Escogidos por Dios. R. C. Sproul

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Название Escogidos por Dios
Автор произведения R. C. Sproul
Жанр Философия
Серия
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9781629463216



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de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. (Efesios 1:3-6)

      En nuestro conflicto a lo largo de la doctrina de la predestinación, debemos comenzar con una clara comprensión de lo que significa la palabra. Aquí afrontamos dificultades inmediatamente. Nuestra definición está a menudo influida por nuestra doctrina. Podríamos esperar que si recurriéramos a una fuente neutral para nuestra definición - una fuente como el diccionario de Webster - evitaríamos tal prejuicio. No tenemos tal suerte. (O debiera decir, tal providencia.) Consideremos los siguientes artículos en el Webster’s New Collegiate Dictionary.

      predestinado: destinado o determinado de antemano; preordenado a una suerte o destino terrenal o eterno por decreto divino.

      predestinación: la doctrina de que Dios, consecuentemente con su presciencia de todos los eventos, guía infaliblemente a los que están destinados para salvación.

      predestinar: destinar, decretar, determinar, designar o establecer de antemano.

      No estoy seguro de cuánto podemos aprender de estas definiciones del diccionario, aparte de que Noah Webster debe de haber sido luterano. Lo que podemos deducir, sin embargo, es que la predestinación tiene algo que ver con relación a nuestro destino final, y que algo se hace acerca de ese destino por parte de alguien antes que lleguemos allí. El pre de predestinación se refiere al tiempo. Webster habla de “antemano”. Destino se refiere al lugar a donde vamos, como vemos en el uso normal de la palabra destino.

      Cuando llamo a mi agente de viajes para reservar un vuelo, pronto surge la pregunta: “¿Cuál es su destino?” A veces, la pregunta se expresa de forma más simple: “¿A dónde va usted?” Nuestro destino es el lugar a donde vamos. En teología se refiere a uno de dos lugares: o bien vamos al cielo, o vamos al infierno. En cualquiera de los dos casos no podemos cancelar el viaje. Dios sólo nos da dos opciones finales. La una o la otra es nuestro destino final. Aun el catolicismo romano, que tiene otro lugar al otro lado del sepulcro, el purgatorio, considera éste como una parada intermedia a lo largo del viaje. Sus viajeros siguen la ruta local, mientras que los protestantes prefieren la ruta directa.

      Lo que la predestinación significa, en su forma más elemental, es que nuestro destino final, el cielo o el infierno, está decidido por Dios no sólo antes de llegar allí, sino aún antes de que nazcamos. Nos enseña que nuestro destino final está en las manos de Dios. Otra forma de decirlo es ésta: Desde toda la eternidad, antes de que viviésemos, Dios decidió salvar a algunos miembros de la raza humana y dejar que el resto pereciera. Dios hizo una elección: escogió algunos individuos para ser salvados y gozar de eterna bienaventuranza en el cielo, y al otro lado escogió pasar por alto a otros, dejándoles seguir las consecuencias de sus pecados en el tormento eterno del infierno.

      Esta es una afirmación dura, cualquiera que sea la forma en que la enfoquemos. Nos preguntamos: “¿Tienen algo que ver nuestras vidas individuales con la decisión de Dios? Aun cuando Dios haga su elección antes de que nazcamos, El conoce aún todo acerca de nuestras vidas antes que las vivamos. ¿Toma El en consideración ese conocimiento previo de nosotros cuando toma su decisión?” La forma en que respondamos a esa última pregunta determinará si nuestra idea de la predestinación es reformada o no. Recordemos que anteriormente afirmamos que prácticamente todas las iglesias tienen alguna doctrina de la predestinación. La mayoría de las iglesias están de acuerdo en que la decisión de Dios es tomada antes que nazcamos. La cuestión radica en la pregunta: “¿Sobre qué base toma Dios esa decisión?”

