Название | El muchacho. Novela documental |
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Автор произведения | Vladimir Khomichuk |
Жанр | Современная русская литература |
Серия | |
Издательство | Современная русская литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9785449832207 |
“¡Pero qué coño está diciendo, joder!” —pensó.
Pero pronto empezó a buscar explicaciones y escuchó que LME significaba “lesión de la médula espinal”, mientras que TCE era algo abominable: traumatismo craneoencefálico. Un traumatismo detrás de otro, pensó. Sí, había una esposa a la que amaba sinceramente y a la que, sin embargo, no dejaba de engañar cada vez que podía y le había anunciado que ya no viviría con él. El amor se acabó, como lo entendía ella después de dos meses de cavilaciones.
– Pues entonces pide el divorcio – respondió.
– ¿O sea, que ni siquiera quieres que sigamos siendo amigos? Después de todo, tenemos un hijo en común y podríamos mantener una relación normal; te ayudaré en todo, encontraré un piso en el que puedas vivir con tu madre – continuó murmurando la hipócrita camuflada bajo el icono sagrado.
– ¿Para qué necesito una mujer que no quiera vivir conmigo? – hizo una pregunta lógica y con esto puso punto final a la historia de sus relaciones mutuas, la vida familiar y el amor unilateral.
Después de un año de permanecer en dos clínicas de rehabilitación para pacientes en silla de ruedas, donde le dijeron sin rodeos que nunca volvería a caminar y que permanecería confinado en una silla de ruedas de por vida, su cabeza comenzó a funcionar poco a poco. Pensó seriamente en su vida futura, recordó no solo el español, sino también el inglés, aprendió francés y se preguntó si todo iba a ser tan jodido y realmente iba a seguir siendo un vegetal para siempre. En prensa y en televisión aparecían reportajes. Su amante, que ya se había convertido en un ser querido y una verdadera amiga, fue a verle a toda prisa y habló alegremente sobre un investigador francés que había logrado resultados sorprendentes con la tecnología de rehabilitación que había desarrollado basada en punciones láser, algo como la acupuntura, pero usando un láser en lugar de agujas. Así empezó su primera batalla con la enfermedad y con la impotencia.
Capítulo 2.
Esperanza
Junto a su madre, a quien en broma empezó a llamar madre-hermana-hija, se fue a Francia, a un pequeño pueblo donde trabajaba ese extraño investigador que resultó ser una persona autodidacta, pero muy inteligente, abierta y alegre, aunque no reconocida. Fue el único que le dijo: “Caminarás, pero tendrás que sudar”. Fue un shock. “O sea, ¿que eso era posible?” Y creyó, y no creyó al mismo tiempo. ¡Pero realmente quería creer! Y creyó. Creyó en su deseo de creer, en esas palabras que escuchó por primera vez después de constantes fracturas y noches en llanto y se ganó el derecho a la esperanza, ¡solo a la esperanza!
Por supuesto que la esperanza es la esperanza; algo que entusiasma, da alas para volar, pero también hay que aprender a volar, “caminar”, en su caso. En general, todo resultó no ser tan sencillo. Y no porque no trabajara duro ni sudara. Hizo todo lo posible, todo lo que dependía de él. Se ejercitaba seis horas al día en una amplia variedad de aparatos y en una bicicleta de accionamiento mecánico, y se subió al tutor (unos dispositivos plegables especiales hechos de plástico que ayudan a los discapacitados a erguirse sobre sus piernas, cerrando las rodillas y manteniendo el cuerpo en posición vertical), incluso comenzó a dar pasos, agarrándose al principio a las barras paralelas y después moviéndose con ayuda de un andador. Pero lo cierto es que no resultó ser un “caso médico” ordinario. Los pacientes con lesión medular se dividen en parapléjicos y tetrapléjicos, según el nivel de la lesión en la médula espinal. Aquellos cuya médula espinal se ve afectada por debajo del cuello pueden controlar las manos, mientras que los que tienen lesión en las vértebras cervicales, no controlan ni los brazos ni las piernas. Se les conoce como “tetras”, es decir tetrapléjicos. Pero en el accidente, él recibió el golpe en la zona del pecho. Parecía ser una paraplejia, pero la maldita lesión de cabeza le