Название | La teoría de la argumentación en sus textos |
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Автор произведения | Luis Vega-Reñón |
Жанр | |
Серия | Derecho y Argumentación |
Издательство | |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786123252397 |
Ahora, y como preparación a la consideración de otros sistemas, vamos a describir con más detalle la organización y funcionamiento de los registros de compromisos. Hemos dicho que esos registros contienen enunciados, pero no está del todo claro qué quiere decir eso, y es mejor ser más explícito y decir que contienen instancias de enunciados del lenguaje del diálogo o de otro equivalente. Podemos imaginar físicamente un registro de compromisos como una hoja de papel escrita, o como una partición de la memoria de un ordenador. A medida que el diálogo avanza se añaden periódicamente elementos y, en determinadas circunstancias, se borran otros. Se añade un enunciado S, en concreto, cuando el hablante lo “afirma” o cuando se le propone y no hace nada por negarlo, y se borra, quizá con otras alteraciones consecuentes, si se “retracta” de él.
La suma total de los enunciados del registro en un momento dado es el compromiso indicativo del hablante. Lo llamo “indicativo” porque en otros contextos que ahora no nos interesan sería necesario considerar también otro tipo de compromisos, imperativos o emotivos. Para diversos propósitos podemos considerar que la conjunción de las múltiples instancias de un enunciado es otra mayor, pero para otros hay que considerarlas distintas.
A primera vista parece un requisito obligado que los enunciados de un registro de compromisos sean consistentes entre sí, pero, si lo pensamos, nos daremos cuenta de que, aunque existe un concepto ideal de “hombre racional” que implica una consistencia perpetua, ese supuesto no es en absoluto necesario para el funcionamiento de un sistema dialéctico satisfactorio. De hecho, incluso cuando están en juego nuestros ideales de racionalidad, nos conformamos con mucho menos: un hombre es “racional”, en un sentido satisfactorio, si es capaz de advertir y remediar las inconsistencias cuando se le señalan. También hemos de darnos cuenta de que la consistencia presupone la capacidad de detectar incluso las consecuencias más remotas de lo registrado, y que eso no tiene sentido para determinados tipos de posibles aplicaciones dialécticas. ¿Podríamos modelizar una discusión entre matemáticos acerca de la validez de un teorema si tuviéramos que asumir que los propios matemáticos son omniscientes? Al discutir una demostración un participante puede estar comprometido con un paso sin estarlo con el siguiente, que puede estar todavía en cuestión. Así sucede, al menos, en el sentido de “compromiso” que es pertinente en los sistemas dialécticos: otros pueden usar el sentido que les plazca.
Al mismo tiempo está claro que algunas consecuencias muy inmediatas de S pueden considerarse compromisos si S es un compromiso, y que no es necesario tolerar las contradicciones flagrantes e inmediatas, como la que se da entre S y ¬S. Hay que establecer un límite, y habrá que establecerlo en las reglas de cada sistema. Algo parecido, aunque lógicamente más difícil, sucede con la retractación.
Cuando un participante cambia de idea sobre un enunciado S y se retracta de él o simplemente lo sustituye por su negación, está claro que S debe ser eliminado de su registro de compromisos. Sin embargo en la práctica muchas veces hará falta realizar otros reajustes compensatorios. ¿Qué sucede con un compromiso S que implica T cuando T es sustituido por ¬T? Si S es p ∧ q y T es p, parece que tendríamos que quedarnos con ¬p ∧ q, pero p ∧ q es equivalente a p∧ (p ≡ q), y el mismo razonamiento nos llevaría entonces a ¬p∧ (p ≡ q), que es equivalente a ¬p ∧ ¬q. La respuesta es que el concepto de retractación no es tan simple como parece a primera vista, y que, de nuevo, las reglas han de establecerse en cada sistema particular.
