Estrategias de escritura en la formación. Daniel Brailovsky

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Название Estrategias de escritura en la formación
Автор произведения Daniel Brailovsky
Жанр Сделай Сам
Серия Universidad
Издательство Сделай Сам
Год выпуска 0
isbn 9789875386884



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un eco de aquel Nietzsche que buscaba transformar el amor al prójimo –ese amor tan inmediato, tan religioso, tan mezquino– en un amor por vidas ajenas, lejanas, desconocidas. Y esa transformación nos era dada gracias a la escritura. La escritura, entonces, como invitación a ir más allá de uno mismo, a salirse, a quitarse la propia modorra, un convite –hecho con gentileza y cuidado– para abandonar el relato repetido, la identidad del uno como centro de gravedad y como centro del universo. La imagen es conocida y aún así no deja de ser curiosa y amable: un fantasma comunitario –escribe Sloterdïjk– está en la base de todos los humanismos, una suerte de sociedad literaria devota e inspirada, en fin, una comunión en armonía.

      Permanezcamos un poco más en esta imagen, busquemos su contra-cara, o la revelación de un anverso. Antes, mucho antes de la llegada de eso que hoy llamamos –no sin cierta levedad– el Estado, o mejor aún, el Estado nacional, como dice Sloterdïjk, saber leer supondría: “algo así como ser miembro de una elite envuelta en un halo de misterio. En otro tiempo, los conocimientos de gramática se consideraban en muchos lugares como el emblema por antonomasia de la magia. De hecho ya en el inglés medieval se derivó de la palabra gramar, el glamour; a aquel que sabe leer y escribir, también otras cosas imposibles le resultarán sencillas. Los humanizados no son en principio más que la secta de los alfabetizados, y al igual que en otras muchas sectas, también en ésta se ponen de manifiesto proyectos expansionistas y universalistas”.

      Subrayemos algunas palabras de este fragmento, por ejemplo: elite, misterio, magia, glamour, secta. Es inmediata la sensación de un mundo partido, quebrado o dividido en función o en virtud o en el privilegio de la escritura y la lectura. Lo que no hace más que devolvernos a la creencia platónica de una sociedad en la cual todos los hombres son animales, lo que no deja de ser cierto, pero algunos de los cuales crían a los otros y los otros serán, siempre, los criados o, dicho de otro modo: los animales que leen y escriben educan a los animales que no lo hacen.

      Al alcance de la mano, lo que sigue: el humanismo de los siglos XIX y XX se hizo pragmático, el pragmatismo induce a lo programático y esa sociedad sectaria, mágica, creció hasta volverse en norma para la sociedad política: “A partir de ahí –continúa el filósofo mencionado– los pueblos se organizaron a modo de asociaciones alfabetizadas de amistad forzosa, unidas bajo juramento a un canon de lectura vinculante en cada espacio nacional.¿Qué otra cosa son las naciones modernas sino eficaces ficciones de públicos lectores que, a través de unas mismas lecturas, se han convertido en asociaciones de amigos que congenian?”. Ese humanismo, el humanismo de Estado es el origen de la imposición de la lectura y la escritura obligatoria: los clásicos, el canon, el valor universal de los textos nacionales.

      Ya tendríamos a disposición algunos argumentos para desentrañar tanto la vertiginosa actualidad de la escritura como una insistente impotencia. Las ideas del humanismo ya no pueden contra la época actual; no pueden, no tienen lugar, no caben, son anacrónicas. En buena medida porque también la escritura y la lectura se han transformado en mercancías y ya no requieren de lectores o escritores amables o amigos, sino de consumidores. Pero no voy a insistir en ello.

      Todo se ha sobrevalorado: la literatura, los textos y el espíritu nacionales, la escritura, la lectura. El mundo ya no está organizado por una sociedad ilusoria construida epistolarmente. Ya nadie cree en la docilidad o en la domesticación de la lectura. Ya nadie hablaría de las buenas lecturas o de las escrituras correctas. Inclusive decir que algo está bien escrito resulta más bien una sorpresa que un evidente eufemismo. La candidez no es de estos tiempos. Sabemos demasiado, estamos rodeados de especialistas que miran cómo se escribe, para qué se escribe, qué se escribe, cómo habría que hacerlo.

