Momentos estelares de la NFL. Victor Hasbani Kermanchahi

Читать онлайн.
Название Momentos estelares de la NFL
Автор произведения Victor Hasbani Kermanchahi
Жанр Сделай Сам
Серия
Издательство Сделай Сам
Год выпуска 0
isbn 9788418282331



Скачать книгу

primer lugar, una patada podría otorgar un empate y enviar el encuentro a una prórroga a muerte súbita. Hay, sin embargo, factores en contra de esta opción: anotar el field goal, aunque desde una distancia muy favorable, no está asegurado, teniendo en cuenta las terribles condiciones meteorológicas y el hecho de que el pateador ya ha fallado en un intento previo. Del mismo modo, los de Green Bay deben considerar que, en caso de empate, sería el factor suerte el que jugase el papel más decisivo, ya que en una prórroga es el azar de un sorteo lo que determina qué equipo inicia con la posesión de la pelota. Dado que la prórroga es a muerte súbita, quien gana el sorteo ve disparadas sus opciones de triunfo.

      Segunda opción. Olvidarse del empate e ir a ganar intentando un juego de pase. Esta alternativa trae consigo ventajas: con un pase completo, los Packers ganan el partido. Si el pase resultara incompleto, probablemente podrían todavía jugarse la carta de la patada porque el reloj se detendría nuevamente dejando suficiente tiempo para patear. Desventaja: la defensa de los Cowboys ya ha noqueado ocho veces a Starr y si lo vuelven a hacer, el reloj no pararía y el partido moriría allí. Con derrota.

      La tercera opción es correr. Ventajas: no hay tanto riesgo como en un lanzamiento por alto. En caso de éxito, el partido se ha ganado. Desventaja: si la defensa de los Cowboys para al corredor, el reloj no se detendrá y el partido acabará. Otra desventaja a considerar: en los anteriores dos intentos de carrera, Anderson ha chocado contra un muro infranqueable. Lo más lógico en caso de carrera sería dársela a un running back, pero también existe la opción de que sea Starr el que, guiado por los bloques de su línea de ataque, lo intente. A ojos de los puristas, esta última opción suena a locura absoluta, pero, precisamente por ser tan descabellada, podría sorprender al muro texano. De este debate en la banda pasará a la leyenda la frase que Lombardi acabó espetando a Starr: «Sal y larguémonos de este infierno».

      Son dieciséis segundos de locura. Los Packers, gracias al trabajo del guard Jerry Kramer y del tackle ofensivo Forrest Gragg, logran generar un espacio transitable entre las humeantes huestes de Dallas que Starr aprovecha a las mil maravillas. ¡Touchdown Packers! El estadio trasciende el frío, los aficionados invaden la cancha y acaban desarraigando y tumbando los palos de las porterías. El tercer campeonato seguido de la NFL es ya una realidad. La leyenda de Lombardi y sus Packers se cincelará para la posteridad dos semanas más tarde bajo el confortable sol tropical de Miami. Lombardi guiará a los suyos a una contundente victoria 33-14 contra los Oakland Raiders de la AFL en la Super Bowl II.

      Si bien el termino «Ice Bowl» fue acuñado tiempo después, las crónicas del día siguiente ya llegaron cargadas de detalles sobre las condiciones de frío extremo. En ciertos momentos del encuentro la sensación térmica había llegado a ser de 46 grados bajo cero.

      Después de su segundo título en la Super Bowl, Lombardi nunca volvió a entrenar a los Packers. Pasó, eso sí, una temporada más en Wisconsin como director general. Tras su retiro, los Packers tardaron tres décadas en ganar otra Super Bowl. Vince decidió probar suerte en el banquillo de los Washington Redskins, pero el destino le concedió solo un año más antes de llevárselo consigo. Su misión en la tierra había concluido. Tras su muerte, la NFL le honraría poniendo su nombre al título más anhelado por todos en este deporte: el Trofeo Vince Lombardi.

      EL SÁBADO 2 DE ENERO DE 1965 fue un día húmedo, no especialmente frío, en la ciudad de Nueva York. Un día normal para millones de personas, y a la vez una efeméride que la ESPN recordaría 50 años después. Aquel día Joe Namath firmaba por los Jets y se convertía en el rookie con un contrato más alto en la historia de la American Football League15. El corresponsal de The New York Times describió el acto como «un evento de luces y alfombra roja, al más puro estilo Hollywood». Aunque no fue la meca del cine, sino los focos y ecos de la bulliciosa vida neoyorquina y su estilo de juego los que acabarían inspirando el apodo de este frenético jugador: «Broadway Joe».

