El guardián de la capa olvidada. Sara Maher

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Название El guardián de la capa olvidada
Автор произведения Sara Maher
Жанр Языкознание
Серия Trilogía Crónicas de Silbriar
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418390036



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el bombardeo incesante de preguntas, Coril arrugó el rostro y volvió a ocultarlo bajo el manto negro.

      —Aquí no podemos hablar. No es seguro. Seguidme.

      Dio media vuelta y, cabizbajo, se aproximó a una puerta negruzca unos metros más allá. Antes de abrirla, comprobó que nadie estuviese mirando y entonces la empujó con prudencia. El chirrido de las bisagras oxidadas les dio la bienvenida, invitándolos a entrar en una estancia lúgubre y caótica. Daniel observó un camastro destartalado en un rincón y docenas de taburetes apilados en una barra decadente.

      —Antes era una taberna —se excusó Coril al tiempo que les ofrecía algunas de las banquetas del antiguo local—. No es muy cómodo, pero muy útil para alguien en busca y captura.

      —¿Por qué no te has escondido en el bosque? ¿Cómo te arriesgas a vivir aquí? —Daniel permanecía con el ceño fruncido, esperando una respuesta convincente del elfo. Este se acomodó en el mísero lecho y posó sus intensos ojos en Valeria.

      —Porque hice una promesa —contestó sin más—. Y no descansaré hasta cumplirla. Estoy buscando la capa, como se me encomendó en el oasis. Solo que es más escurridiza de lo que pensaba. Y después de abandonar ese infame desierto, me dirigí a Tirme, luego a la antigua Cernia, y ahora estoy aquí. Llevo unos días estudiando cómo esquivar a los guardias de la puerta e introducirme en el Refugio. Tengo que hablar con Bibolum.

      —Nosotros también hemos venido a eso —le aclaró Nico—. Pensamos que él podría orientarnos.

      —¿El gran mago está bien? —le preguntó Érika, intranquila.

      —Lo mantienen en una celda. —Coril negó con la cabeza—. Es lo único que he podido averiguar.

      —Pero ¿quiénes...?

      Nico fue interrumpido por la vehemencia de Valeria:

      —¿Dónde están los demás? ¿Qué sucedió en aquella montaña cuando te dejamos?

      Lo miró desesperada. Su historia sobre la capa debía esperar. Ella necesitaba conocer el paradero del resto con urgencia, saber que se encontraban bien, a salvo, lejos de las zarpas del enemigo. Pero Coril endureció el rostro y lanzó un amargo resoplido.

      —No sé exactamente qué sucedió —desveló el elfo, apretando los ojos y apartando la mirada de los chicos—. Los guardianes se retiraron sin más. Había herido a esa tal Nafula de gravedad, ya que una vez que interioricé las diferentes trayectorias posibles de sus agujas, me fue fácil doblegarla. Kwan también había recibido lo suyo, pero Ruby consiguió asestarle un golpe certero a Roderick y comenzó a desangrarse muy rápido. Entonces, Nora decidió cubrirlo y... —Se humedeció los labios, tratando de ganar un tiempo que ya estaba perdido—. Ignoro cómo fue, pero ella se despeñó por el precipicio y quedó inconsciente. No sé si fueron sus gritos desesperados al caer o el hecho de ver su cuerpo roto allá abajo, pero Ruby permaneció inmóvil unos segundos, mirándola... Creo que algo se encendió en su corazón y se ablandó. Y, de improviso, se fue; dio media vuelta y se marchó. Pudo acabar con la vida de Roderick en ese momento, rematar a Nora, que yacía agonizante. —Las lágrimas comenzaron a empapar su relato—. Y acabar con mi vida también, pues estaba en desventaja. Pero no lo hizo.

      —¿Dónde está Nora? —Érika lo acompañaba con sollozos angustiados.

