¿Volverá el peronismo?. María Esperanza Casullo

Читать онлайн.
Название ¿Volverá el peronismo?
Автор произведения María Esperanza Casullo
Жанр Социология
Серия Media distancia
Издательство Социология
Год выпуска 0
isbn 9789876145800



Скачать книгу

política. En principio, podría decirse que dificultades como ésas no tenían nada de novedoso. El conflicto por el poder dentro de la organización había sido un fenómeno recurrente en un partido caracterizado por reglas internas laxas y cambiantes. Lo que consideré novedoso en esas dificultades es que tenían su origen en un conflicto de proyectos ideológicos, de un lado Carlos Menem con su propuesta hacia la derecha en línea con sus 10 años de gobierno y del otro sus rivales –por ejemplo, Antonio Cafiero y Eduardo Duhalde– con la reivindicación más o menos actualizada de la tradición nacional-popular. La intensidad de esa pugna parecía estar poniendo en riesgo la convivencia dentro del partido. Con los elementos disponibles en 2002 afirmé que esa disputa dentro del polo peronista tenía un final abierto.

      Vista con los ojos de Torcuato Di Tella esa disputa encerraba un desenlace prometedor: la implosión de ese formidable catch-all party que era el Partido Justicialista, el cual, como el Partido Demócrata de Estados Unidos en los años sesenta –recordemos a John Kennedy versus la máquina política demócrata del Sur– daba cabida en sus filas a una gran diversidad ideológica. Partidario de una mayor homogeneidad de ideas y políticas con un signo hacia la izquierda, Di Tella esperaba desde hacía tiempo que la resolución de esa disputa le permitiera al Partido Justicialista liberarse del peso muerto de sus corrientes de derecha. Con ello, el Partido Justicialista podría convertirse con su base de apoyo popular en el gran articulador de un polo de izquierdas en el marco de un sistema de partidos “a la chilena” con una clara línea divisoria de izquierda/derecha.

      La trayectoria ideal vislumbrada por Di Tella pareció hacerse realidad luego que Néstor Kirchner accediera a la Presidencia en 2003 y dos años más tarde, en 2005, conquistara el control del partido. Fue entonces que, en un viraje sorpresivo, le imprimió a su gestión una versión radicalizada de la tradición nacional-popular, en sintonía con el giro del péndulo político de América Latina hacia la izquierda impulsado por Lula en Brasil, Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia. La empresa política de Kirchner no sólo pareció poner fin a la larga espera de Torcuato Di Tella; también ofreció un refugio a un segmento del universo que identifiqué en 2003: me refiero a huérfanos de la fallida aventura política del Frepaso. A poco de asumir la Presidencia, Kirchner proclamó su identificación con “la generación diezmada” –una designación en código para nombrar a los jóvenes de clases medias que en los años setenta habían tomado las armas en nombre del peronismo sólo para conocer primero la decepción y después la muerte–.

      Con esa proclama y gestos contundentes en el frente de los derechos humanos logró reactivar a la izquierda peronista. Al abandonar su condición de célula dormida, los sobrevivientes de la generación setentista volvieron al primer plano, esta vez menos tocados por los valores republicanos que habían marcado su anterior encarnación en los tiempos del Frepaso y más animados ahora por el espíritu vindicativo que había originalmente rodeado su ingreso a la vida pública. Con ese espíritu se sumaron a la cruzada contra “el pejotismo” lanzada por Kirchner poniendo la mira en los cuarteles generales de su propio partido con vistas a construir un “pos-peronismo”. Por obra del “fuego amigo” el país asistió por vez primera a la tentativa de poner fin al PJ tal como lo conocíamos, ese poderoso aparato hecho de políticos profesionales, jefes sindicales, redes clientelares.

      Sin embargo, esa ambiciosa tentativa, que supo movilizar también el entusiasmo de nuevas generaciones, no pudo concretarse plenamente. Kirchner tuvo que aprender duramente una lección de la política: en democracia no se puede gobernar y querer cambiar al mismo tiempo el principal instrumento de gobierno, un partido que acompañe y sostenga las iniciativas. Con el paso del tiempo, la consigna “¡Que se vayan todos!” se fue poniendo en sordina a medida que desde la Presidencia Kirchner tuvo que rodear a su séquito de militantes fieles con la compañía de las ramas viejas del peronismo de siempre.

