El poder de la fe. Tadeusz Dajczer

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Название El poder de la fe
Автор произведения Tadeusz Dajczer
Жанр Документальная литература
Серия Meditaciones sobre la eucaristía
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788428561969



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del drama. La respuesta de Abrahán es el segundo elemento, él correspondió con la obediencia de la fe. Y así, en el lugar donde dominaba de forma universal la tradición del mito, surgió por primera vez en la historia del mundo el fenómeno de la fe. Abrahán, al seguir el mandato de Dios, parece que dice con toda su persona: Dios, te creo y por eso creo en lo que me das.

      En el contexto de la fe de Abrahán, de la fe bíblica, puedo ver cómo es mi respuesta de fe a la actuación divina, a la comunicación que Dios hace de sí mismo en mi vida.

      Dios se me entrega en la Iglesia, en sus sacramentos. A través de estos, el Espíritu Santo santifica las almas. «Como el fuego transforma en sí todo lo que toca, así el Espíritu Santo transforma en vida divina todo lo que se somete a su poder»2. Los signos sacramentales que podemos advertir, cada uno a su manera, significan y realizan la santificación del hombre3.

      Todos los sacramentos de la Iglesia necesitan de la fe como disposición, sin embargo, como dice la Constitución para la sagrada Liturgia: «Los sacramentos… no solo suponen la fe, sino que, a la vez, la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y de cosas; por esto se llaman sacramentos de la “fe”»4.

      El sacramento de la Eucaristía es el sacramento de la fe par excellence. El misterio de la Eucaristía es, de alguna manera, el criterio de nuestra fe y fidelidad a Dios, porque ningún otro misterio de la fe constituye desafío tan grande para nuestra vida, con frecuencia penetrada de conveniencias. Jesucristo exige de nosotros una impecable fe viva en la transubstanciación del vino en su Sangre y del pan en su Cuerpo. Esto ya es visible en su discurso eucarístico en Cafarnaún, donde incluso a los Apóstoles les exigió que confesaran su fe en la Eucaristía o se fueran.

      Sin embargo, la fe no es algo que poseo, no es estática, se asemeja a las gotas de mercurio que, cuando quiero reunirlas, siempre se vuelven a separar. La fe es un proceso, pero sobre todo una relación entre dos personas: Dios, que da la gracia de la fe, y el hombre, que puede acoger esa gracia, pero que también puede rechazarla o cerrarse a ella. La gracia de la fe y la disposición del hombre siempre se tocan. Por eso, al ver mi falta de fe debería pedir constantemente al Señor que me multiplique esa fe, igual que hacían los Apóstoles.

      Entonces, si realmente creyera en lo que sucede sobre el altar desde el momento de la consagración, con seguridad me abarcarían un asombro y una alegría tan grandes que me sería muy difícil seguir viviendo como hasta ahora.

      Por su parte, san Gregorio Magno nos enseña que durante la Eucaristía el cielo y la tierra se vuelven una sola cosa: «¿Qué fiel puede, por tanto, dudar que, en el mismo momento de la inmolación, los cielos se abren a la voz del sacerdote; que, en este misterio de Jesucristo, los coros angélicos están allí presentes, que los seres superiores comparten con los inferiores sus prerrogativas, que los seres terrestres están unidos con los celestiales y que lo visible solo forma una cosa con lo invisible5. Al respecto, escribe el cardenal Ratzinger: «la Liturgia cristiana nunca es la iniciativa de un grupo determinado, de un círculo particular o, incluso, de una Iglesia local concreta. No participamos solamente del encuentro con un grupo mayor o menor: el resplandor de ese grupo significa el universo, y una característica singular de la Liturgia es precisamente esa, que (…) la tierra y el cielo se encuentran. En esto se encierra la grandeza del culto divino»6.

       A ejemplo de Abrahán

      Abrahán es el padre de nuestra fe: «¡Creyó Abrahán en Dios y le fue reputado como justicia!» (Rom 4,3; cf Gén 15,6). Gracias a esta fe inamovible se convirtió en «padre de todos los creyentes» (Rom 4,11.18; cf Gén 15,5) y en «padre de muchedumbre de pueblos» (Gén 17,5).

      Todos somos hijos espirituales de la fe de Abrahán, que se convirtió, al mismo tiempo, en esperanza y amor. De su propia fe surgió la fe bíblica, que alcanzó su plenitud en la revelación del Nuevo Testamento. A través de la fe podré tocar a Dios y relacionarme con Él tal como se vincularon con Él en la tierra palestina. ¿No es esto asombroso? Pero cuando no tengo fe, tampoco tengo esperanza ni amor.

