny los fue añadiendo a la pila.
El juego de patadas empezó otra vez. Stosh sacó una pistola y disparó en el pecho a uno de los zombis que quedaban. La bala no le hizo daño, pero la criatura se giró en dirección del impacto y comenzó a caminar hacia allá. Denny gritó:
—¡Patada hacia atrás con salto y giro!
Y Parche saltó, giró en el aire y dio una patada salvaje al vientre del zombi, derrumbándolo hacia atrás, a donde estaban los otros. Todos cayeron, y los hombres rieron y se pasaron una botella mientras los zombis volvían a incorporarse torpemente.
Tom se inclinó para acercarse a Benny y murmuró:
—Es hora de irnos.
Empezó a alejarse, pero Benny lo alcanzó y lo tomó por la manga.
—¿Qué diablos estás haciendo? ¿A dónde vas?
—Lejos de esos payasos —dijo Tom.
—¡Tienes que hacer algo!
Tom lo encaró.
—¿Qué esperas que haga?
—¡Detenerlos! —dijo Benny en un susurro urgente.
—¿Por qué?
—Porque son… porque… —tartamudeó Benny.
—¿Quieres que salve a unos zombis, Benny? ¿Es eso?
Benny, atrapado en el fuego de su propia frustración, lo miró con rabia.
—Son cazarrecompensas, Benny —dijo Tom—. Les dan un pago por cada zombi que matan. ¿Quieres saber por qué no sólo les cortan la cabeza? Porque tienen que probar que fueron ellos quienes mataron a los zombis, y que no sólo recogieron cabezas de zombis que alguien más mató. Así que llevan los torsos de regreso al pueblo y los matan delante de un juez de recompensas, que les paga media ración diaria por cada muerte. Parece que tienen suficiente para conseguir casi cinco raciones diarias completas para cada uno.
—No te creo.
—Baja la voz —siseó Tom—. Y sí, sí me crees. Lo veo en tus ojos. El juego que estos tipos practican… es feo, ¿verdad? Te hizo enojar tanto que querías que yo fuera con ellos e hiciera algo. ¿No es así?
Benny enmudeció. Sus puños estaban apretados como dos nudos en sus costados.
—Pues bien, con todo lo malo que es esto… he visto cosas peores. Muchísimo peores. Por ejemplo, peleas donde ponen a un chico, tal vez alguien de tu edad, en un agujero excavado en el suelo, y luego echan a un zom. Si el chico tiene suerte, tal vez le darán un cuchillo o una estaca afilada o un bate de beisbol. A veces el chico gana, a veces no, pero los corredores de apuestas ya hicieron su fortuna. ¿Y de dónde salen los chicos? Ellos mismos se ofrecen a participar.
—Eso es una mi…
—No, no lo es. Si yo no hubiera estado presente, si tú hubieras vivido con la tía Cathy cuando ella se enfermó de cáncer, ¿qué hubieras hecho? ¿Cuánto hubieras arriesgado para asegurarte de que ella tuviera suficiente comida y servicio médico?
Benny sacudió la cabeza, pero la cara de Tom era de piedra.
—¿Me vas a decir que no intentarías ganarte tal vez un mes de raciones, o una caja llena de medicamentos, por noventa segundos en una pelea con un zom?
—Eso no pasa.
—¿No?
—Nunca he oído algo semejante.
Tom rio.
—Si hicieras algo así… ¿se lo dirías a alguien? ¿Se lo dirías siquiera a Chong y Morgie?
Benny no respondió. Tom señaló a los mercenarios.
—Puedo ir allá y tal vez detener a esos tipos. Tal vez incluso hacerlo sin matarlos y sin que me maten, pero ¿de qué serviría? ¿Crees que son los únicos que hacen este tipo de cosas? Ésta es la gran Ruina y Putrefacción, Benny. Desde la Primera Noche, aquí no hay ley. Lo que la gente hace aquí es matar zoms.
—¡Eso no es matarlos! Es enfermizo…
—Sí, lo es —dijo Tom suavemente—. Lo es, y no puedo decirte lo aliviado y feliz que me siento de escuchar tus palabras. De saber que lo crees.
Hubo más disparos y risas. Y otro disparo.
—Puedo detenerlos si quieres que lo haga. Pero eso no evitará lo que está pasando aquí.
Las lágrimas ardían en los ojos de Benny, y golpeó a Tom con fuerza en el pecho.
—¡Pero tú haces estas cosas! Tú matas zombis.
Tom sujetó a Benny y lo atrajo hacia él. Benny se resistió, pero Tom apretó a su hermano contra su pecho y lo retuvo ahí.
—No. Vamos… Te enseñaré lo que yo hago.
Soltó a Benny, puso una mano con suavidad en la espalda de su hermano, y lo guio de regreso a través de los árboles hacia la hierba alta.
11
No hablaron durante varios kilómetros. Benny no dejaba de mirar hacia atrás, pero ni siquiera él sabía si estaba verificando que no los siguieran o mirando con remordimiento porque no habían hecho algo al respecto. Su mandíbula dolía de tanto apretarla.
Llegaron a la cima de la colina que separaba el campo de hierba alta de una ladera que hacía una curva alrededor del pie de una enorme montaña. Había allí una carretera, una ruta asfaltada de dos carriles y cubierta de hierbajos. El camino se separaba hacia una cadena montañosa que se veía a la distancia y se desvanecía entre espejismos de calor hacia el sureste. Había huesos viejos entre las hierbas, y Benny no dejaba de detenerse para mirarlos.
—Ya no quiero hacer esto —dijo Benny.
Tom siguió caminando.