El guardián de la capa olvidada. Sara Maher

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Название El guardián de la capa olvidada
Автор произведения Sara Maher
Жанр Языкознание
Серия Trilogía Crónicas de Silbriar
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418390036



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en los últimos meses hablaba todas las semanas con ella. Era una guardiana de Argentina, creo, no estoy muy seguro. Mamá estaba muy preocupada por ella. Estaba teniendo un embarazo difícil.

      —¿Sabías que el padre de ese niño era un mago?

      —No tenía ni idea. —Suspiró lentamente, pensando en toda la información que Esther le habría ocultado para protegerlo. De sus últimos viajes apenas le habló—. Pero no era de un niño. Esa mujer estaba esperando trillizos, si no recuerdo mal.

      —¿Trillizos? ¡Los tres dones en uno! Lía debió pensar que ella era la madre de los elegidos... ¿Y qué pasó con ella? ¿Sabes algo?

      —No. Llegó un día en que no respondió a las llamadas de tu madre. Esther estaba convencida de que algo malo le había sucedido.

      —Estaban intentando descubrir la ascendencia de todos los guardianes con un libro.

      —El Libro de los Descendientes es uno de los tomos que forman parte del Libro de los Guardianes —escupió Jonay, como si estuviera impartiendo una clase de Historia—. El segundo corresponde al Libro del Destino, que narra las hazañas pasadas y futuras de los objetos. Y el último es el Libro de los Nacimientos, que tiene en su poder Prigmar, el duende de la tienda de los cuentos.

      —Es decir, si he entendido bien, en el Libro del Destino figuraría la capa y las peripecias de esta, incluso podría llegar hasta las elegidas si fuera necesario. —Daniel reflexionaba sobre las implicaciones de su propia afirmación—. En el de los Descendientes, quién la ha poseído hasta ahora, y en el de los Nacimientos, la ubicación de quién la tendrá.

      —¡Exacto! —exclamó Jonay—. Pero su localización no aparecerá en el libro hasta que su portador despierte.

      —Nos sería de gran utilidad ahora poder echarle un vistazo a alguno de esos libros —añadió Daniel, maldiciendo su mala suerte—. Podríamos tener más información sobre la dichosa capa.

      —Pero has dicho antes que todos los guardianes estaban despertando ahora, al mismo tiempo, aunque no estuviese escrito que fuese su momento —dedujo Luis con aire triunfal—. Tenemos que volver a la tienda. Ese duende que has nombrado antes debería saber algo.

      —Es una buena idea, papá, pero la capa es un objeto que está perdido en el tiempo. —Valeria resopló al encontrarse con otro callejón sin salida—. Tenemos que encontrarla primero, liberarla y lanzarla al mundo, como nos indicó Samara. Entonces, las coordenadas exactas del guardián aparecerán en el Libro de los Nacimientos. ¿Qué fue lo que consiguió averiguar mamá de la capa?

      —Cuando nació Érika, esa dichosa capa pasó a ser su prioridad. Probablemente, trataba de evitar todo esto que está pasando ahora. —Se encaminó hacia su despacho con paso apresurado y regresó con una inmensa carpeta—. Todavía conservo todos los dibujos de tu madre. Se obsesionó con ella.

      Luis esparció sobre la mesa algunos de los bocetos realizados con carboncillo en los que su mujer estuvo trabajando. En muchos podía apreciarse la enigmática prenda de vestir con toda claridad. Era un manto corto que no alcanzaba las rodillas del fornido modelo y con un sutil cuello que permanecía levantado cubriendo la nuca del hipotético guardián. Valeria advirtió que su madre la había dibujado desde diferentes perspectivas y que en su frente se sujetaba con un broche que contenía una frase ilegible.

      —¿Hizo más de estos? —Valeria miró a su padre con gran expectación.

      —Sí, se entretenía pintando paisajes de Silbriar y a algunos de sus conocidos. —Extrajo todas las ilustraciones de la carpeta y las puso en la mesa sin ningún orden—. A estas les dio color, vida. Así me hacía una idea más clara de los lugares sobre los que me hablaba.

      Daniel cogió una de ellas y esbozó una sonrisa al reconocer el poblado de Martel, con sus casas coloridas y sus adoquines azules. Después sujetó otra de las pinturas que le fue mucho más difícil de rememorar.

