Название | Verdad tropical |
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Автор произведения | Caetano Veloso |
Жанр | Документальная литература |
Серия | Historia Urgente |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878303239 |
Arena canta Bahia se estrenó en un teatro relativamente grande, el TBC, que había sido el escenario del Teatro Brasileiro de Comédia, pero no tuvo ni por lejos el éxito de Arena conta Zumbi. La diferencia en la recepción era merecida. Zumbi era, aun olvidando la fuerza de su originalidad, una especie de musical del off Broadway a punto de pasar a Broadway; Arena canta Bahia nos hacía pensar solamente que un show simple como los del Vila Velha habría sido nuestra mejor carta de presentación.
Recuerdo un comienzo de discusión con Boal por nuestras opiniones diametralmente divergentes en relación con otro espectáculo musical que se había estrenado en Río. Era el inolvidable Rosa de Ouro, que descubrió a Paulinho da Viola (a los veinticuatro años) y a Clementina de Jesus (a los sesenta) y trajo de vuelta a la veterana Araci Cortes. Este espectáculo, que me conmovía por el modo poético en el que presentaba músicos auténticos de la tradición del samba carioca más refinada, le resultaba “folclórico” a Boal. Yo, por supuesto, era demasiado tímido como para argumentar en contra de Boal, por quien sentía respeto y admiración, y a él no le preocupaba lo suficiente mi opinión como para alentar una verdadera discusión. Pero me pareció que rechazar un espectáculo como aquel era desaprovechar una oportunidad poco común de ver expuesto con claridad un tipo de belleza al que podíamos aspirar. También pensaba que el nacionalismo de los intelectuales de izquierda, como mera reacción al imperialismo estadounidense, tenía poco o nada que ver con el gusto por las cosas de Brasil o con proponer –lo que a mí me interesaba más–, a partir de nuestro estilo propio, soluciones originales para los problemas del hombre y del mundo. La única solución era conocida y llegó aquí ya lista: alcanzar el socialismo. Y para ello cualquier truco servía. Todo gesto que mostrara interés en refinar la sensibilidad –tanto en el contacto más profundo con nuestras formas populares tradicionales como en la actitud de vanguardia experimental– era considerado un desvío peligroso e irresponsable.
Esas discrepancias con el gusto y las posiciones de Boal eran un factor más de la infelicidad de mi estadía en San Pablo. No solo estaba en una ciudad que me parecía fea e inhóspita –un caos de rascacielos, polución y embotellamientos–, también estaba descubriendo que ni siquiera podía insinuar mi modo de ver las cosas en los ambientes generadores de cultura. Y, si bien es cierto que la llegada de Bethânia al estrellato me había abierto puertas en el terreno profesional, eso no significaba necesariamente que la intervención estética que yo consideraba correcta fuera posible.
Todo eso, sin embargo –y a pesar de mi sufrimiento– muestra la riqueza de mi experiencia con Boal. Fue un período de adiestramiento escénico y, por otro lado, me sirvió como una etapa de sociabilidad en un gran centro cultural. Las discrepancias en el punto de vista y la actitud que se encontraban en estado embrionario en aquella época se desarrollaron y profundizaron en dos años y, durante el tropicalismo, teníamos posiciones ostensiblemente antagónicas; pero en ningún momento perdí de vista la importancia de Boal y del Arena. Tengo certeza además de que Boal debe haber visto algo en mí ya que una vez me ofreció el rol principal de una versión politizada de Hamlet.
Resulta conmovedor también pensar que Bethânia, a esa altura ya exitosa en todo el país, compartió el escenario con sus compañeros (desconocidos para el público), obedeciendo la valiente decisión de Boal. De hecho, después de Arena canta Bahia, Boal dirigió otro musical –Tempo de guerra–, en el que Bethânia estaba al frente del mismo elenco de bahianos (sin mí). Como extrañaba Bahía y a mi novia que se había quedado allí –Dedé, una estudiante de danza con quien me casaría dos años más tarde, en pleno tropicalismo–, me fui de San Pablo y volví a Salvador a vivir, noviar y planear perezosamente un futuro de cineasta o profesor: mi incapacidad para orientar los arreglos según mi gusto y mis ideas –cosa que siempre atribuí a la mediocridad de un talento musical que creía imposible de desarrollar– me hacía soñar otra vez con un futuro alejado de la música. A esa altura –y justamente debido a los problemas que tuve que enfrentar en San Pablo– ya no me parecía contradictorio que me gustasen casi con la misma intensidad Ray Charles y João Gilberto y, si bien deseaba que mis amigos músicos también pudiesen pasar de uno al otro en vez de quedar atados a un sub-pré-bebop homogeneizado, yo me estaba preparando para estar a la altura de acoger la siguiente sugerencia de Bethânia: prestarle más atención a Roberto Carlos.
8 Maria Bethânia, tú eres para mí / la señora del ingenio. [N. de la t.].
9 Adiós, mi Santo Amaro / De esta tierra me voy a ausentar / Me voy para Bahía / Voy a vivir, voy a morar / Voy a vivir, voy a morar. [N. de la t.].
10 Murió en 2008, a los 65 años.
11 Cantar es más que recordar / Más que haber tenido aquello entonces / Más que vivir, más que soñar / Es tener el corazón de aquello. [N. de la t.].
INTERMEZZO BAHIANO
Los meses (casi un año) que viví en Salvador fueron felices y sin perspectivas. Dedé y yo íbamos a pasar días enteros en la playa de Itapuã. Fernando Barros, mi compañero del Severino, tenía una casa de veraneo que su madre no usaba casi nunca fuera de temporada y a veces pasábamos dos días seguidos allí. Como los padres de Dedé no lo habrían aprobado