Todos fueron culpables. Lilian Olivares de la Barra

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Название Todos fueron culpables
Автор произведения Lilian Olivares de la Barra
Жанр Сделай Сам
Серия
Издательство Сделай Сам
Год выпуска 0
isbn 9789561426160



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      Carlos tenía un cierto retraso intelectual. No se llevaba mal con nadie, salvo cuando le venían los arrebatos y se ponía contestador. Mariela y Paola, en cambio, comenzaron a tener conflictos. No era fácil para la hermana mayor tratar a Paola, a quien había tenido en los brazos y ahora veía como adulta, cuidando Mirza, la más chica. “La Paola era como una niña grande, ¡pero tenía apenas seis años! Me quería mandar a mí. Nos empezamos a llevar mal. Éramos peleadoras. Nunca parábamos de discutir. Yo, además, tenía miedo de que Simón me tratara mal, porque hay padrastros que te odian. Pero mi tío Simón nos compraba cosas por igual a las tres”.

      Mantener a ese crecido familión puso más difícil la situación económica de los Pacajes Canqui. Entonces Simón decidió dejar el Valle de Azapa e ir a buscar nuevos rumbos a Copiapó, atraído por el auge de las mineras.

      EN LA TIERRA DE LAS RICAS MINAS

      En Arica hay trabajo, pero no es tan bien pagado como en Copiapó, donde las calles se ven copadas por vehículos del año. Simón no pretendía tener auto; ni se lo soñaba. Sólo buscaba una cierta tranquilidad con su familia.

      Dejó a Mery con los cuatro hijos en Arica y viajó 1.270 kilómetros a la ciudad minera de la III Región. “Teníamos que hacernos de nuevo”, cuenta, recordando esos 15 primeros días que pasó solo en la tierra donde muchos buscan hacerse ricos.

      Lo primero que tuvo a la vista fue encontrar un lugar donde pudiera llegar su familia.

      —Me pesqué un terrenito arriba, por los cerros. Había unos basurales cerca, fui a buscar los palos y con eso me hice la casa. Y con madera terciada para el techo.

      No tenía agua. A una cuadra del terreno que se tomó había un pozo. Allá partía con un balde a buscarla. Como sus otros vecinos, se colgó de un poste para tener luz.

      A los 15 días llegó Mery con la hija menor, Mirza. Después, cuando ya habían conseguido cobijas para que durmieran, lo hicieron Paola, Mariela y Carlos.

      Era el año 2007. Por primera vez, Mery sintió el peso de la discriminación. Había entrado a un curso de pastelería cuando un día escuchó que una compañera le comentaba a otra: “Esta es peruana, una quitahombre”.

      Mery habla con frases cortadas y, a veces, en forma confusa, especialmente cuando está nerviosa. De modo que no era difícil confundir su acento con el de una peruana. Y es posible que sienta que su condición de boliviana la pone en un pie superior al de una vecina del Perú.

      —Me sentí muy mal, porque la mujer me miraba feo. La persona que estaba adelante le dijo: “No puedes hablar así, no puedes discriminar a las otras”. Me miraban para abajo. Te comparan…

      No le fue fácil adaptarse, ni encontrar trabajo. Para peor, pasaron los meses y a Simón se le acabó su contrato.

      —Tuve que volver a trabajar a Arica, en la construcción, en agosto.

      Mery se quedó con los niños en Copiapó. Simón le mandaba plata. Ella a veces trabajaba en la agricultura, como temporera. También se preocupó de buscarles escuela a los hijos, pero tuvo un gran traspié que a la larga resultó fatal: en el colegio le pidieron los documentos de Mariela y Carlos.

      Entonces, decidió partir en busca de los papeles. Y ahí comenzó el principio de su peor pesadilla…

      CAPÍTULO 2

      CAMA DE ESPINAS

      El comidillo del barrio dijo que Mery partió a Arica detrás de su hombre, Simón. Pero en Arica, en esta ocasión, escasamente se vieron. Ella andaba detrás de los papeles de identidad de sus hijos. Él, buscando cómo ganarse la vida.

      Cuando un extranjero se instala en otro país en busca de mejores oportunidades, puede ser capaz de ir a los lugares más ignotos. Al menos, eso hizo Simón y por lo mismo terminó en una “cama de espinas”.

