De los poemarios que más llegan y llagan son los elegíacos destinados a la muerte del padre. ¿Por qué es así? Quizá se debe a que la madre está inscrita como gestadora «de todo cuanto existe» en las más antiguas tradiciones y porque, en lo simbólico, de ella nacen y en ella mueren las cosas. Sin embargo, poco se habla de los vínculos con el padre, ese ser que en su silencio da la vida, no del alumbramiento, sino la que nace del desear. El padre educa a la hija en el deseo. Tal parece ser la relación entre Gabriela Cantú Westendarp y el padre. Él es presencia, paisaje, rumbo. Mark Strand, en su elegía al padre, escribe que los adioses nunca son definitivos. Elegías al padre tenemos entre otras las de Jaime Sabines, Xavier Villaurrutia, Octavio Paz, Carlos Aganzo, Guadalupe Grande, Adam Sagajewski… La lista es grande, mas el acercamiento de cada uno de los poetas diverso. Gabriela Cantú hace una reposada reflexión transida de dolor y pena. Como en las coplas de Jorge Manrique, Gabriela pasa de la narración a la abstracción más humana. Mientras que en Manrique hay un tono moralizante, en este poemario elegíaco existe una bellísima asimilación de lo ido que permanece en la naturaleza, la música, la pintura, permitiendo que el duelo se transforme en un regreso espiritual, en una indeleble compañía.
Con un epígrafe de Sõren Kierkegaard inicia Curtis Bauer su poemario: «El mayor de todos los peligros, perderse a sí mismo, puede ocurrir inadvertidamente en el mundo, como si no fuera nada». Y es que para este poeta el peligro yace en la distracción, en no darse cuenta. Por eso regresa a lo ido, a un pasado que requiere ser revisitado. América, las distintas américas que conforman el universo de Bauer, se nos presenta en una crudeza llevada a la abstracción. Máquinas, manchas de petróleo, mares de tierra, salamandras, un mundo con atisbos de esperanza y su olor a jazmín. Aquí hay estaciones de una edad a la que Bauer regresa y se pregunta si la belleza es, si la justicia es, si la niña es, si el amor es, y si lo que muestra es lo que nos mantiene asidos a la patria.
Dice la poeta serbia Marija Midžovic que la mujer tiene «el principal papel secundario» en la literatura. Esta antología de autoras serbias, presentada en una edición bilingüe con la obra en serbio y en castellano, empieza a dar la vuelta a la ecuación. Las poetas aquí seleccionadas forman parte de la escena literaria contemporánea de una Serbia distinta, propia, renovada; y representan una poética expresiva e intrigante, vital y convincente. No son hijastras de la literatura, sino hijas indóciles y subversivas de la poesía, las Caperucitas rojas que se compran su propio lobo.
Nuestros actos siempre están conducidos por la fatalidad del ser humano: él es el infinito proyecto de sí mismo, por encima de sí se sobrevuela. La deforestación, la agricultura, la explosión demográfica, la industrialización, la subyugación del universo que el hombre escribió en la Biblia para justificarse, la experimentación con animales, que constituye el mayor exterminio de especies, y la crueldad llevada a niveles más allá de psicóticos para los que no se encuentran adjetivos. Todo eso define nuestro paso por el planeta. Hay poco en el haber, todo en el deber.
El talismán es fetiche, quitamiedos; el talismán invoca y atrae la gracia, otorga poderes mágicos. Su aura protectora se escribe como sortilegio y ritual para ahuyentar a la muerte; su poder es escudo frente al desaliento, consuelo para los afligidos. En estas páginas, los talismanes son poemas que Edda Armas tornea con ternura y tino; amuletos compuestos por palabras que parecen esconder la pócima mágica para mirar lo cotidiano con un encanto renovado.
El presente volumen recoge la voz de diecisiete poetas mexicanas –de norte a sur de México– cuya escritura se distingue por la originalidad de cada una en lo que a forma y tema refieren. A pesar de haber crecido bajo el influjo de las redes, todas ellas son portadoras de una sólida formación que les permite expresar una realidad marcada por la violencia que han sido capaces de sublimar con indignación: leen el mundo desde la crudeza del lenguaje sin nunca perder su tono poético. Su escritura encierra el sello de un saber universal, un océano de lecturas, el rojo como un dolor que paradójicamente las aleja del enmascaramiento, la verborrea.
Ellas no escriben en tono político, es su actitud poética lo que las hace sobresalir: su verdad individual en comunión con ellas mismas, con el mundo. En su lenguaje hay un saber poético, una fina intuición de múltiples registros en donde cada una resiste por sí misma de forma precisa, única, indivisible.