      Namath firmaba aquel histórico contrato con los Jets justo un día después de haber perdido la Orange Bowl con Alabama ante Texas y tras rubricar una actuación memorable en la que, debido a una lesión, jugó sobre una sola rodilla. Fue un esfuerzo épico que le valió el MVP del partido, algo insólito estando en las filas del perdedor16, y que no le pasó desapercibido a Sonny Werblin, presidente de los Jets, que ansiaba construir un equipo ganador que compitiera de igual a igual con los mejores. Y así, pese a su maltrecha rodilla y los diagnósticos médicos que auguraban una carrera corta, de no más de cuatro temporadas al máximo nivel, Werblin estaba decidido a hacer de Namath el símbolo de sus Jets.

      A bordo del Pannonia, los abuelos de Joseph William Namath llegaron desde Hungría en busca del sueño americano. Tras pasar por Ellis Island, viajaron hasta Beaver Falls, al oeste de Pennsylvania. Su padre trabajaba en los altos hornos de una industria de acero cerca de Pittsburgh, y lo hacía con tanto esmero y en condiciones tan difíciles que Joe decidió desde muy chico que en su vida se dedicaría a cualquier oficio menos al de su progenitor. Por suerte, su talento no tardó en asomar. Desde adolescente se desempeñó con excelencia en cada deporte que practicaba, revelando una abrumadora explosividad. En una época en la que no se solían ver muchos mates en el baloncesto de instituto, Namath los hacía con sorprendente regularidad. Fue también un excelente jugador de béisbol. En el diamante destacó en el Beaver Falls High School con un impresionante promedio al bate de .66717. Joe poseía unas habilidades físicas fuera de lo normal a las que añadía una desbordante confianza en sí mismo. En la posición de quarterback, en su único año como titular en el instituto, acabó ganando todos los partidos.

      Durante el último año de liceo le llovieron ofertas de equipos de la Grandes Ligas de béisbol. Su gran sueño era lucir la camiseta de los Pittsburgh Pirates, el equipo de sus amores, liderado por el admirado Roberto Clemente18, amo y señor de la Ciudad del Acero en aquellos años. Sin embargo, la oferta más ventajosa fue la de los Chicago Cubs. Namath estaba muy ilusionado, pero su madre le prohibió aceptar un contrato profesional porque debía matricularse en la universidad. Tras la negativa, muchos ateneos intentaron recrutarlo, pero finalmente Joe optó por la Universidad de Alabama, que ya había forjado a dos de los más grandes quarterbacks de todos los tiempos: Bart Starr y su ídolo Johnny Unitas.

      Recién llegado al Sur profundo, encontró un ambiente muy distinto al de su Pennsylvania natal. Acostumbrado a la convivencia interracial, le impactó la estricta segregación que se respiraba en Tuscaloosa19. Su carácter díscolo le causó una suspensión al ser pescado consumiendo alcohol desaforadamente en una fiesta. Pero su talento descomunal enamoró a los aficionados locales y llevó a los Crimson Tide al título nacional20. Las puertas del fútbol profesional se le abrieron de par en par.

      Sus primeros tres años como profesional en Nueva York fueron un juego de todo o nada. Se convirtió en el primer quarterback en lanzar más de 4000 yardas en una temporada, pero también fueron habituales las intercepciones. Nunca se puso en discusión su talento. El debate siempre giró entorno a la regularidad y efectividad de su juego.

      Guapo y listo, encantador y peculiar, pronto se dejó seducir por la deslumbrante vida de Nueva York, y la sedujo a ella también: Namath copaba portadas y rodaba anuncios como el más experimentado de los actores. Se le podía ver cenando en Toots Shor’s, el famoso restaurante de la calle 51, con su legendaria barra circular en la que se habían sentado todos los grandes: de Sinatra a Hemingway, de Judy Garland a Yogi Berra. Su personalidad y juego convirtieron los partidos en el Shea Stadium, el nuevo recinto construido en el barrio de Queens que los Jets compartían con los Mets, en efervescentes eventos populares. Cuando estaba lesionado, en el banquillo solía lucir un fulgurante abrigo de visón blanco y unos excéntricos pantalones rojos que anticiparon la moda de los años setenta. Era el rey de la ciudad que nunca duerme. Y Namath no perdía el tiempo. Fue un asiduo de la mítica sala de bailes Copacabana —el lugar donde en 1957 Berra, Mantle y otros jugadores de los Yankees se habían enzarzado en una pelea con un tipo que había soltado insultos racistas a Sammy Davis Jr.— y del P.J. Clarke’s, un pequeño bar-restaurante de la calle 55 apreciado también por Nat King Cole y Buddy Holly, por no hablar del Pussy Cat, el antro donde las bailarinas del Copa acababan sus noches.