Memorias de un cronista vaticano. José Ramón Pin Arboledas

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Название Memorias de un cronista vaticano
Автор произведения José Ramón Pin Arboledas
Жанр Языкознание
Серия Novelas
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418811494



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iglesias, la católica entre ellas, grupos ecologistas y los partidarios del Humanismo Natural que se oponía a estas ideas del Humanismo Liberador.

      II. Calixto X, el primer papa selenita, me renueva el cargo de cronista

      Calixto X, antes monseñor Illibrando Musti, había nacido en la luna que, aunque bajo la soberanía del Gobierno de la Tierra, tenía autonomía en una serie de aspectos. Su Parlamento dictaba leyes propias. Allí, por ejemplo, se prohibía el aborto por razones de supervivencia de la colonia. Tener un nuevo miembro que naciera adaptado a las especiales condiciones del satélite terrestre era una alegría para sus pocos millones de habitantes. De hecho, era noticia de cabecera de los medios de comunicación selenitas. Al contrario que en la Tierra, donde la sobrepoblación era considerada un ataque al equilibrio ecológico del planeta.

      Nacer en la luna comportaba un crecimiento con periodos diarios de gravedad baja y exposición ocasional a rayos solares y de otro tipo más intensos que en la Tierra. Todo eso permitía adaptarse desde pequeño a la vida colonial, algo que costaba mucho a los emigrantes procedentes de la Tierra, que solo podían permanecer unos años en la luna sin fuerte medicación. Los «selenitas», al crecer con periodos de gravedad inferiores a la Tierra, solían ser más altos y sus huesos menos robustos. Por esa y otras causas, para vivir en la Tierra tenían que permanecer medicados de por vida. Esa había sido una de las dificultades para el acceso al papado de monseñor Illibrando, ahora Calixto X. Pero su firmeza en la interpretación de la doctrina y su impecable trayectoria habían inspirado al Colegio cardenalicio, que lo eligió a la muerte de su antecesor en la primera votación. Una elección con mayoría superior a los dos tercios que exigía la norma.

      Como cronista del Vaticano fui confirmado inmediatamente. Su Santidad me conocía brevemente de dos escasas visitas personales a Roma (no era fácil conseguir billetes de ida y vuelta, ni siquiera para un cardenal). Acabadas las ceremonias de entronización al papado me llamó y me dijo en un italiano con acento extranjero:

      –Espero que siga redactando los acontecimientos con la fidelidad que lo ha hecho hasta ahora. He seguido sus crónicas desde mi sede lunar y no solo me han hecho conocer bien lo que ocurría en el Vaticano y toda la Iglesia; también me han ayudado a fortalecer mi fe.

      –Muchas gracias, Santidad –contesté–; espero merecer la confianza que sus dos anteriores antecesores tuvieron en mí.

      Luego entraron personas del servicio y me fui. Unas horas después recibí el mensaje de confirmación de la renovación de mi encargo. Entonces no sabía que los acontecimientos se iban a precipitar.

      III. Al papa se le niega el discurso ante el Parlamento Global y viajo a NY

      La tradición mandaba que una de las primeras salidas del Vaticano de un papa nuevo era un discurso en el Parlamento global, que representaba a toda la humanidad, colonias espaciales incluidas. Ocurría lo mismo con el Dalai Lama y algún otro líder espiritual. Pero esta vez no se había recibido la invitación en la Roma del papado.

      El secretario de Estado del Vaticano había sugerido al nuncio ante el Gobierno global que insistiera para que fuera cuanto antes. Calixto X podía no adaptarse bien a la vida en el planeta y sería bueno que pudiera exponer sus convicciones pronto. El secretario de Estado global (adjunto a la Presidencia de la Tierra) respondió con evasivas e indicó que el discurso debía consensuarse con el Gobierno. La capital de la Tierra era Nueva York, por haber sido la sede de la ONU (Organización de Naciones Unidas) en siglos pasados. NY tenía un estatus especial; se denominaba DG (Distrito Global). Allí el Humanismo Liberador era la ideología dominante.

