Название | Las promesas de Dios |
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Автор произведения | R. C. Sproul |
Жанр | Философия |
Серия | Serie de Teología clásica |
Издательство | Философия |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9781629461991 |
Esta idea está relacionada de manera inquebrantable con el evangelio mismo. Cuando los apóstoles abordaron el evangelio en su predicación en el libro de Hechos o en sus cartas, hablaron de cómo Dios había preparado la historia para la venida de Su Hijo. Todo en la historia del Antiguo Testamento, antes del nacimiento de Cristo, avanzaba hacia ese momento kairótico. Todo después de la muerte, resurrección y ascensión de Cristo se remite a esos momentos kairóticos que dieron forma a todo el futuro del pueblo de Dios. Pero el contexto de la redención es la historia real, no algún ámbito espiritual que está fuera de las dimensiones medibles de la historia tal como la conocemos.
EL CONCEPTO HEBREO DE PACTO
En el Antiguo Testamento, la palabra traducida al español como pacto es la palabra hebrea berîyth. El Nuevo Testamento, sin embargo, está escrito en griego. La traducción griega del Antiguo Testamento, la Septuaginta, fue producida por judíos exiliados durante el proceso de helenización de Alejandro Magno, que hizo que las naciones y los pueblos subyugados hablaran griego. Para que las Sagradas Escrituras de los hebreos no se perdieran mientras los judíos eran forzados a hablar griego, un equipo de setenta eruditos judíos se reunió y tradujo las escrituras hebreas al griego. Ese fue un evento muy importante en la historia del judeocristianismo, porque allí comenzamos a ver cómo los conceptos del Antiguo Testamento se traducían al idioma griego, un idioma que no era nativo para el pueblo del antiguo pacto. La Septuaginta, por ende, es casi como una clave para descifrar un código, porque con ella podemos ver cómo los judíos tradujeron sus propias escrituras al griego y luego comparar cómo los escritores del Nuevo Testamento usaron el mismo idioma.
Uno de los problemas con los que lucharon los judíos que produjeron la Septuaginta fue la elección de una palabra para traducir berîyth del hebreo a al idioma griego. No había palabras que realmente coincidieran con el término hebreo berîyth, que ahora se traduce al español como pacto. La elección se redujo a un par de palabras y la que ganó fue diathēkē. La mayoría de las veces, diathēkē se usa en el Nuevo Testamento para traducir la palabra hebrea berîyth o el concepto hebreo de pacto.
Esta palabra, diathēkē, es en cierta medida la fuente de la confusión entre “antiguo pacto” y “Antiguo Testamento”, y entre “nuevo pacto” y “Nuevo Testamento”. La razón es que diathēkē puede traducirse no solo como “pacto”, sino también como “testamento”. Sin embargo, en la época de la Septuaginta, un testamento en la cultura griega tenía un par de cosas que lo hacían significativamente diferente del concepto de pacto del Antiguo Testamento. Primero, en la cultura griega, un testamento era algo que el testador podía cambiar en cualquier momento, mientras él estuviera vivo. Una persona podía elaborar su última voluntad y testamento, enojarse con sus herederos designados, y sacarlos del testamento. Yo les digo esto a mis hijos: “¡Están fuera del testamento!”. Por supuesto, solo estoy bromeando cuando digo eso, pero en realidad sucede que las personas pueden ser desheredadas, dejadas fuera del testamento de alguien. Sin embargo, cuando Dios hace un pacto con Su pueblo, puede castigarlos por romper Su pacto, pero Él nunca abandona las promesas del pacto que hace.
La segunda razón por la que diathēkē fue una mala elección es que los beneficios de un testamento no se reciben sino hasta después de que el testador muere. Pero cuando Dios entra en un pacto con las personas, ellas no tienen que esperar a que Él muera para heredar las bendiciones de ese pacto, porque Él no puede morir. Entonces, dadas esas dos grandes debilidades, nos preguntamos por qué los traductores de la Septuaginta eligieron la palabra griega diathēkē para traducir el hebreo berîyth.
