Название | El amor vive al lado |
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Автор произведения | Marion Lennox |
Жанр | Языкознание |
Серия | Bianca |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788413488882 |
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28001 Madrid
© 1998 Marion Lennox
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El amor vive al lado, n.º 1057 - octubre 2020
Título original: Dr Mciver’s Baby
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
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Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-888-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
LA DOCTORA Annie Burrows se pasaba la vida evitando a las mujeres y a los perros de Tom McIver, que parecían una maldición.
El bebé debió de llegar justo antes de la medianoche. Pero ni Annie ni Tom lo oyeron llegar.
Annie había estado levantada hasta las doce, escribiendo cartas médicas. Pero tenía que dormir en algún momento. Y eso pasaba por llamar a la puerta de Tom McIver y pedirle encarecidamente que se callara de una vez.
Había aislamiento contra ruidos entre el apartamento de Tom y el hospital, pero no en el tabique que separaba su casa de la de Annie. Así es que se oía a los perros ladrar y la mujer de turno reírse como una endemoniada.
–¡Callaos todos de una maldita vez! –murmuró Annie, mientras abría la puerta y salía al pasillo que comunicaba las dos puertas.
De pronto, tropezó con algo y, antes de que pudiera darse cuenta, estaba en el suelo.
No se hizo daño, pero se puso aún más furiosa de lo que ya estaba.
Durante diez segundos se quedó allí y juró con todas las expresiones prohibidas que existían.
–¡Voy a asesinarlo! –decía–. ¡Voy a terminar por ponerme violenta!
¿Tendría que terminar por marcharse de Bannockburn? No podía soportarlo.
Pero la idea le hacía ponerse aún más nerviosa. ¿Por qué tendría que sacrificar su vida? Le gustaba aquella pequeña ciudad del Sur de Australia.
El modesto hospital de sólo doce camas necesitaba dos médicos para atenderlo: Annie y Tom.
Tom McIver era cirujano, gran médico y tremendamente responsable en lo que a su trabajo se refería. Pero inmensamente irresponsable en su vida. Le gustaba jugar. Mucho. Le gustaba jugar con sus dos perros y sus múltiples mujeres.
No había ni una sola cara bonita en todo el distrito que no hubiera pasado por su cama. Tom se aprovechaba de lo guapo que era.
¿Y Annie?
Tenía veinticinco años y era siete más joven que Tom. Llevaba ocho meses en Bannockburn. Era estudiosa y tranquila.
Tom y ella hacían un buen tándem profesional. Pero en lo personal a Annie la desquiciaba aquella vida mujeriega de su colega.
Así que Annie tendida en mitad del corredor se sentía como una auténtica necia.
De pronto, el bulto con el que se había tropezado comenzó a moverse. Anna se apartó como si quemara. ¡Estaba vivo!
Agarró el paquete entre los brazos. Estaba calentito y mullido. Apartó ligeramente las ropas. De la profunda cavidad que formaban las mantas surgió un lloro.
¡Era un niño!
Los perros de Tom habían oído el ruido así es que se pusieron a ladrar como endemoniados al otro lado de la puerta. Ésta se abrió.
Allí estaba Tom, de pie, observando a una Annie patética, caída en el suelo con un bulto en los brazos.
Una voz femenina irrumpió.
–¿Quién es Tom? ¿Qué es eso que hay en el suelo?
–Es Annie –dijo Tom desconcertado–. ¿Qué haces ahí?
Annie no respondió. Con una mano trataba de defender al bebé de las babas de los perros y con la otra intentaba apartar las ropas para ver si estaba bien. Se había tropezado con él y podía estar herido.
–¿Te has hecho daño? Annie, ¿qué es eso? –de pronto reparó en lo que llevaba en los brazos–. ¿Qué demonios…?
–¡Aparta a los perros! –exigió Annie–.