Название | Democracia y desplazamiento durante la guerra civil colombiana |
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Автор произведения | Abbey Steele |
Жанр | Социология |
Серия | Ciencias Humanas |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789587843682 |
Lista de abreviaturas
ACCU | Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá |
AUC | Autodefensas Unidas de Colombia |
CNP | Cuerpo Nacional de Policía |
ELN | Ejército de Liberación Nacional |
EPL | Ejército Popular de Liberación |
FARC | Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia |
GMH | Grupo de Memoria Histórica |
GC | Gobierno colombiano |
DI | Desplazado(s) interno(s) |
PCC | Partido Comunista de Colombia |
PC-ML | Partido Comunista de Colombia – Marxista-Leninista |
UP | Unión Patriótica |
Nota sobre pseudónimos y entrevistas
En algunos casos, he asignado pseudónimos a las personas entrevistadas, con el fin de proteger su identidad. Los pseudónimos han sido atribuidos al primer nombre de cada uno de los entrevistados. Aquellas personas identificadas con nombre y apellido son figuras públicas y sus nombres no han sido cambiados. Hice todas las entrevistas en español y solamente interpelé a ciudadanos colombianos. Incluyo los fragmentos de sus testimonios con base en mis anotaciones.
A aquellos familiarizados con los terribles abusos sufridos por las víctimas de esta y otras guerras, la teorización académica puede parecer insensible, oportunista e incluso obscena. El lenguaje neutral de las ciencias sociales nunca podrá hacerle justicia a la articulación de la enormidad del sufrimiento durante la guerra, pero ese esfuerzo en mejor dejárselo a periodistas, novelistas y poetas. Como científicos sociales, nuestro trabajo es más modesto. Ofrecemos herramientas explicativas para ilustrar las fuerzas sociales que causan y moldean los patrones de la miseria humanas. Es difícil decir si esto provee o no algún beneficio tangible para el mundo.
James Ron, FRONTIERS AND GHETTOS
En memoria de mi padre,
J. Fred Steele
¡¡Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón!! Lo ofrezco al perdón tanto de la guerrilla que nos desplazó y secuestró a mi padre, como de los paramilitares quienes cegaron su vida y nos quitaron nuestras tierras. Ya no vale la pena seguir cultivando la rabia y el odio que nos dejaron estas heridas. ¡Es tiempo de sanar, es tiempo de mirarnos y reconocernos y saber que esta es nuestra tierra y solo juntos y en paz la haremos florecer!
Enilda Jiménez
Prefacio
Visité Colombia por primera vez en enero de 2002. Durante ese año, junto con algunos amigos, puse en marcha un taller informal orientado a trabajar con adolescentes que residían en Altos de Cazucá, un barrio ubicado al sur de Bogotá. En su mayoría, los residentes son oriundos de otras partes del país. En la medida de lo posible, edifican de la manera menos inestable las casas en las que viven, que se aferran a las estribaciones andinas de la Cordillera Oriental. Muchos de ellos son desplazados, víctimas de la guerra civil.1 En ese entonces, comencé a preguntarme qué había hecho que las familias llegaran al barrio, llamado de forma pretensiosa “El Progreso”. Así que me planteé interrogantes como: ¿De dónde eran originarios? ¿Por qué se habían asentado en El Progreso? ¿A quiénes habían tenido que abandonar? ¿Pensaban regresar en algún momento a sus lugares de origen? Sin embargo, sentí timidez de preguntar, preocupada de que alguien pudiera sentirse incómodo.
Apenas un mes después de mi llegada, acabaron los diálogos de paz que habían comenzado tres años antes entre el gobierno nacional y las FARC, la insurgencia armada más grande de Colombia. Bogotá se estremeció con nerviosismo debido a la posibilidad de un ataque terrorista de las FARC. Al final, una agresión se produjo pocos meses después, en agosto, durante la posesión de Álvaro Uribe, quien hacía poco había sido elegido presidente. Los proyectiles de mortero usados en el ataque dejaron quince personas muertas y cuarenta heridas.