      Además, se debe mencionar que la fe siempre está enlazada con algún DESARRAIGO. Al abandonar la tierra de Jarán, Abrahán abandonó su mundo, el que hasta ese momento era todo para él, y partió hacia lo desconocido siguiendo a un Dios sobre el que nunca había sabido. «Por la fe vivió como “forastero” y “peregrino” en la Tierra Prometida (cf Gén 23,4)»1.

      No sabe uno qué es más admirable: si la gran apertura de Abrahán a la gracia expresada en las palabras de Dios o la potencia misma de la gracia, que no permitió ningún titubeo o miedo, que era simplemente un poder y un amor tan inmensos que los siguió hasta el final. Al estar desarraigado no sufrió heridas de Dios. Este milagro del primer acto de fe en la historia del mundo le quitó a Abrahán todo y, al mismo tiempo, le dio todo.

      En el caso de Abrahán, por primera vez en la historia de la humanidad surgió Dios, con quien el hombre puede entablar un diálogo a pesar de no entenderlo, y le cree. Sin embargo, como la fe no existe sola, en ella nacen la esperanza y el amor. Así crece la amistad con el Creador. El hecho de que el hombre pueda encontrase con Él es un descubrimiento asombroso. El hombre puede amarlo y ese es un hallazgo insólito en la historia de la humanidad que trajo la historia bíblica.

      Desde Abrahán comienza una religión nueva porque él dejó a un lado la religión del mito para madurar hacia la religión de la historia, una religión que, al ser revelada, se convirtió en la historia de la salvación. En él realizó Dios una transformación extraordinaria. Nadie en el mundo, excepto Abrahán, podía darse cuenta de que al decirle Dios: «Vete de tu patria» (cf Gén 12,1), comenzaba una ETAPA COMPLETAMENTE NUEVA EN LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD, algo que el hombre de aquellos tiempos ni siquiera podía imaginar. De esta forma, Abrahán fue aprendiendo una nueva relación con Dios, quien habla con él y a quien todavía no conoce pero que le promete tanto de manera tan abrupta.

      Entonces, para comprender qué es la fe, tenemos que entender a Abrahán, quien dejó todo atrás y se convirtió en peregrino. La fe es oscuridad. «Él es padre de todos nosotros» (Rom 4,16). «Salió sin saber adónde iba» (Heb 11,8). Marchó en la oscuridad, dejó su propia patria, su tierra, su morada, su cultura, su historia, su mentalidad, su lengua. Fuera de Dios es un hombre que ya nada tiene, la fe se convirtió para él en pobreza. Podemos discernir en su fe algo de la experiencia del desierto, en el sentido de que en el desierto ya no hay «morada» y no puede uno enraizarse.

      Por eso es más fácil para nosotros comprender que la fe bíblica no es solamente un: creo en Ti, Dios mío, sino un: Te creo a Ti. Te creo a Ti en las oscuridades, como Abrahán. A veces en lo absurdo de una situación en la que me puedes introducir. Porque confío en Ti. Y si creo de esa manera, entonces mi fe se forma a ejemplo de la fe bíblica.

      Es precisamente esa fe la que Cristo exigió de quienes lo escuchaban al hablar en Cafarnaún sobre la Eucaristía. Humanamente parecía que anunciaba cosas ilógicas, como alimentarse de su propio cuerpo. Pero Jesús exigió de sus discípulos y de las multitudes que le prestaban atención, que le creyeran incluso si lo que decía les parecía absurdo. Les pidió que confiaran igual que Abrahán cuando experimentó a Dios, el mismo que se le reveló y se le ocultó; como el padre de los creyentes, quien gradualmente maduró hacia lo que Dios esperó de él. Aquel que prometió a Abrahán tanto, pero algo que él no pudo ver en vida.

      El padre de los creyentes no entendió a su Dios. El hecho de que la promesa de Dios no se realizara en su vida, en sentido literal, podría haberle parecido extraño. Sin embargo, permaneció fiel (las palabras «fe» y «fidelidad» tienen un núcleo común). Abrahán continúa en fidelidad a Dios, a quien cree. No se rebela porque la Tierra Prometida a la que llegó no está abierta para él en lo más mínimo, está habitada, en ella tiene solamente un desecho que compró para la tumba de su esposa Sara y para él, solo un desecho. Y esa fue toda su Tierra Prometida.

      En su interior, Abrahán iba transformándose a través de la influencia del mandato de Dios de guiar a su pueblo.