      Según la Constitución global, había libertad de expresión. Pero, por razones de equilibrio ecológico, no había libertad de residencia permanente entre territorios súperpoblados. Las leyes de NY permitían al Gobierno global expulsar a personas que, por sus ideas o costumbres, perturbasen la tranquilidad ideológica de la mayoría de los miembros de una comunidad. Esta ley, que se aprobó con mucha polémica, se iba adoptando por cada vez mayor número de territorios y eso hacía que las manifestaciones públicas de la doctrina de la Iglesia católica fueran siendo toleradas en cada vez menos zonas. No se impedía que las personas tuvieran sus propias creencias religiosas y se protegía su práctica en privado, pero se dificultaba su manifestación pública.

      Era seguro que monseñor Illibrando, ahora Calixto X, iba a denunciar este hecho ante el Parlamento global. En la colonia lunar no tenían problemas para expresar sus opiniones. Era uno de los territorios donde la población autóctona era necesaria. Por eso, además del aborto, la eutanasia también estaba prohibida. Eso hizo que muchas familias católicas emigrasen ahí durante los primeros tiempos de la colonia. Allí era fácil, y casi un deber, defender las doctrinas cristianas tradicionales.

      Al mes de su nombramiento, Calixto X me comentó:

      –Cronista –siempre me llamaba así con cariño–, creo que debería viajar a NY para analizar el tema de mi presencia en el Parlamento global. Es necesario que proclamemos el Evangelio a todos los pueblos, como nos ordenó Jesucristo antes de su ascensión a los cielos.

      –Santidad –repliqué–, no soy diplomático y mi capacidad es relatar cómo transcurre la historia más que ayudar a que ocurra.

      Me miró y afirmó con fuerza:

      –Lo sé, cronista. Pero el diablo está metido en todas partes y necesito que alguien me explique desde la realidad, pero con los ojos de la fe, cómo es la situación para poder abordarla. Por eso una persona acostumbrada a analizar las cosas con los criterios correctos es ideal para esta misión.

      A los pocos días me encontraba en la sede de la Nunciatura en NY sin un encargo concreto, pero con una misión definida. El nuncio, monseñor Pasquali, era un diplomático de carrera, italiano, prudente como todos los de su especie y buen sacerdote; proclive a la buena mesa, porque, según decía, a los globócratas (nombre que se daba despectivamente a toda la Administración del Gobierno global) se les podía llegar mucho antes por el estómago que por el razonamiento o el corazón; cosas de «la especie humana» a quien Dios dotó del sentido del gusto. Sin ninguna duda, su figura corporal respondía a esa afirmación. Se decía en NY que la cocina de la Nunciatura era el mejor fogón italiano de la capital en una ciudad en la que los restaurantes de esa especialidad eran famosos.

      IV. Comida con la secretaria Global de Relaciones con Instituciones

      Randia Wisfall era la llave para todo tipo de relaciones entre las instituciones civiles y el Gobierno global. Secretaria del Gobierno global (lo que en el siglo XX se llamaba ministra o comisaria), era una activista del Humanismo Liberador conocida por sus planteamientos radicales. También era una de las mejores gourmets del Gobierno. Por eso nunca despreciaba una comida en la Nunciatura. Nada más explicarle la naturaleza de mi misión, Pasquali me dijo: «Debes conocer a Randia».

      Supongo que quería que yo mismo palpase lo difícil de su situación en NY, una ciudad en la que, en los templos, como la catedral de San Patricio, solo se permitía el culto religioso de manera restringida.

      Randia, además de miembro del Gobierno con rango de ministra, era conocida como «musa» de partido del Humanismo Liberador. Hija de activistas sociales, se destacó ya como líder en la universidad. En las elecciones del movimiento estudiantil del PHL consiguió un triunfo arrollando a sus candidatos competidores con solo veinte años. Su discurso fue difundido a nivel global. En uno de sus párrafos definía su filosofía.

      «...Somos hijos de nuestra historia como seres humanos. Ha sido un proceso lento y doloroso a base de sacrificios individuales y colectivos. Sus frutos nos deben llevar al siguiente nivel de evolución. Un nivel al alcance de la mano gracias a la tecnología y la revolución social, en la que nos liberemos de nuestros tabúes, de nuestros prejuicios, de los mitos que coartan nuestra libertad y de nuestra propia naturaleza.

      No somos hijos de ningún Dios que, aunque existiera no nos importaría, porque somos nuestros propios artífices. No tenemos un espíritu que haya que salvar. Somos la consecuencia de la evolución de nuestra organización material. No hay un alma humana en cada uno de nosotros y, por supuesto,