daba a entender que se le había abierto un agujero en el cráneo, en la zona del hemisferio derecho, el que controla el lado izquierdo del cuerpo humano. Por eso la mano izquierda no le obedece demasiado, apenas puede moverla y agarrar las barras y los pasamanos del andador. Por eso se caía tan a menudo cuando la mano no le obedecía y se resbalaba. A su lado estaba la madre-hermana-hija, que siempre le levantaba (a sus más de 70 años) y que sudaba y se cansaba tanto o más que él. Y además, los médicos “normales” y ordinarios (especialistas en medicina convencional, bien establecida y conservadora) le daban tantas pastillas que le dejaban constantemente medio atontado. El investigador francés, ya casi convertido en amigo suyo, cuando lo vio por primera vez, dijo de inmediato: “Sí, monsieur gas”, refiriéndose a que el paciente estaba bajo los efectos de estupefacientes, es decir, “bajo el gas”, como dicen los rusos. Y gradualmente comenzó a liberarlo de las pastillas. Tomaba hasta 24 al día: para los espasmos, para las enfermedades infecciosas de la vejiga, sedantes, somníferos, laxantes, ¡y toda la mierda que uno se podía imaginar! Todo este proceso duró medio año, pero terminó solo parcialmente, porque de alguna manera era necesario ir al baño, así que mantuvieron los laxantes y los antibióticos, si bien se los redujeron al mínimo. Volvió a la vida un poco, incluso comenzó a sonreír y, a veces, hasta a reír; todo esto por la influencia del “excéntrico” investigador, bromista y humorista, a quien declaró seriamente que su madre había llegado a dominar perfectamente el francés. Una vez ella le preguntó: “Hijo, ¿por qué todos los franceses siempre dicen ‘savá’, tantas lechuzas tienen en Francia o qué?” (“savá” significa lechuza en ruso, n. del t.). Lo cierto es que la madre solía ser una persona muy ingeniosa. Comenzó a arrancar etiquetas de los productos y se hizo una colección completa. Con calma, se acercaba al vendedor ambulante que traía productos al pueblo, le decía “bonjour”, le repetía varias veces “savá” y empezaba a comprar para la semana, mostrando las etiquetas de su colección.
Pero el tiempo avanzaba inexorablemente, y él, impaciente e inquieto, volvió a sentirse incómodo. Una vez más, después de dos años y medio de estancia casi permanente en Francia, comenzó a desesperarse lentamente. Se metió en el ordenador y empezó a investigar por Internet. Encontró un foro estadounidense especializado en su lesión, contactó con médicos de Portugal y China, quería ir a Suiza, Polonia, México. Empezó a hacerlo todo de forma apresurada, pero en todas partes fue rechazado. Por unanimidad todos le repetían: “Es una lesión demasiado grave y compleja”. Y fue entonces cómo, por Internet, accidentalmente, vio en un programa de televisión sobre una clínica rusa, donde, según el presentador, los discapacitados realmente se ponían de pie, sin tutores ni andadores, y se les enseñaba a caminar de nuevo. Ahora ya sabía qué hacer. Empezaba el segundo round. Células madre. Moscú.
Capítulos 3.
Células – células – células
– ¿Y qué puedo esperar? – le preguntó al médico titular de la clínica, al que todos llamaban “profesor”.
– Pues bastante. Comprenda que las células madre tienen una capacidad asombrosa para regenerar las células humanas enfermas, reparar tejidos dañados y conexiones de señales rotas en el organismo. Se les puede llamar “médico universal”.
Parecía muy alentador.
– ¿Podría ser algo más concreto?
– Es evidente que todo depende de cada caso específico, pero, por los datos que tenemos, usted tiene muy buenas perspectivas para restaurar las funciones de los órganos pélvicos y la movilidad de las extremidades inferiores.
– ¿Y cuánto tiempo puede durar eso, cuánto tiempo tendré que estar en la clínica, hasta que al menos se vean los signos principales de una recuperación relativa?
– Dos o tres años. Con visitas cada tres meses, de al menos dos semanas.
Su querida compañera cerró felizmente los ojos, la madre-hermana-hija comenzó a enjugar las lágrimas de alivio. Pero él se sumergió en un oscuro pensamiento: “¿otro charlatán?” Parece que no, y encima habla un ruso de lo más correcto y es muy convincente. Y de él emana algún tipo de carisma.