      Antes de comenzar a responder eso, debemos aclarar un punto más. Frecuentemente, la gente piensa acerca de la predestinación con respecto a cuestiones cotidianas acerca de accidentes de tráfico y cosas parecidas. Se preguntan si Dios decretó que los yanquis ganaran el campeonato mundial o si el árbol cayó sobre su coche por una ordenanza divina. Aun las pólizas de seguros tienen cláusulas que se refieren a los “actos de Dios”. Cuestiones como estas se tratan normalmente en teología bajo el epígrafe de la Providencia. Nuestro estudio se fija en la predestinación en el sentido estricto, restringiéndola a la cuestión final de la salvación o condenación predestinadas, lo que llamamos elección y reprobación. Las otras cuestiones son interesantes e importantes, pero están fuera de los límites de este libro.

      La soberanía de Dios

      En la mayoría de las discusiones acerca de la predestinación, existe una gran preocupación acerca de proteger la dignidad y libertad del hombre. Debemos también observar la importancia crucial de la soberanía de Dios. Si bien Dios no es una criatura, es persona en sí misma, con una dignidad y libertad supremas. Somos conscientes de los intrincados problemas que rodean la relación entre la soberanía de Dios y la libertad humana. Debemos también ser conscientes de la estrecha relación entre la soberanía y la libertad de Dios. La libertad de un soberano es siempre mayor que la libertad de sus súbditos.

      Cuando hablamos de la soberanía divina, estamos hablando acerca de la autoridad de Dios y el poder de Dios. Como soberano, Dios es la suprema autoridad del cielo y la Tierra. Toda otra autoridad es una autoridad inferior. Cualquier otra autoridad que exista en el universo se deriva y es dependiente de la autoridad de Dios. Todas las demás formas de autoridad existen bien por el mandato de Dios o bien con su permiso.

      La palabra autoridad contiene dentro de sí la palabra autor. Dios es el autor de todas las cosas sobre las cuales tiene autoridad. El creó el universo. Es el propietario del universo. Dicha propiedad le da ciertos derechos. Puede hacer con su universo lo que agrade a su santa voluntad. Asimismo todo poder en el universo fluye del poder de Dios. Todo poder en este universo está subordinado a El. Aun satanás carece de poder sin el soberano permiso de Dios para actuar.

      El cristianismo no es dualismo. No creemos en dos poderes iguales entablando una lucha eterna por la supremacía. Si satanás fuese igual a Dios, no tendríamos confianza ni esperanza alguna de que el bien triunfase sobre el mal. Estaríamos destinados a un eterno equilibrio entre dos fuerzas iguales y opuestas.

      Satanás es una criatura. Sin duda es malvado, pero aun su maldad está sometida a la soberanía de Dios, como lo está nuestra propia maldad. La autoridad de Dios es final; su poder es omnipotente. El es el soberano.

      Una de mis tareas como profesor de seminario es enseñar la teología de la Confesión de Fe de Westminster. La confesión de Westminster ha sido el documento confesional central del presbiterianismo histórico. Expresa las doctrinas clásicas de la iglesia Presbiteriana.

      En cierta ocasión, mientras enseñaba en este curso, anuncie a mi clase nocturna que la siguiente semana estudiaríamos la sección de la confesión que trata de la predestinación. Puesto que la clase nocturna estaba abierta al público, mis estudiantes se precipitaron a invitar a sus amigos a la interesante discusión. La siguiente semana la clase estaba abarrotada de estudiantes e invitados. Comencé la clase leyendo los primeros renglones del capitulo 3 de la Confesión de Westminster:

      Dios, desde la eternidad, por el sabio y santo consejo de su voluntad, ordenó libre e inalterablemente todo lo que sucede.

      Detuve la lectura en ese punto. Pregunté: “¿Hay alguien en esta clase que no crea las palabras que acabo de leer?” Se levantó una multitud de manos. Entonces pregunté: “¿Hay algunos ateos convencidos en la habitación?” Ninguna mano se levantó. Entonces dije algo ofensivo: “Todos los que levantaron la mano a la primera pregunta deberían haber levantado la mano a la segunda pregunta.”

      Mi afirmación fue recibida por un coro de murmullos y protestas. ¿Cómo podía yo acusar a alguien de ateísmo por no creer que Dios preordena todo lo que sucede? Los que protestaron contra estas palabras no estaban negando la existencia de Dios. No estaban protestando contra el cristianismo. Estaban protestando contra el calvinismo.

      Traté de explicar a la clase que la idea de que Dios preordena todo