El castellano andino norperuano. Luis Andrade

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Название El castellano andino norperuano
Автор произведения Luis Andrade
Жанр Документальная литература
Серия Colección Estudios Andinos
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789972429347



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una interpretación que involucra el universo social en que discurren y se desarrollan (Caravedo, 1996a, p. 152).

      Aunque esta investigadora también presentó una división geográfica referencial del castellano peruano (Caravedo, 1992a), el foco de su análisis ya no estaba puesto en la variación regional sino en la variación social entendida de manera compleja y no solo como la estratificación de los fenómenos lingüísticos según clases sociales. Pasaban a tomarse en cuenta el género, la edad, el nivel educativo. Posteriormente (Caravedo, 1996b; Klee & Caravedo, 2005 y 2006), se adoptarían los planteamientos de Milroy (1980) sobre la importancia de las redes sociales y de los circuitos de interacción entre las poblaciones en el análisis de la variación lingüística. La distribución geográfica de los hechos del lenguaje pasaba, de este modo, a ser vista como una instancia de su mapeo social, en la medida en que involucraba tipos distintos de comunidades. Iniciada la década de 1990, el objetivo buscado ya no era el deslinde apropiado de las variedades regionales a través de la identificación de sus características distintivas o de la formulación de isoglosas. Al decir de Rivarola: «[M]ás relevante que este aspecto es la expresión de actitudes y valores respecto de los contactos y conflictos lingüísticos en un área cuya historia se caracteriza por la continuidad de las barreras sociales, económicas, culturales y comunicativas» (Rivarola, 1990 [1987], p. 202).

      En las grandes ciudades receptoras de migrantes, se empezó a encontrar que los rasgos lingüísticos que permitían definir la procedencia geográfica de un individuo pasaban a ser redefinidos como una marca de diferenciación social. De este modo, «[l]a variación geográfica o dialectal se convierte […] en variación social o diastrática» (Caravedo, 1996b, p. 497). Asimismo, como una consecuencia lógica del variacionismo de tipo laboviano con el que esta investigadora empezó a desarrollar su trabajo, comenzaba a verse como importante la observación de la variación interna en las comunidades estudiadas y su contacto con otras variedades, sin tomar las «áreas dialectales» como compartimentos estancos que podían segmentar, a la manera de un rompecabezas, el territorio nacional. Esto condujo «a extender el estudio del español del Perú, circunscrito tradicionalmente a la caracterización de variedades estáticas o a la búsqueda de isoglosas que delimitan zonas lingüísticas» (Caravedo, 1996b, p. 496). Esta ampliación se produjo al margen de que, después de la propuesta de Alberto Escobar (1978), no se había sometido a verificación empírica la validez de sus planteamientos sobre zonificación dialectal. Por ejemplo, hasta ahora no contamos con un estudio que intente evaluar la hipótesis sobre una subárea moqueguana-tacneña en el espacio del «castellano andino», como este investigador había propuesto (Escobar, A., 1978, pp. 57-58). En la nueva perspectiva, resultaban claves los enfoques sobre el contacto entre variedades de un mismo idioma, con canales de influencia entre sí, y no como bloques cerrados y aislados (Trudgill, 1986). Esta perspectiva resalta, por ejemplo, la importancia de las presiones normalizadoras y los procesos de acomodación y simplificación entre variedades lingüísticas.

      Por otra parte, la importancia de los fenómenos migratorios en el Perú, a lo largo de las décadas de 1950 y 1960, enfatizada en sus trazos generales por estudiosos como José Matos Mar (1984) y Héctor Martínez (1980), empezó a dar lugar, a mediados de la década de 1980, a estudios de corte cualitativo (Oliart, 1985), que probablemente inspiraron indagaciones acerca de la manera en que estaba variando el castellano de los migrantes, sobre todo andinos, en los nuevos entornos urbanos y costeños en los que se habían asentado (Paredes, 1989; Caravedo, 1990; Klee & Caravedo, 2005 y 2006). Además, se empezó a observar la manera en que el castellano de estos migrantes podía influir también en el habla de la sociedad receptora (Caravedo, 1996b, p. 499). La caracterización espacial de las variedades lingüísticas peruanas planteada por Caravedo se presentaba no como una zonificación propiamente dicha sino como una propuesta referencial que atendía a consideraciones históricas, sociales y demográficas, y que seguía la habitual separación del país en tres regiones (costa, Andes y Amazonía), pero, llamativamente, mencionaba el tema de la migración inmediatamente después, puesto que «los fenómenos migratorios más recientes y los consiguientes desplazamientos y contactos lingüísticos son determinantes para la configuración sociolingüística del país» (Caravedo, 1992a, p. 721, cursivas mías). Este último tipo de configuración pasaba, pues, a ser el norte de los estudios sobre el castellano peruano, antes que la descripción dialectal propiamente dicha, enfocada en la variación espacial de los fenómenos lingüísticos. Por último, el hecho de que Lima, la capital del país, hubiera recibido a la mayor cantidad de migrantes, la convertía en el terreno privilegiado para el estudio de esta reconfiguración de las variedades y su nueva jerarquía (Caravedo, 2001, pp. 221-223 y 1996b, pp. 496-500).

