Entre estos y aquellos mares hay cielos hay cauces de vida bosques cerrados crueles enconados hirvientes cementerios trata de inventarles nombres yo no recuerdo.
Treinta decasilabos descalzos, de Víctor Roura. Una relación muerta no puede ser revivida ni con palabras de aliento, a menos que ambos amantes quieran proseguir indiferentes con el simulacro.
Sí, muchacha de cabellos australes, sé que no puedo detener el destino de los nómadas, la vida es así: siempre partir, te espera el viejo Buenos Aires, su tanguero cotorreo el teatro Colón apagado.
Hermano Sol, hermana Luna, hermano Lobo, hermana ninguna. Soy la mujer luna, aunque la aurora y el paso de la noche no despejen el misterio que oculta mi cintura.
Terso, el viento que vaga. Inmerso todo de golpe en el invierno finito. Los poros desde el ocaso beben la nieve del vientre fragmentado, copado, gélido, entumido por finísimos espasmos.
Apasionada, poemario de Ethel Krauze. "Sabes a viaje por el lecho entre el durazno de sábanas y el follaje humedecido que nace de los besos. Sabes a liquen, a jugoso témpano que se respira en el limón de puerto dulce(…)"
En esta ciudad cada noche danzan cien hongos con tres sucios vasos y un delantal percudido, las cuatro estaciones en un muro de piedra tintinean, tiritan en cada nota cálidas fantasías, tres acordes fusilan somnolencias, el eco de Mozart ilumina la noche y las risas caen sobre vasos de whisky perdiendo la partida con la luna llena.