Esto es relevante para nosotros porque los hebreos concebían un pacto no simplemente como un acuerdo, sino como un acuerdo aunado a la promesa divina, que reposa en última instancia en la integridad de Dios, no en nosotros como socios débiles del pacto. Esto es muy importante para nuestra comprensión de las promesas del pacto de Dios.
La otra palabra griega que fue considerada para traducir berîyth en la Septuaginta fue sunkatathesis. Tiene el prefijo sun- o syn-, que encontramos en las palabras sinónimo, sincretismo, sincronización y otras similares; significa simplemente “con”. La idea de sunkatathesis en la cultura griega era un acuerdo entre socios iguales. Pero los hebreos no habrían aceptado eso. Ellos no querían usar esa palabra como la traducción de berîyth porque querían señalar claramente que los pactos que Dios hace con Su pueblo se hacen entre un superior y un subordinado, no entre dos partes iguales. Por tanto, esa palabra fue rechazada.
Regresaron a la palabra diathēkē porque en su uso original, antes de que evolucionara en la cultura griega hasta usarse como la palabra para “testamento”, tenía una referencia a lo que se denomina “la disposición para uno mismo”. Un diathēkē tenía que ver con la disposición de un individuo de sus bienes o propiedades para sí mismo; es decir, se refería a su derecho soberano de determinar a quién se le daría su patrimonio. Ese era un elemento que armonizaba bien con el concepto hebreo, porque Dios elige dar Sus promesas a quien Él quiere darle esas promesas. Él hizo un pacto con Abraham que no hizo con Hammurabi. Él escogió a los judíos; no escogió a los filisteos. Él entró en una relación de pacto con ellos y dijo: “andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo” (Levítico 26:12). Esa no fue una elección que hicieron los israelitas, sino una elección hecha por Dios. Así que, si bien la palabra griega diathēkē conlleva cierta confusión por su contenido en la cultura griega, esta palabra, más que cualquier otra palabra en ese idioma, transmite la idea de algo más allá de un acuerdo que es tan importante para nuestra comprensión de la noción hebrea de pacto. Al observar los diversos pactos de las Escrituras, espero que sea más claro cuán importante es esto para nuestra comprensión de la estructura de la revelación divina.
DISTINGUIENDO LOS PACTOS
Como mencioné, usamos los términos “Antiguo Testamento” y “Nuevo Testamento”, así como “antiguo pacto” y “nuevo pacto”. Yo solía molestar a mis alumnos preguntándoles: “¿quién es el profeta más importante del Antiguo Testamento?”. Ellos decían: “Elías”, “Isaías”, “Jeremías”, “Ezequiel” o “Daniel”. Entonces yo les respondía: “No, no, el profeta más grande del Antiguo Testamento es Juan el Bautista”. Ellos siempre se indignaban. Respondían: “¿Qué quieres decir? ¡Él está en el Nuevo Testamento!”. Ese era el punto que quería transmitir. Jesús dijo: “De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista” (Mateo 11:11). Sí, leemos del nacimiento de Juan el Bautista en el libro que llamamos el Nuevo Testamento. Pero en términos de la historia de la redención, o del plan de redención de Dios, el nuevo pacto aún no se había establecido en el momento del nacimiento de Juan. Leemos sobre él en el Nuevo Testamento, pero el periodo de la historia de la redención en que nació Juan fue el antiguo pacto. Él perteneció a ese periodo de la historia de la redención.
Hay un sinfín de debates sobre cuándo comenzó realmente el periodo del nuevo pacto. Algunas personas dicen que comenzó en el momento de la resurrección de Jesús y otras señalan el día de Pentecostés. Estoy convencido de que el nuevo pacto comenzó en el aposento alto la noche anterior a la muerte de Jesús, cuando Él cambió el significado de la Pascua y declaró la creación de un nuevo pacto en Su sangre—que Él ratificó al día siguiente en la cruz. Por tanto, creo que ahí es cuando realmente comenzó el periodo de la historia de la redención que llamamos el nuevo pacto.
Sin embargo, podemos ver la confusión, porque