El caso del cuadro robado. Eugenio Partida

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Название El caso del cuadro robado
Автор произведения Eugenio Partida
Жанр Языкознание
Серия Marzo Michel
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9786078512621



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empedrado se veían camiones de mudanza en reparación y una bodega de techo de láminas de asbesto repleta de objetos. Los estibadores trabajaban bajo la sombra de un árbol. Llevaban monos azules deslavados. Dejaron lo que estaban haciendo. Yo iba vestido con mi sempiterna cazadora de piel Wilson, camisa blanca de vestir, Levi's deslavados y botines Ferragamo color café claro. Me había afeitado con navaja y suavizado las mejillas con Givenchy Blue esa mañana.

      Uno era un joven fornido, de rostro bonachón, pelo prematuramente entrecano, cara ovalada y una boca carnosa y femenina, propia de los hombres débiles de carácter, cuya mujer los convierte en la mascota de la casa.

      El otro era un joven moreno de lentes de fondo de botella, melenita y un airecillo intelectual, de esos que estudian Filosofía o Letras en la UdeG y suelen tener imaginación y fantasías; sobre todo, sueñan con ser hombres intrépidos y conquistar mujeres hermosas.

      —Señores, ¿cómo están hoy? —Hice un gesto de afabilidad—. Vengo a hacerles unas preguntas. —Mostré la placa. El fornido se movió hacia atrás, se sentó en el borde de lo que debió ser una tarjea para vacas, cuando esa parte de Guadalajara todavía era huertas y corrales.

      Me dirigí al de lentes de fondo de botella, que dijo llamarse Amadeo.

      —Hace días hicieron una mudanza de una oficina editorial, en la avenida Américas...

      —Sí, sí, ya hablaron con el gerente —me interrumpió Amadeo—. Nosotros no sabemos nada de eso… —Hizo un gesto para sacar a relucir su argumento triunfal—. En todo caso, de robar algo, nos hubiéramos robado otra cosa…

      No me gusta cuando un sospechoso tiene preparado un mal argumento. La frasecita esa que dice que los ojos son la ventana del alma es una verdad del tamaño del mundo.

      El fornido parecía nervioso.

      La técnica consiste en no hacer caso al nervioso para que se ponga aún más inquieto, y luego abordarlo en solitario.

      —Bueno, voy a necesitar sus datos por si hay necesidad de preguntarles algo más, ¿están de acuerdo?

      Me dieron sus señas. El fornido vivía en una unidad habitacional muy cerca de ahí, era casado. Lentes de fondo de botella y audaz conquistador de melenita y fantasioso hombre de acción, vivía en San Andrés, estudiaba Letras en la UdeG y era soltero.

      Me ablandé como si estuviera seguro que ellos nada tenían que ver.

      —¿Qué creen que pasó, muchachos?

      El fornido volteó a mirar a Amadeo.

      —Nosotros no sabemos nada —insistió Amadeo—, a ese tipo de oficinas entra mucha gente, y cuando se están cambiando pasa eso. Se les extravían cosas y luego dicen que fueron los de la mudanza.

      —Bueno, hasta luego, los veré en otra ocasión, hay que seguir investigando esto —dije.

      Me iba y no pudo contenerse.

      —¿Y cuesta mucho dinero ese cuadro o qué?— preguntó Amadeo.

      Es peculiar este trabajo de detective. Mi especialidad son los homicidios, pero entre un homicidio y otro, para ganarme la vida, tomo cualquier asunto que tenga que ver con mi profesión. En este oficio, si hay algo imprescindible, es aprender a observar los detalles de las cosas.

      «En los detalles es donde está Dios», según un dicho que llevo siempre conmigo, y eso que soy ateo.

      Hay narraciones escritas en los rostros de las personas como si fuera una novela. Algo importante de aquel cursito por correspondencia gracias al cual me convertí en detective privado (un curso de la Hemison School anunciado en la última página de un cómic por el que tuve que decidirme entre estudiar para secretario, aeromozo o detective privado), fue la recomendación de leer cuentos y novelas como fuente de conocimiento de los diferentes caracteres humanos. Nadie te hablará mejor que Dostoiesky de cómo un estudiante puede convertirse en el asesino de una usurera. O sobre el carácter de ciertas mujeres como lo hace Tolstoi en Ana Karenina, o como lo hace Flaubert en Madame Bovary. Uno tardaría una vida completa para descubrir las motivaciones en la psique de un tipo como el capitán Ahab y el misterio de su obsesión con la monstruosa, blanca y terrible ballena Moby Dick. O las simplezas de la codicia y los sueños de los personajes de la picaresca, o pongamos también como ejemplo el mundo de los rebeldes anarquistas del El agente secreto, de Joseph Conrad, o el duelo perverso de dos libertinos en Las amistades peligrosas.

      Las personas comunes y corrientes se convierten en personas extraordinarias al cometer crímenes, todas esas personas tienen algo de los personajes de novela, algo que aflora de pronto y toma posesión para someterlos a las situaciones en las que cometen esos actos, que van desde el simple robo de una minucia hasta el asesinato. Busca su punto flaco, la debilidad que los altera y ahí encontrarás las claves de sus motivaciones, lo que te llevará a resolver el caso y te revelará la verdad.

      Observando a ese joven estudiante de Letras, cuyo estereotipo a simple vista era el del romántico soñador, pensé en aquella frase de Cela: Es cómodo ser derrotado a los veinticinco años aún sin una cana en la cabeza aún sin una sola caries en la dentadura sin una sola nube en la conciencia con solo dos o tres lagunas en la memoria y mirar el mundo desde el cielo desde el purgatorio desde el infierno.

      Una de las primeras cosas que debe saber un detective privado es que todos vivimos dos vidas, la que compartimos con los otros y la que transcurre oculta en nuestros pensamientos. Cuando esa vida que transcurre oculta en nuestros pensamientos toma protagonismo en la vida real, comienzan los problemas.

      Dijo Lacan: «El subconsciente es la vida de los otros».

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