Amor sobre ruedas. Mara Oliver

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Название Amor sobre ruedas
Автор произведения Mara Oliver
Жанр Языкознание
Серия HQÑ
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788413487021



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su atención, deprisa:

      —¿Tú tocas algo más aparte del violín?

      Alba asintió.

      —El violín y el piano, también toco otros instrumentos como la guitarra y, bueno, uno de mis alumnos me regaló un clarinete el año pasado. Me pareció una de las cosas más bonitas que me han pasado nunca y ahora estoy aprendiendo a tocar el clarinete. Los profes de Música no dejamos de aprender, la música está viva.

      Óscar paró la reproducción de la radio, una canción suave que había estado sonando tan bajo que no se imponía al batir de los retrovisores sobre el parabrisas.

      —Me pregunto qué escucha una profesora de música cuando no está de servicio. —Óscar le mostró una sonrisa traviesa e insistió—: Puedes conectarte a la radio del coche y hacer de DJ en lugar de las playlists que he preparado, que a lo mejor no te gustan.

      Alba no le dijo que había escuchado muchas de sus playlists y que sí que le gustaban, simplemente accedió:

      —Está bien, ¿qué os apetece escuchar? Tengo un poco de todo.

      Óscar se encogió de hombros.

      —Pon algo que creas que me podría gustar, usa ese ojo clínico que has dicho que tienes.

      Capítulo 12

      Mojabragas

      Alba sincronizó su lista de reproducción con la radio del coche y buscó su canción favorita, la que compartían en los perfiles.

      —Voy a ir a lo seguro, porque lo he visto en tu perfil —repuso, con una sonrisa tímida—. Compartimos la misma canción como favorita. Espero que a Claudia también le guste.

      En cuanto sonaron los primeros acordes, Claudia soltó un bufido muy sonoro y protestó:

      —¡Pues menudo ojo clínico! No, por favor, ¡una del Navas, no! Lo siento, pero no puedo con el mojabragas ese.

      Óscar sabía lo que la actriz iba a decir porque estaba en el guion, aunque en un principio habían acordado que sería él quien pusiese uno de sus propios temas. Se rio y esperó a que Alba lo defendiese.

      Ella se limitó a poner la siguiente canción de la lista, una de los Beatles.

      Claudia aplaudió la decisión.

      —Oh, sí, esta es mucho mejor. Espero no haberte ofendido —se disculpó, mirando a Óscar de pasada, pero centrándose en Alba para recriminarle, indiferente—: A lo mejor eres una superfán del Navas o algo así.

      —Algo así —replicó Alba, distante, sin dejar de mirar por la ventanilla—, pero no me ofendes. Y es verdad que es un mojabragas.

      Óscar se quedó lívido, la actriz disfrutó de su reacción y recalcó:

      —Ah, ¿sí?

      Alba sonó resuelta y decidida:

      —Sí, a mí se me mojan las bragas siempre que lo escucho. Pero ahora me preocupan más tus bragas, mientras sigan secas y los gemelos en su sitio, por mí bien, te pongo todas las canciones que tú quieras.

      Óscar echó el cuerpo hacia delante, como si Alba le hubiese dado una patada en el respaldo, después se rio al ver cómo ella también se reía.

      Los gestos de Óscar a menudo eran un poco exagerados, aunque espontáneos. No podía evitarlo, desde pequeño había crecido bajo los focos, solía gesticular mucho y sabía cómo hacerlo para marcar sus rasgos más favorecedores, pero esa vez sus ojos, sus hoyuelos y su mandíbula no quedaban a la vista, todos sus encantos más característicos estaban mitigados por el disfraz.

      Claudia siguió con el guion:

      —No quería ofenderte, de verdad, pero es que el Navas es para adolescentes.

      —Yo no diría exactamente eso. —Alba sonó cansada, como si hubiese explicado lo mismo muchas veces—. En la adolescencia, el fenómeno fan se vive como el primer amor. Es una reacción química interesante. La música provoca en el cerebro una respuesta química muy placentera, liberando grandes dosis de dopamina. Podría decirse que los fans están enamorados, en cierto modo.

      —Tú has dicho que eras superfán —le interrumpió Claudia, diciendo palabra por palabra lo que le ordenaban por su pinganillo—. ¿Quieres decir que estás enamorada del Navas?

      Óscar contuvo el aliento, esperando la respuesta.

      —Yo no soy adolescente —contestó Alba, sin darle más importancia—, pero te digo lo mismo que antes: algo así.

      Claudia asintió, aunque su gesto no indicaba que entendiese a lo que Alba se refería, sino que estaba preparada para declamar lo que le acababan de dictar y lo repitió:

      —Es que de verdad no quiero molestarte, pero me sorprende que una mujer como tú, profesora de Música y todo, tenga como su canción favorita una de ese tío. Me ha sorprendido mucho… Que te gusten los Beatles es lo normal.

      Alba tenía espíritu conciliador y le daba igual que aquella mujer pretendiese ofenderla o no, pero la alusión a lo que debía de ser «lo normal» le hizo revolverse en su asiento y le afiló la lengua. Estuvo a punto de contestarle, pero se la mordió y se contuvo.

      Claudia, por el contrario, continuó:

      —Los Beatles son música de verdad, de la buena, auténtica, y no esos cantantes que hacen gritar a las niñas como locas. Por mucha química que me digas que produce su cerebro, no sé. No lo entiendo.

      —No puedes juzgar a nadie por la reacción que provoca en los demás cuando le ven —respondió Alba, cerrándole la boca con una sonrisa—. Además, la mayoría de las fans de Elvis y de los Beatles eran chicas jóvenes que gritaban como locas.

      Claudia se quedó callada y los guionistas también, pero Óscar preguntó, avispado:

      —¿Y tú cómo reaccionarías si de pronto te encontrases con el Navas por la calle?

      Alba se lo pensó un instante. Era algo que había imaginado muchas veces, de muchas maneras distintas en una miríada de fantasías diferentes, pero no se había parado a pensar qué haría en el mundo real.

      —Haría como que no lo conozco —decidió—. Él seguiría andando, me dejaría atrás y yo le miraría el culo de cerca, que tampoco es un mal plan.

      Volvieron a sonreírse a través del espejo retrovisor, a Óscar se le erizó la piel y Alba sintió un cosquilleo en el estómago.

      —¿Y si él te hablase? —insistió Claudia.

      Alba contestó rápido:

      —¿Por qué iba Óscar Navas a hablarme a mí?

      Claudia resopló con hastío, como si fuese evidente:

      —Ay, chica, pues no sé. Ponte en situación, imagina que sales a comprar el pan y el Navas, con el cochazo que debe de tener, va y frena a tu lado a lo Pretty Woman, para preguntarte por una dirección, como si tú fueses Julia Roberts. Eso puede pasar, es raro, pero puede pasar… ¿Qué harías?

      Alba no se lo pensó mucho.

      —Le daría la información y haría como que no tengo ni puñetera idea de quién es, como la protagonista de Cantando bajo la lluvia. Para él tiene que ser un alivio que no todo el mundo se desmaye a su paso.

      Óscar disfrutó la referencia porque era otra de sus películas favoritas, otro punto más a su favor; en contra, la reacción que ella había elegido. ¿Y si le había reconocido y estaba fingiendo?

      Claudia bufó:

      —¡Pues vaya, no eres tan superfán como pensaba! ¿Le dejarías marchar y te perderías la oportunidad de conocerle?

      Óscar las observaba con la sombra de la duda empañando sus gafas de aviador,