Historia de la Brujería. Francesc Cardona

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Название Historia de la Brujería
Автор произведения Francesc Cardona
Жанр Документальная литература
Серия Colección Nueva Era
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788418211096



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una especie de ara de piedra en la que se colocaba una estatua de madera fiel remedo del diablo con cuerpo humano, pero con la cabeza, las manos y los pies de macho cabrío. La estatua estaba generalmente pintada de negro, poseía un falo de tamaño exagerado y entre los cuernos se le colocaba una antorcha encendida.

      El sabbat se iniciaba con la llegada de las brujas y brujos en una ceremonia denominada introito (nombre que por excepción, recordaba el de la misa). A continuación, se elegía y situaba ante el ara la bruja que tenía que oficiar las ceremonias satánicas y que en algunos lugares se la denominaba Princesa de los Antiguos, joven, guapa y mejor virgen (¿De quién partió la idea de que las brujas eran feas y viejas?). Entonces la oficiante ordenaba encender todas las antorchas de los presentes, incluso la que se hallaba entre los cuernos de la imagen. Después invocaba a Satanás y solicitaba su ayuda con una voz fuerte rayando en el éxtasis.

      En procesión los asistentes se acercaban al ídolo para besarle los miembros inferiores, mientras la que actuaba como dirigente abrazaba el falo y gimiendo simbolizaba que era poseída.

      Después se pasaba al banquete, sentados por parejas con las viandas que habían traído, bebían vino, sidra y cerveza mezclados con unas hierbas especiales que les producían una irrefrenable excitación. A continuación, venía una excitante danza en círculo o espalda contra espalda cogiéndose de la mano y con la cabeza de lado para poder ver al vecino, cuyas evoluciones acababan en un vértigo imposible de describir. Entonces cambiaban continuamente de pareja, bailando y saltando sin un minuto de respiro, porque cuando descansaban (era un decir) sucedía lo que el lector está pensando.

      “El Aquelarre” por Francisco de Goya

      La ceremonia culminaba cuando la sacerdotisa se colocaba en el ara del altar y venía el momento de las ofrendas por parte de brujos y brujas entre las que se encontraban los propios cuerpos de los oficiantes. Algunas confesiones se referían a torturas sobre la sacerdotisa, la auténtica interpretación es evidente, no creemos que a una muchacha joven y virgen le gustara copular con treinta, cincuenta o cien individuos, uno detrás del otro, más las prácticas efectuadas con las mujeres.

      Todo ello se efectuaba entre continuas invocaciones al demonio acompañadas de decapitaciones de erizos, ratas, etc.

      La ceremonia se había iniciado bien entrada la noche y terminaba con las primeras luces del alba.

      La Inquisición contraataca

      Abrió fuego con su escrito Practica de Inquisitionis haereticae pravitatis, escrito hacia primer cuarto del siglo XIV por el inquisidor de Toulouse Bernardo Gui, el mismo que el escritor italiano Humberto Eco hace morir, tras una revuelta popular, en El nombre de la rosa. Pero, aunque ya había suficientes casos de brujería para que el autor se detuviera en ellos, lo cierto es que el núcleo de ella todavía son los cátaros, valdenses, begüinios y demás grupos herejes que pululaban por la Europa de entonces.

      El papa Inocencio VIII se unió a la lucha con otro tratado que tituló Summis desiderantes affectibus. Pero hasta finales del último cuarto del siglo XV, la brujería era tratada como un caso más dentro de la cuestión más general de la invocación al demonio.

      Hacia 1376 apareció el Directorium inquisitorum del dominico catalán Nicolás Aymerich que tuvo un gran éxito y se reimprimió varias veces en los siglos XVI y XVII. En el texto se menciona:

      Algunas mujeres depravadas que siguen a Satanás, seducidas por ilusiones y engaños diabólicos, las cuales creen y están convencidas que en horas nocturnas van a caballo sobre ciertas bestias acompañando a Diana, diosa de los paganos, o con Herodias (la depravada mujer del rey Herodes) y una gran multitud de mujeres que atraviesan muchas tierras en silencio y en el corazón de la noche y obedecen sus mandamientos, como si fueran su mujer, y en ciertas noches le invocan a su servicio.