      El arte de la combinación política dentro del magma peronista que distinguió a Néstor Kirchner murió con él a fines de 2010. Sin su tutela y luego de la reelección un año después, en octubre de 2011, con el 54% de votos, Cristina Fernández gobernó durante su segundo mandato atrincherada detrás de un remedo de monarquía, con su corte de protegidos y delfines y conoció en 2015 el gusto amargo de una derrota en buena parte autoinfligida.

      Hasta aquí llego en esta reconstrucción, por cierto esquemática, de los últimos avatares de la principal fuerza política del país. Con esta reconstrucción he querido delinear el escenario político dentro del cual me propongo en el presente artículo explorar una secuela de la crisis que fue el disparador de mi mencionado artículo “Los huérfanos de la política de partidos”. Más concretamente, la pregunta que quiero formular es la siguiente: ¿le llegó al peronismo su 2001? Esto es, ¿la dinámica del colapso partidario que arrasó al polo no peronista está hoy acaso a las puertas del polo peronista amenazando no digo su supervivencia pero sí su condición de partido predominante? Si la causa de esta pregunta fuese sólo la disputa de candidaturas que hoy divide a la familia peronista la respuesta sería negativa: no es la primera vez que los peronistas concurren a las elecciones divididos, para el caso basta recordar las elecciones presidenciales del 2003.

      Formulo la pregunta porque, a mi juicio, el contexto en que tiene lugar la puja de candidaturas esta vez es diferente; en la puja de candidaturas creo ver la expresión de un efecto social retardado de la crisis del 2001. Dicha crisis no fue sólo política con un efecto inmediato en la desafección partidaria que pulverizó al polo no peronista. Ella también exhibió en el rostro de la pobreza que trajeron al primer plano los saqueos en el Gran Buenos Aires la magnitud de la fisura abierta en el cuerpo social del país. Y como tal, puso de manifiesto también la magnitud del quiebre de la columna vertebral del peronismo, el mundo del trabajo. Para resumir el argumento que quiero explorar anticipo una conjetura: la candidatura de Cristina y la candidatura de Massa son la expresión bastante representativa de dos fragmentos en los que están divididas las bases populares del peronismo.

      Como habrán advertido el foco de este ejercicio especulativo es la provincia de Buenos Aires. La explicación es obvia: allí está concentrado el núcleo principal del mundo del trabajo del país y es allí también donde se juega el partido de fondo sobre el futuro del peronismo. ¿Qué decir de los peronismos de las otras provincias a los efectos de hacer conjeturas sobre el peronismo como movimiento político? Diría que esos peronismos son centralmente la cabeza de partidos provinciales que, a la manera de los neoperonismos de los años sesenta, acompañan desde una prudente distancia las tribulaciones del vértice del peronismo y concentran su energía política en las negociaciones con el gobierno central. Por cierto, llegado el caso habrán de definirse pero estimo que son actores secundarios en la resolución del conflicto.

      Para entrar en el argumento que quiero explorar retomo la afirmación que acabo de hacer: el estado de fragmentación de las bases populares del peronismo. Se trata de una situación que está a la vista de todos y que colorea toda descripción del paisaje social y político del país. Para ponerla dentro de una perspectiva histórica reitero un lugar común: desde mediados de la década de 1940 en Argentina se desenvolvió lo que se conoce como la sociedad salarial, esto es, la inserción de amplios sectores de la fuerza de trabajo urbana dentro de las garantías de los derechos laborales, la protección de la seguridad social, la estabilidad relativa del empleo. Como todos los fenómenos sociales, ese panorama tuvo sus excepciones y no pocas veces estuvo amenazado.

      Pero, en términos generales, caracterizó la excepcionalidad argentina entre los países de América Latina en los que fue más marcada la amplitud de la economía informal, las limitaciones de la política de bienestar social, los grandes bolsones de pobreza. Ese panorama fue drásticamente alterado por las reformas de mercado implementadas en la década de 1990. Como consecuencia, un vasto universo de trabajadores fue confinado a niveles de privación material y social inéditos en el país y que todavía hoy están vigentes para un tercio de la población que se encuentra bajo la línea de pobreza. La otra cara de ese estado de cosas hoy la pone en evidencia el sector por cierto significativo –un 40%– de la fuerza de trabajo ocupado en la economía formal, organizado en sindicatos y asistido por las obras sociales.

      La fractura social que acabo de evocar y que conocemos bien fue diluyendo la relativa homogeneidad de las condiciones de vida y de trabajo que por muchos