      Mientras tanto, el conocimiento de las lenguas andinas mayores, el quechua y el aimara, estaba profundizándose a partir de enfoques gramaticales, comparativos e históricos, siguiendo la línea abierta por Torero y Parker en la década de 1960. Cerrón-Palomino publicó Lingüística quechua a mediados de la década de 1980 (Cerrón-Palomino, 1987a), Torero continuaba los estudios dialectológicos

      iniciados en la década de 1960 a través de artículos diversos (Torero, 1983, 1984 y 1986), Adelaar profundizaba el estudio de temas gramaticales e históricos sobre las lenguas andinas (Adelaar, 1982a, 1982b, 1984, 1986 y 1987) y Taylor (1994 y 1996) ponía el acento en variedades quechuas que no encajaban bien en la tradicional bipartición entre los dos grandes grupos, Quechua I y II, de la familia lingüística, como las de Ferreñafe y Yauyos. Como ya había apuntado Rivarola a mediados de la década de 1980 (Rivarola, 1986, p. 26), estos avances seguían presentando estímulos para el estudio de las variedades de castellano habladas en el país, pero en este momento, gracias al desarrollo de los estudios sobre contacto lingüístico,

      se podían afinar enfoques y análisis específicos. Así, surgieron estudios concentrados en describir de manera pormenorizada los fenómenos de «transferencia» entre el quechua y el castellano. Sin embargo, a diferencia de los estudios iniciales sobre estos fenómenos, el foco ya no estaba puesto exclusivamente en el castellano, sino que la influencia de la lengua dominante sobre el quechua también empezaba a ser objeto de indagación (Godenzzi, 1996b; Granda, 2001a, p. 303). De Granda (2001a) enfatizó, no obstante, a fines de la década de 1990, que faltaba mucho esfuerzo para conocer apropiadamente el conjunto de fenómenos surgidos en esta última dirección, en comparación, por ejemplo, con la atención puesta en la influencia del castellano en las lenguas indígenas mexicanas. Desde el área mesoamericana, Zimmermann (1995) sostenía que incluso la ausencia de efectos concretos de la lengua indígena sobre el castellano debía constituir un fenómeno de interés para la lingüística si lo que interesaba era estudiar la historia del contacto entre las lenguas y no solamente el devenir del castellano. También Rivarola afirmaba que el objeto de investigación que le interesaba ya no era la historia de una lengua, el castellano, sino de las «relaciones que se establecen entre las lenguas que comparten un espacio histórico» (Rivarola, 1990, p. 202). Considero este giro conceptual en el campo de estudio de capital importancia.

      En la década de 1990, los procesos de contacto lingüístico empezaron a estudiarse con mayor precisión y complejidad en trabajos como los de Rodolfo Cerrón-Palomino, Germán de Granda, Juan Carlos Godenzzi y Anna María Escobar. Empezaba a pensarse, por ejemplo, en transferencias de más largo plazo en el castellano andino; por ejemplo, del aimara al quechua, primero, y de este idioma al castellano después, como se planteó para el caso de la fricativización de las oclusivas en posición implosiva en el castellano del sur andino, como sucede en aɸto < apto, proyexto < proyekto y riθmo < ritmo (Cerrón-Palomino, 2003 [1996]). Después de estudiar el contacto lingüístico en el Paraguay y en distintos contextos afrohispánicos, el lingüista español Germán de Granda podía abordar con instrumentos más flexibles, como la categoría de «causación múltiple» (Malkiel, 1967 y 1977), debates clásicos como la influencia de «sustrato» en frases posesivas como Su casa de Juan (Granda, 2001a, pp. 57-64), un antiguo tema de discusión entre Lozano (1975), Pozzi-Escot (1973), Rodríguez Garrido (1982) y Godenzzi (1987, p. 138). También Godenzzi (1996a) trabajó las formas de pretérito en el castellano de Puno a partir del concepto de causación múltiple. Anna María Escobar, por su parte, después de haber defendido en distintos estudios la división entre «español andino» y «español bilingüe» (Escobar, A. M., 1988, 1990 y 1994), renovaba el