      Se describe con todo detalle el mecanismo con el que el demonio se apoderaba del espíritu de la mujer:

      Satanás en persona, que se transforma en ángel de luz cuando, mediante la infidelidad, la pérdida de la fe, se apodera del espíritu de una mujer y la subyuga, se transforma en imágenes y semblanzas de personas diversas y engaña al espíritu que tiene cautivo, presentándole en sueños, cosas tristes, cosas alegres, personas conocidas, personas desconocidas y la persona que ha perdido la fe, cree que todo esto presentado en la imaginación acontece en la realidad. Por lo tanto hay que anunciar públicamente que el que cree en estas cosas y en otras semejantes pierde la fe, y el que no la tiene bien orientada, no es sino del diablo.

      En el Directorium emerge con gran claridad la imagen de la mujer entregada al demonio, con supuestos poderes especiales sobre las personas y las cosas, dotada de la facultad de viajar por el aire por la noche y de inspirar miedo a quien caiga bajo su influencia: la futura clásica bruja. Es necesario hacer notar que el texto no contiene ninguna alusión al maleficio, a la potestad de hacer mal. Se recalca sobre todo, la desviación de la fe que por sugestión diabólica experimenta el espíritu de la bruja. La persecución moderna de la bruja se originaba en el miedo de los males que supuestamente podían causar. Aquí se pone de relieve la desgracia en que cae la mujer a raíz de la pérdida o desviación de la ortodoxia. Se inclina por la debilidad del género femenino más vulnerable que el masculino a la sugestión diabólica, no en vano Eva es la que había caído en el Paraíso Terrenal a la tentación de la manzana. Primero se vio la bruja como una desgraciada, después como peligrosa. Pero en ambos puntos de vista, por influencia del demonio, la mujer se había desviado de la ortodoxia y había que castigarla.

      Aymerich clasifica a las brujas en tres categorías:

      1ª Las que dan a los demonios un culto divino, sacrificando, postrándose, cantando oraciones, encendiendo cirios, quemando incienso, etc.

      2ª Las que se limitan a darle un culto como a los santos o a la Virgen, mezclando los nombres de los demonios con los de los santos, en las letanías, rogando que los demonios les hagan de mediadores ante Dios.

      3ª Las que invocan a los demonios trazando figuras mágicas, colocando un niño en medio del círculo, utilizando una espada, un espejo, etc.

      Aymerich distinguía a las que se dirigían al demonio diciendo “te mando”, “te ordeno”, “te exijo”. Consideraba entonces que la herejía no era bien patente, mientras que si lo hacían diciendo “yo te lo ruego”, “te pido”, etc. era manifiestamente herético porque las palabras eran de oración y llevaban implícito la adoración. En la actualidad semejante matiz semántico nos parece de una extrema nimiedad, pero entonces no.

      Los teólogos distinguían dos clases de pactos, el primero, profesión tácita o pacto privado, por el cual se prometía obediencia a Satán, sirviendo una bruja de intermediaria; el segundo profesión expresa o pacto público solemne, que se efectuaba, bien durante la celebración de un sabbat ante todos los presentes o firmando con sangre un compromiso escrito con Satán. Fue esta forma la que desencadenó la persecución general contra las brujas, una guerra que duraría casi tres siglos, provocando innumerables víctimas.

      Las persecuciones de Pedro de Berna

      Tuvieron como epicentro Suiza, convirtiéndola durante la mayor parte del siglo XV en un río de sangre sin distinción de sexo, sobre todo, en la diócesis de Lausana. A las mujeres se les atribuía toda clase de sortilegios amatorios, en los que entraban como ingredientes habas y testículos de gallos, se les atribuía actos de antropofagia (invención de los inquisidores) y también raptos de niños, para cocerlos en calderas y fabricar ungüentos con las partes más sólidas y con las líquidas llenar botellas u otros recipientes que bebían para alcanzar el magisterio entre las brujas cuyo conjunto era tenido por una secta execrable.

      Sin embargo, las durísimas persecuciones no terminaron con la brujería que se extendió por todo Alemania hasta el punto de que el papa Inocencio VIII hubo de promulgar una bula (¡otra más!) Summis desiderantes affectibus en la que se manifestaba:

      En toda Alemania, cierto número de personas del uno y otro sexo, olvidando su propia salud y apartándose de la fe católica, se dan a los