      No reniego de los estudios que se hacen. Inclusive éste que prologo podría ser un bello ejemplo del bien investigar para sostener lo que no sabemos. En todo caso no abandona las preguntas fundamentales que Sloterdïjk nos deja: “¿Qué amansará al ser humano, si fracasa el humanismo como escuela de domesticación del hombre? Qué amansará al ser humano, si hasta sus esfuerzos para auto-domesticarse a lo único que en realidad y sobre le han llevado es a la conquista del poder sobre todo lo existente? ¿Qué amansará al ser humano, si después de todos los experimentos que se han hecho con la educación del género humano, sigue siendo incierto a quién o a qué educa y para qué, el educador? ¿O es que la pregunta por el cuidado y el modelado del hombre ya no se puede plantear de manera competente en el marco de unas simples teorías de la domesticación y de la educación?”.

      Lo único que podríamos responder a este incesante cuestionamiento del filósofo es, precaria y provisionalmente: todavía la escritura y la lectura pueden considerarse como potencias educadoras, pero de un modo mucho más modesto de lo que se ha pensado hasta ahora. Y es modesto porque aún en su potencia deviene poder, selección, norma.

      II. Necesito regresar al libro que prologo y lo haré por otro sitio, por otras edades, por otras sensaciones. Una pequeña historia, una historia mínima, si se quiere:

      La niña mira a su madre mientras lee. La mira y murmura frases para sí misma. Todo está quieto ahora, en suspenso, como si un largo día no fuera otra cosa que un fin de tarde que nunca desaparece. Cuando la madre hace una pausa, la niña se le acerca y pregunta, con voz de secreto: “Mami: ¿qué estás haciendo?”. “Leyendo”, responde la madre. La niña insiste: “¿Qué es leyendo?”. La madre le muestra el libro a la niña y dice: “¿Ves? Aquí hay historias que todavía no conocemos. Hay que buscarlas. Eso es estar leyendo”. La niña se queda quieta y mientras acaricia el brazo de su madre, le pregunta: “¿Pero: leyendo es en las partes blancas o en las partes negras?”.

      Voy a servirme de esta viñeta, para sugerir, indicar, apuntar una pregunta crucial, aunque parezca mal escrita: ¿Qué es escribiendo? Nótese que se trata de una pregunta del todo diferente a aquella de: ¿qué es escribir?, y también de aquella de: ¿qué es la escritura? Sobre ello ya tenemos suficiente información, aún cuando sea ambigua y contradictoria y debamos distinguir, todavía, entre la racionalidad pedagógica y la racionalidad literaria. Sobre esto último volveré a insistir más adelante. Me parece que este libro –que alerta ya desde el comienzo no tratar sobre la escritura, sino sobre el escribir– le da a esa pregunta, así, con la voz en gerundio, una dimensión particular, un estatuto diverso. ¿Qué puede significar escribiendo, qué es estar escribiendo, para estudiantes y profesores en medio de prácticas de transmisión de saberes, valores, conocimientos, materias?

      Habrá que buscarle el sentido o el sinsentido a unas prácticas que se sirven de la escritura como lenguaje de formación y que transitan por el escabroso territorio que recorre un laberinto entre la experiencia y la técnica, entre la apropiación y la responsabilidad, entre los compromisos y los deseos.

      No hay nada claro al respecto. Lo que sabemos es que se pide la escritura, que es un pedido. Ya sea para relatar lo propio como para responder por un texto ajeno; ya sea para comentar o para definir; ya sea para elaborar como para puntualizar.

      No puede dejar de sorprendernos, aún en su aparente habitualidad, esa relación entre escritura y petición. Por varios motivos: en principio porque ello sugiere que lo escrito tiene sólo un valor de respuesta; enseguida, porque me da la sensación que –de ser en efecto una respuesta, o de tener apenas esa propiedad– no sabemos a qué con exactitud –¿a una pregunta escrita, o un texto leído, a un saber entregado, a una información solicitada, a una necesidad de completar una tarde, al puro y fresco deseo de que alguien se exprese con “propiedad”?; y por último: porque si la escritura fuese reducida a un mecanismo de intercambio estrecho, quedaría confinada al ejercicio de su corrección o de su adecuación y, por lo tanto, a la lógica de lo que es apropiado o inapropiado.

      Este libro nos ofrece una indicación que no deja de ser inquietante: en esas prácticas la escritura ocurre como devolución de lo leído, y lo leído es, muchas veces el apunte tomado en clase. Y he aquí una posible segunda derivación.

      La escritura es petición, sí, pero también es reflejo del dominio o no, de la capacidad o no, de la diversidad o no, de las prácticas de escritura. En este sentido: ¿cómo valorar lo que se ha pedido? No queda más remedio, pareciera, que someterlo todo