Hay que insistir en que un compromiso no es necesariamente una “creencia” del participante que lo tiene puede hacer más digeribles esas afirmaciones. No creemos todo lo que decimos, pero decirlo nos compromete con lo dicho, tanto si lo creemos como si no. El propósito para el que se propone un registro de compromisos no es psicológico. Aunque presumiblemente el cerebro de un hablante real debe contener algo remotamente análogo a un registro de compromisos, también contiene muchas otras cosas, y la función teórica fundamental de los registros de compromisos es proporcionar una definición dialéctica de enunciados. […]
Sería instructivo intentar ahora algún tipo de formalización de las convenciones del debate público griego. Por diversas razones es un proyecto muy difícil y no lo intentaré en detalle. Procede, sin embargo, hacer algunas observaciones y comentarios, sobre todo en relación a las falacias que pueden ejemplificarse en él.
El “juego griego” de los primeros diálogos platónicos se parece al juego de las obligaciones (que procede de él) porque en cualquier fase hay dos participantes con roles específicos, el “preguntador” y el “respondedor”. Lo mismo que en el juego de las obligaciones, el preguntador es “socrático” en un sentido que ahora podemos precisar: sus locuciones no comportan ningún compromiso y no tiene un registro de compromisos. Cuando Platón recoge la queja de Trasímaco en La República (337), está objetando la práctica de que haya un participante que no hace ninguna aserción y se limita a hacer preguntas al otro:
– Lo hacen para que Sócrates consiga lo habitual: que él no responda, sino que, al responder otro, tome la palabra y lo refute.
Y cuando Sócrates replica:
– ¿Y cómo podría alguien responder, mi excelente amigo —señalé—, cuando, en primer lugar, uno no sabe, y después, si piensa algo, un hombre nada insignificante le prohíbe que hable de las cosas que está considerando?
Está dando una justificación no del todo sincera de un procedimiento que Platón considera apropiado en otros lugares para la búsqueda de la verdad. El preguntador, al menos nominalmente, no tiene una tesis propia y acepta, dentro de los límites de la lógica, lo que el respondedor le dice.
Solo si intentásemos dar una razón para la disposición de las cuestiones podríamos sentirnos inclinados a modificar esta visión. De hecho Sócrates aparece, a la larga, como alguien con una visión propia muy acusada. Las cuestiones sesgadas o cargadas no son infrecuentes, y algo puede deducirse de la manera en la que las cuestiones están formuladas, en espera de una respuesta y no de otra. Sócrates dice muchas veces cosas como “Pero, la recuperación del conocimiento dentro de nosotros mismos, ¿no es lo que llamamos reminiscencia?”, o “Entonces, Trasímaco, ¿realmente crees que el injusto es sagaz y bueno?”, y pregunta y repregunta cuando no está de acuerdo, al tiempo que desiste cuando el respondedor le da la respuesta que quiere. Tales tácticas no tienen por qué ser desautorizadas por las reglas del juego, aunque introducen en él otra dimensión. Para formular las reglas tendríamos primero que elaborar una teoría de los compromisos interrogativos y su interacción con los indicativos, y eso nos alejaría mucho de nuestra ruta. Hay, en efecto, dos juegos griegos con un grado de sofisticación distinto, y nos limitaremos aquí al más sencillo.
Las preguntas tienen que ser “definidas” o “destacadas” y tener un número reducido de posibles respuestas, de manera que nuestro modelo “Pregunta ¿S, T, …, X?” pueda representarlas razonablemente bien. Puesto que el objetivo del preguntador es refutar al respondedor, debe disponer de medios para llevar a cabo esa refutación, y se le deben permitir locuciones como “Resuelvo S”. Pero fuera de esas dos locuciones, no debe disponer de más.
El registro de compromisos del respondedor está inicialmente vacío, y todas sus locuciones son enunciados simples de la forma “Afirmación S”, con las excepciones de que, para responder a “Resuelvo S”, debe decir “Retiro S” o “Retiro ¬S”, y de que puede decir “No lo sé S, T, …, X”. La razón para distinguir en nuestras locuciones “Sin compromiso” previas estas dos categorías se harán manifiestas dentro de un momento.
Una característica del juego que es difícil formalizar es su dependencia de las opiniones de los espectadores o de “la mayoría”. Esas personas son los árbitros últimos tanto de la admisibilidad de una aserción o de un argumento particular como del resultado final. Quizá pudiéramos intentarlo con la siguiente