      —Descendí con una de las cantimploras que habíamos llenado en el oasis. La otra se la dejé a Roderick para que fuera bebiendo poco a poco. Se suponía que eran aguas sanadoras, pero no fue suficiente, ya que apenas curaron la mitad de sus huesos. Nora no podía mover las piernas, así que la cargué sobre mi espalda con la esperanza de alcanzar el oasis antes de que fuera demasiado tarde. —Hizo una pausa y decidió levantarse—. Roderick consiguió ponerse de pie. Ya no brotaba sangre de su brazo, pero continuaba malherido. Salimos de aquellas montañas como pudimos. Temía perder a la niña, así que imploré como nunca lo había hecho para que la dichosa isla flotante continuara allí. Nora apenas respiraba y Roderick temblaba. La pérdida de tanta sangre estaba afectándolo. Y ya sin esperanza alguna, apareció ese maldito oasis sobre nuestras cabezas y, sin dudarlo, me columpié sobre sus raíces cargando a la pequeña, que perdió el sentido de nuevo. La deposité junto a uno de sus manantiales y regresé a por el grandullón. Perdí la noción del tiempo en aquel oasis; los días son lentos y las noches casi inexistentes. Entonces, vi un gran destello esmeralda que iluminaba el cielo de aquel paraje. Corrí hasta la catarata de la cual provenía. Estaba seguro de que eráis vosotros activando el portal. Pero cuando llegué, la balsa ya comenzaba el salto y advertí que Lidia no estaba en ella, sino que luchaba por no ser engullida por la corriente. Quise ir a ayudarla, pero el hijo de Lorius estaba allí también. Y fue cuando lo comprendí todo: la misión había sido un completo fracaso, vosotros volvíais a vuestro mundo sin ella y aquí comenzaba una guerra. Estuve varios días esperando a que Aldin o Samara regresaran, pero cada vez se hacía más evidente que no lo habían conseguido. Entonces, de repente —continuó, mostrando una sonrisa de oreja a oreja—, despuntaron unas alas en el horizonte. Batían furiosas, y pensé que mi corazón iba a salir disparado al descubrir que se trataba de tu dragón, Érika.

      —¡Brifin! ¡Está vivo!

      —Y cuando Nora despertó, decidimos abandonar el desierto. No podíamos permanecer allí mucho más, aislados de todo. En cuanto pisamos el Sendero de las Piedras Silentes, nos percatamos de las extrañas luces en el cielo. ¡Aquello era peor de lo que esperábamos! Teníamos que actuar con rapidez, pero la niña no estaba del todo recuperada, así que allí nos despedimos. Pagamos a un campesino con agua del oasis para que transportara a los dos en su carromato. Brifin los acompañaba, vigilando desde el aire para que nadie osara hacerles daño. El hombre conocía a una vieja sanadora muy eficiente, y como ignorábamos lo que sucedía en el Refugio, decidimos que no podíamos arriesgarnos a llevar a Nora hasta Libélula. Mientras tanto, yo me dirigí al nuevo Tirme en busca de respuestas sobre la misteriosa capa. No sabía que ibais a volver. Pensé que os quedaríais en vuestro mundo, a salvo. —Soltó una risa nerviosa—. Pero, claro, tú no te rindes nunca y has venido a recuperar a tu hermana.

      —Mi mundo también está padeciendo los efectos de los jinetes —replicó sin inmutarse—. No puedo dejar que en la Tierra se desate una guerra mágica. Los humanos no sobreviviríamos.

      —Pero ¡¿cómo puede ser posible?! —exclamó Coril, confundido—. ¿Vuestro mundo?

      —¡Son las brechas! —le aclaró Nico—. Creo que están rasgando el universo y, con ello, nuestra concepción del espacio-tiempo. No sabemos exactamente qué es lo que pasará, pero hemos vuelto para acabar de una vez por todas con Lorius.

      Con ojos lúcidos, Érika se acercó al elfo, que todavía no daba crédito a lo que escuchaban sus oídos, y mirándolo de manera compasiva, le aseguró:

      —Vamos a encontrar al guardián y él nos guiará a todos. Conseguiremos derrotar al brujo.

      —¿Qué has descubierto de la capa? ¿Algo que nos pueda ser de utilidad? —lo interrogó Daniel, ansioso.

      —Poca cosa —confesó—. Era considerado uno de los objetos más poderosos de aquellos que les habían sido entregados a los humanos. Después de la Gran Guerra, muchos magos decidieron ponerlo a buen recaudo. Habían caído en la cuenta de que si el portador del objeto fuese un humano ambicioso y poco fiable, podría desatar un grave conflicto, a pesar de que fueron forjados para que solo personas de noble espíritu los poseyesen. Pero viendo todo lo que está ocurriendo, no pongo en duda aquella decisión —admitió, colocando los brazos en jarra—. Las sacerdotisas me contaron que la capa estaba hechizada y que debía dirigirme a Cernia si quería más información. Y hasta allí fui, buscando a un viejo mago y antiguo maestro del Consejo, responsable también de que ese objeto no tenga nuevo dueño. Fue difícil dar con él. Vivía como un ermitaño, alejado de toda civilización, rodeado de animales y extensos huertos. ¡Ni siquiera parecía un mago de verdad!

      —¿Qué te contó? —La curiosidad era palpable en el