Mitología griega. Javier Tapia

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Название Mitología griega
Автор произведения Javier Tapia
Жанр Документальная литература
Серия Colección Mythos
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788418211126



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piedras) que algún día fue la tierra de los nióbidas. Resulta que la reina Niobe hizo alarde de su fertilidad, siete hijas y siete hijos, ante Leto, que a pesar de dormir con Zeus solo había tenido dos, Apolo y Artemisa. Leto se sintió herida y ofendida con la comparación, y sus hijos divinos decidieron vengar la afrenta matando a los hijos mortales de Niobe; Apolo mató a los varones y Artemisa a las hembras. Algunas versiones cuentan que Artemisa perdonó a una hija de Niobe, y que Apolo hizo lo propio con uno de aquellos vástagos, salvando la continuidad genética de los nióbidas. Anfión, rey consorte de Niobe, se suicidó al ver a sus hijos muertos, mientras que Niobe huía hacia las montañas, donde sus lágrimas se convirtieron en el río Aqueloo y su cuerpo, seco de tanto llorar, en piedras y arena.

      Cuentan las leyendas que los dioses, avergonzados de su abuso y crueldad ejercidos sobre simples seres humanos, empezaron a pensar en su alejamiento del mundo y a vigilar a la humanidad única y exclusivamente desde el cielo.

      Las guerras entre dioses no eran trágicas del todo, porque al final había triunfadores y perdedores, pero no verdaderas víctimas porque en realidad nadie moría, pero hacer la guerra a los humanos siempre traía resultados funestos, y eran completamente desiguales, sin posibilidad de triunfo para los hombres.

      Apolo fue el primero en alejarse de los hombres, de la Tierra y del Olimpo, ya no ayudaría a hombres indignos como Paris a raptar a Helena y a matar al mirmidón Aquiles por una simple afrenta a su culto, ni tiraría las flechas de la peste sobre los griegos para defender a Troya, simplemente observaría desde la lejanía el progreso de la humanidad, mientras sus tres musas amantes, Calíope, Terpsícore y Urania los inspiraban en la música, la danza y las ciencias.

      Apolo dejó en la Tierra a varios hijos y a no pocos amantes hombres y mujeres, aunque sus dos grandes amores fueron Jacinto y Calíope, con la que tuvo al magnífico Orfeo.

      Muchas de las leyendas populares de la mitología griega sobre dramas, melodramas, tragedias y comedias de amores y desamores son protagonizadas por Apolo, como veremos más adelante, y que hacen de él uno de los dioses más populares, más allá de los cultos serios de la formal religión griega de su tiempo.

      Hefesto, el hijo del pecado de Hera

      Dios del fuego y la fragua, Hefesto (Vulcano para los romanos) es el herrero del Olimpo, creador de armas y herramientas, así como de Pandora y de las flechas de Apolo y de Artemisa, la diosa cazadora, es hijo de Hera y de padre desconocido, un deshonor entre sus pares, pues además de ser fruto del adulterio de la diosa, nació poco agraciado y destacaba por su fealdad entre tanta belleza del Olimpo. Nunca perdonó a su madre por haberlo parido.

      Hefesto, dios del fuego y de la fragua

      Su fealdad se incrementó al quedar cojo por un accidente que tiene diversas versiones: en una se cuenta que nació tan feo y desagradable, que su propia madre, Hera, lo repudió y lo lanzó al vacío; Hefesto no murió por ser dios y eterno, pero sí quedó tullido de la pierna izquierda. La otra nos cuenta que en una pelea con Ares por los amores de Afrodita, Hefesto tropieza y rueda abajo por las escaleras del Olimpo rompiéndose una pierna.

      Sea como sea, Hera no quiere ni verlo y hace lo posible para que todo el mundo en el Olimpo lo desprecie. Hefesto lucha contra los rencores de su madre siendo solícito, detallista y trabajador. Aceptan sus regalos, pero lo siguen despreciando, solo Dionisio parece comprenderlo.

      Hefesto no cede en su empeño, y viendo cómo se dan las cosas, hace un trono precioso y especial: quien se sienta en él no puede levantarse nunca más. Hera queda prendada del trono y Hefesto se lo regala. Ella lo acepta con displicencia y se sienta en él. Hefesto se retira contento por haber logrado su venganza.