      Ese es el significado de Chapiquiña: “cama de espinas”, el nombre aimara que recibe la pequeña localidad ubicada en la comuna de Putre, a más de 100 kilómetros de Arica, hacia el interior. Allí estuvo Simón casi un año construyendo canales de regadío.

      Durante ese tiempo su familia se dispersó.

      Mery partió al norte a conseguir los pasaportes de sus hijos mayores, Mariela y Carlos, a quienes había ingresado al país en forma clandestina. Los llevó consigo y también a Mirza, la menor. Dejó a Paola, con ocho años, encargada en la casa de un primo de Simón, que vivía en la Población Juan Pablo II, a dos viviendas de la suya.

      Había matriculado a Paola en abril de 2009 en el colegio, para que hiciera primero básico, y a la niña le iba bien. No quería que perdiera clases.

      —Y agarré a la Mariela, a la Mirza y al Carlos y me fui a Oruro.

      En Oruro, Bolivia, estuvo durante un mes intentando encontrar al padre de sus dos hijos mayores para que les diera el permiso para residir en Chile. Allá, dice, tenía un abogado para demandar por pensión alimenticia a Julián, pero el profesional no había dado con su paradero… o al menos esa explicación le dio a Mery.

      Debe haber sido su segunda semana en Oruro cuando se encontró con un amigo policía en la plaza. “Oye, estai más joven”, le dijo él. Y también le contó que se había encontrado con su anterior pareja, quien le aseguró que le mandaba 200 dólares mensuales de pensión. “No, mentira, él no me pasa ni un centavo”, le aclaró Mery, y aprovechó de contarle sobre su nueva vida y su urgencia por conseguir los documentos de sus hijos. El amigo policía se ofreció para ser testigo y así conseguir un permiso notarial para sacar legalmente a los niños del país.

      Con esa autorización, Mery pudo tramitar el pasaporte de Mariela, pero no le alcanzó el dinero para pedir el de Carlos. Al mes y dos semanas de estar en Oruro le dieron el documento, y volvió con los chicos a Arica a seguir con los trámites, para obtener la residencia. Debía legalizar unos certificados en el consulado chileno, lo que la detuvo en esa ciudad. Entonces decidió enviar a Mariela de vuelta a Copiapó, para que fuera a acompañar a su hermana Paola.

      Los informes de extranjería indican que Mery cruzó la frontera con Bolivia el 11 de abril de 2009, por Tambo Quemado. Volvió a Arica el 19 del mismo mes, luego salió el 31 de octubre y volvió el 5 de noviembre. Las fechas no calzan con los recuerdos de Mery, ni tampoco con los de Simón, pero Mery conocía gente y le era factible cruzar la frontera saltándose las formalidades de inmigración. Sin embargo, lo que quedó registrado permite confirmar que entre abril y noviembre de 2009 ella transitó entre Chile y Bolivia, y que hizo los trámites de documentación.

      En Arica, Mery vendía fruta en la calle, y juntaba plata para volver a Oruro. No se veían con Simón; apenas hablaban por celular cuando él bajaba los fines de semana de Chapiquiña a Putre. Y a veces se contactaba con el primo de Copiapó para preguntarle cómo estaban Paola y Mariela.

      No alcanzó a advertir que sus niñitas, la Paola y la Mariela, comenzaban a entrar a un túnel de oscuridad que terminaría en el horror.

      MARIELA, DESPUÉS DE LA INOCENCIA

      Mariela tenía 13 años y estaba cansada de ese ir y venir de su madre. Regresó feliz a Copiapó en octubre.

      —Yo quería venir porque tenía que estudiar. Después, cuando volví, no me recibieron en el colegio porque sólo me habían autorizado a ausentarme tres semanas y falté más tiempo.

      En la casa del primo de Simón, donde se había quedado su hermana Paola, Mariela no se sentía en familia. Quizás influía el hecho de que ella no era hija legal de Simón, como lo era Paola. Su hermanita trataba de “tío” al dueño de casa, y lo mismo hacía con la conviviente. A los hijos de los parientes los llamaba “primos”. Para ella, en cambio, todos eran extraños.

      Con esos desconocidos, que en un comienzo parecían una pareja normal, compartía el cuarto.

      —Al principio dormíamos en la misma pieza, en el suelo porque no tenían más camas. Después nos pasaron a una