      —Son los Bosques Altos, pertenecientes a los elfos —lo ayudó Jonay al ver que titubeaba—. Tenía grandes manantiales y era un vergel inigualable. Claro que tú lo conoces como el Bosque de las Almas Perdidas. Cuando llegaste, Lorius ya había arrasado con él.

      —¿Y qué es esto? —preguntó Valeria mientras desplegaba un enorme plano sobre la superficie de madera. Todos clavaron sus ojos fascinados en él.

      —¡Es un mapa antiguo de Silbriar! —exclamó el guardián de Pan, maravillado—. Mantiene los antiguos límites del mundo mágico. ¡Clases de Geografía!

      —Tu madre fue trazándolo poco a poco mientras visitaba aldeas, montes, llanuras... ¡Es su obra maestra! —interrumpió Luis, dejando apreciar su orgullo contenido.

      —Esta región del centro norte con esta forma que casi imita a la de un diamante es Lumia —continuó explicando Jonay—, hogar de los mestizos y que todo mago evitó pisar jamás. Ahora podemos decir que es la capital. Fue donde Bibolum construyó su refugio secreto, convirtiéndose en el estandarte de la Resistencia. Ya nadie lo llama Lumia, sino Silbriar, por ser el único lugar de todo el mundo al que Lorius no consiguió acceder. El único pedazo de tierra silbrariana que no fue infestado por la oscuridad... Al norte de Lumia están los Bosques Altos, que están serpenteados por el Sendero de las Especias y que nos lleva a lugares como Martel, Gnimiar, las Cataratas de Yazu y los Acantilados de los Gigantes.

      —Donde se encontraba la Fortaleza de Lorius. —Valeria seguía absorta en los puntos que él iba señalando en el mapa. Su madre había citado a la mayoría con la vieja nomenclatura, con la que ella debió conocer a los pueblos durante su estancia en Silbriar.

      —Al sur de Lumia se encuentra el Bosque Plateado y antiguo Reino de las Hadas, el cual se extiende hasta la costa oeste. Aquí existía otra región donde habitaban los elfos del sur, Ipsia. No quedó nada de ella, pero creo que están tratando de reconstruirla. Si bajamos aún más siguiendo el Sendero de las Piedras Silentes, llegamos a nuestro querido desierto.

      —Es decir, que si Lorius intenta una reconquista —comenzó a elucubrar Daniel—, se haría primero con esta vía principal, y así mantendría contenidos a los nuevos elfos, a las hadas y... ¿Esto es Tirme? —Jonay asintió, mostrando una mueca de desagrado—. Y llegaría hasta las sacerdotisas que intentan restaurar la biblioteca por el este y hasta una comunidad de duendes que decidieron asentarse en Doria, una enigmática región dorada donde abundan los arcoíris.

      —¿Y qué son estos puntos negros fuera del continente? —preguntó Luis, deseoso de participar en la conversación.

      —Son islas; la mayoría, inexploradas. Hay muchas leyendas sobre los seres que habitan en las profundidades de los océanos.

      —Sobre estas hay unas siglas —señaló Valeria—. ¡ISN!

      —Ni idea —respondió el muchacho, encogiéndose de hombros—. Tal vez pertenezcan a la región de los Lagos Enanos, ya que están frente a sus costas. Aunque ahora los enanos están diseminados por todo Silbriar, sus dominios se extendían al oeste de Lumia. Y al norte de los Lagos Enanos se encuentran los famosos Valles Infinitos, delimitados por esta colosal cordillera, las Montañas Sagradas. Tu madre dibujó las principales regiones de Silbriar por aquel entonces. Ahora, todo es un caos. Pero si te fijas bien, hay también algunas áreas más pequeñas, como Cernia, Draghia o Nius.

      —Gracias por la clase de Geografía, pero no creo que nos sirva de mucho. —Daniel se cruzó de brazos y se recostó en el espaldar de la silla—. ¡No tenemos ni idea de por dónde demonios empezar a buscar esa maldita capa!

      Valeria hundió la cabeza entre sus manos y negó varias veces. Daniel tenía razón. Llevaban horas allí y ni siquiera habían avanzado lo necesario para trazar un plan que los llevase hasta la capa. Era como buscar una aguja en un pajar. De reojo, observó a Nico, quien, a pesar de mantener una postura incómoda, dormía a pierna suelta sobre el sillón. Tal vez debería descansar. Puede que así su mente fuera más ágil, quizá pudiera ver lo que sus ojos no hallaban. Se incorporó, estirando