Una vez por semana asistía a una clase nocturna en la aclamada Universidad Nacional de Colombia, en la que existe una imagen del Che Guevara pintada en uno de los edificios de la plaza principal del campus. Mi clase, impartida por Donny Meertens, transcurría en un edificio espléndido diseñado por Rogelio Salmona, que era uno de los pocos que no habían sido pintados con grafitis como “fuera gringos” y “Camilo Torres, presente”. Más de una vez llegué al campus y encontré las puertas cerradas. De vez en cuando, las protestas estudiantiles conducían a que la universidad quedara clausurada. Incluso, en una ocasión, una tanqueta de la Policía había quedado abandonada frente a una de las puertas del campus.
A pesar de la incertidumbre que sobrevino después del fin de los diálogos de paz y de la inquietante vibración de la ciudad, Bogotá aún parecía estar alejada de la guerra. Nos encontrábamos refugiados en un altiplano (casi a 3.000 metros sobre el nivel del mar) y fuimos advertidos por oficiales de la embajada de los Estados Unidos para que no nos arriesgáramos a viajar fuera de la ciudad por carretera. Ese año, tomé varios vuelos que me llevaron a visitar otras ciudades: Cali, Cartagena, Barranquilla. Pero, en lugar de viajar a zonas afectadas de manera más directa por la guerra, lo que más pude aproximarme a la situación fue a través del diálogo con las personas que llegaban a las ciudades, desplazadas de sus hogares, de sus tierras y de sus comunidades, y que, en muchos casos, se encontraban sobrellevando con dificultad una nueva vida en casas inestables y en ciudades extrañas.
En 2006, cuando regresé a Colombia para comenzar el trabajo de campo para este libro, mi interés se centró en comprender las causas del desplazamiento. En ese momento sí pude visitar lugares en los cuales la guerra había sido experimentada de manera directa. La región del Urabá había padecido una temprana arremetida violenta, pero pasaba por un período de calma relativa en 2007. Aun así, creo que debí haber sido más cauta. Viajé sola en transporte público y solamente en algunas ocasiones recordaba avisar a mis amigos en Bogotá sobre dónde me encontraba. Asimismo, apenas dejaba que los desconocidos supusieran mi origen y me abstuve de ofrecer una historia coherente al respecto, debido a que me parecía complicado explicarme de manera convincente. Fue una decisión imprudente. En una ocasión, de forma sorpresiva, el conductor de un vehículo campero (usado en las vías sin pavimentar del país como alternativa al bus) supuso que yo era de Bogotá (“¿sus papás saben que está aquí?”). Después, visité una zona rural en la que el padre de un conocido se reunió conmigo y me llevó a un bar a las diez de la mañana. En ese lugar, agradecí haber sustituido la cerveza por el aguardiente, licor nacional anisado que él me invitó a probar. Cuando me encontré con una de las personas que quería entrevistar, mi contacto me presentó como su nuera europea (lo que intenté corregir más tarde en privado).
A pesar de mis traspiés, pude darme cuenta de que la región era vibrante y que en ella vivían personas comprometidas que estaban dispuestas a hablar conmigo de forma extensa acerca de sus experiencias. Muchos de ellos hablaron con orgullo acerca de su participación en el desarrollo de la ciudad de Apartadó, en la instauración de regulaciones laborales y en la configuración de la economía bananera. También visité Medellín, con el fin de rastrear personas que hubieran salido del Urabá y registrar sus historias. En esa tarea, encontré a varias personas con la ayuda de algunas ONG (organizaciones no gubernamentales) como Cedecis, dedicada a trabajar en las comunas enclavadas en las montañas que circundan la ciudad. Lo más complicado de esta labor fue apartar a las personas de su trabajo y de su familia para pedirles que compartieran conmigo sus historias dolorosas, con la certeza de que yo no podría ofrecer mucho a cambio.
Guardo la esperanza de que sus sacrificios no hayan sido en vano. En el mismo sentido, espero que este libro sean un reflejo fiel de sus experiencias. Asimismo, me gustaría que el trabajo pudiera resultar iluminador con respecto a patrones de desplazamiento en contextos de guerra civil, en especial, en la de Colombia. Si bien los hallazgos resultan desgarradores, quizás puedan contribuir a los esfuerzos que se adelantan en el país en materia de justicia y paz.
Este