      Hera queda atrapada en el trono y no puede abandonarlo de ninguna manera. Pide ayuda a otros dioses, pero ni los rayos de Zeus ni el tridente de Poseidón logran liberarla. Abatida, pide ayuda al mismo Hefesto, quien se burla de ella y jura que jamás la sacará del trance, que es su condena por mala madre.

      Los otros dioses ya no le hacen encargos a Hefesto ni aceptan sus regalos a menos que lo vean contento.

      Pasa el tiempo y Hera sufre por su propia soberbia, hasta que un día y tras una fuerte borrachera, acompañado de Dionisio, Hefesto sube al Olimpo alegremente y accede a liberar a Hera, eso sí, a cambio de muchos favores y de la mano de la bella Afrodita, su tía abuela, pero eternamente hermosa y joven.

      Ya casados descubre que no la puede poseer por más que lo intenta, y a cambio de ello la llena de regalos, incluso de un cinturón que la hace aún más deseada y atractiva, y mientras Hefesto le dedica su esfuerzo y su vida, Afrodita se divierte con sus amantes, sobre todo con Ares. Hefesto, loco de celos, les prepara una trampa en el lecho: una red metálica que los atrapará justo en el acto, y así sucede. Hefesto se burla de ellos y los muestra a los demás dioses para que hagan escarnio de la escena, pero en lugar de ello logra que Hermes comente “no me importarían las burlas si me encontrara en la misma situación”.

      Hefesto los mantiene cautivos en la red hasta que le prometen que ya no van a engañarlo, pero una vez liberados escapan y siguen con sus juegos eróticos sin importarles lo prometido ni el sufrimiento de Hefesto, que se consolaba con Caris, una de las tres Gracias, y con otras diosas y mortales con las que tuvo varios hijos, de los que destaca Caco, el gigante al que mata Heracles en uno de sus trabajos.

      Con la Gracia Caris tiene a Eukleia, diosa de la buena reputación y la gloria; a Eupheme, diosa del correcto discurso; a Euthenia, diosa de la prosperidad y la plenitud; y a Philophrosyne, diosa de la amabilidad y la bienvenida, es decir, de la hospitalidad.

      Se cuenta que una vez intentó violar a Atenea, su media hermana, consiguiendo simplemente derramar su semen, del cual sale Erictonio. Atenea rechaza y repudia a Hefesto, pero adopta al recién nacido, lo cría y lo hace rey de Atenas.

      Hefesto vive resentido en el Olimpo, apartado en su fragua donde crea todo tipo de maravillas para los dioses, tanto armaduras y armas, como las más hermosas y mágicas joyas, por eso se le considera patrón de herreros, artesanos, mineros, ingenieros y similares; y como lo indica su paternidad en relación con Caris, Hefesto representa tanto la sumisión a pesar de las desgracias, el servicio a los demás a pesar de las ofensas, la riqueza a través del trabajo y el esfuerzo, y la hospitalidad.

      También representa la llegada de la Edad de Bronce a la humanidad, y más tarde y ya en ausencia, la Edad del Hierro, el conocimiento y el dominio sobre los metales.

      Artemisa, la diosa cazadora

      Artemisa es la Diana Cazadora de los romanos, pero más naturalista, hermana gemela de Apolo, es señora de los animales y de la naturaleza, su caza por tanto es amable y justa, no cruel y sanguinaria. También es la patrona de la naturaleza femenina, donde se incluyen la virginidad, la menstruación, el embarazo, el parto y la lactancia, así como todos los males y enfermedades propios de la condición femenina.

      Como muchos otros dioses de la mitología griega, es muy anterior a que Homero y Hesíodo la reclutaran dentro de los mitos egeos.

      Artemisa, como diosa de lo natural, habla de tiempos más arcaicos y cercanos al animismo, a los lares o dioses cercanos y hogareños, y en los mitos y leyendas de la cuenca mediterránea tarda en adquirir el aspecto y las virtudes y los defectos humanos. Antes de los mitos y las leyendas, e incluso después de estas, Artemisa fue Selene, la Luna; Artume, la etrusca; y la terrible Hécate, diosa hechicera y reina de los fantasmas, capaz de destruir a los hombres y a los recién nacidos, si no se le veneraba, o de aniquilar a sus amantes o escogidos a través de interminables y agotadores actos sexuales, simbolizando con ello la superioridad de la mujer con respecto al hombre en estos menesteres.

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