Cristina Rivera Garza • Natalia Toledo • Carla Faesler • Ana Franco Ortuño • Mercedes Luna Fuentes • Mónica Nepote • Rocío Cerón • Amaranta Caballero Prado • Irma Pineda • Reneé Acosta • Maricela Guerrero • Sara Uribe • Minerva Reynosa • Paula Abramo • Claudina Domingo • Xitlalitl Rodríguez Mendoza • Karen Villeda.
Combate espiritual de Gorazd Kocijančič es un libro que escapa a cualquier tipo de convención. Representa un viaje espiritual hacia lo más profundo del ser humano, la indagación del mundo contemporáneo asolado por la dubitación, la pérdida de la fe, del misterio. La poesía es una manera de enfrentar estas pérdidas a través de la comunión con los otros, la naturaleza, y nosotros mismos. Por encima de todo, la obra muestra que no alcanzan las palabras a nombrar el misterio, lo inabarcable representado en «la llamada», eso que no podemos o no sabemos explicar. Un aliento épico, actual con tintes clásicos, atraviesa gran parte de los poemas y es el lector quien ha de encontrar los escolios, comentarios que nos aclaran el poema y que, a diferencia de la función que tenían en la Antigüedad, pasan a ocupar un primer plano, una centralidad que abre paso al camino del poema, una dialéctica que en algunas ocasiones puede parecer una contradicción, una ambigüedad con su enigma que es el poema contemporáneo. «Esta vez, su dios es el dios de los sueños, y es la palabra que pronuncia cuando todo ya ha pasado». Marija Švajncer
El papel de algunas de estas poetas ha sido dar visibilidad a cuestiones que estaban a la sombra por no pertenecer al imaginario poético tradicional masculino y brindarles la universalidad que merecen: labores domésticas, familia, hijos, maternidad y feminidad, etc. Sin embargo, el tratamiento de los temas generales de esta cautivadora antología es también excepcional. Desde la ironía y el cinismo, la pasión por el paisaje y los viajes, el erotismo refinado y sensorial, la melancolía y el hermetismo y la espiritualidad de lo cotidiano hasta la provocación y la reivindicación acompañadas de ciertos toques surrealistas. Todo un reflejo del mundo cambiante y complejo en el que vivimos y ante el que ellas reaccionan de forma proactiva: ¡escriben poesía! ¡Y nos roban el corazón!
La vida es un pozo en cuyo fondo yacen los sedimentos que un día nos habrán de responder a la Pregunta, esa interrogación que nace del fondo de nuestra vida espiritual. Alfredo Pérez Alencart nos entrega «El sol de los ciegos», esa luz intuitiva que habla desde Tejares, Lisboa o Perú amando en carne y espíritu desde su patria, que es la Poesía.
Digamos que un día existió Jacqueline, digamos que no ha muerto, o tal vez fue luz de estrella que había llegado a lo más oscuro de Alfredo, ojo blanco del ciego. Su poesía, aunque a veces dolida, nos ofrece instantes, sombra sangrada en el corazón del misterio.
Sublimar el amor es una de las formas «de ocultar las impurezas de la tierra», nos dice el poeta, pues tiene fe en que, en medio de la nieve, antes de que el frío llegue él persistirá a través de su espíritu y de sus cánticos que van siempre al encuentro con Dios. La poesía de Alfredo Pérez Alencart es cosecha, abierta aurora, luz de porvenir.
La poesía de Alfredo Pérez Alencart nos coloca ante una percepción del mundo que, en mayor o menor grado, transparenta las situaciones cotidianas que afirman en la obra de este autor más de un motivo poético: el amor en oposición a la soledad, el lenguaje como conciencia religiosa y la solidaridad humana frente a las injusticias de la vida. David Cortés Cabán
La naturaleza de la vida es la impermanencia, y con la vida, el ser humano está siempre en proceso de cambio. Pero algo en estas transformaciones permanece inalterable. ¿Qué varía y qué es lo queda en ese tránsito? ¿Cómo se revela lo que somos y nunca dejamos de ser? Vivir es sin duda un riesgo que asumimos a pesar de que esa aceptación entrañe siempre una pérdida. Mitad, de Julieta Valero, es una honda y poética refl exión en torno a los temas más vigentes en tiempos que exigen sumergirnos en cuestionamientos que no acaban nunca de agotarse. Lo que se rompe y lo que brota cohabitan en un lenguaje que se tensa al situar al lector ante sus límites y ante su relación consigo mismo, con la Naturaleza, con los otros. Se oponen y a la vez conviven en una morada desde la que reconstituirnos, ubicarnos en relación con los demás y volver a significar –o intentarlo, al menos– el suceso frágil y vibrante que somos.
"Julieta Valero parece entender la poesía como función esencial de la vida. Elaboración de una lengua propia, hecha de lo que vamos pasando, de lo que se querría que fuera, del mundo. Los materiales de la vida y un exigente trabajo de la lengua. Auto-reflexiva y escéptica, cálida y descreída, plantea y deja abiertas sus cuestiones. […] El lugar de habla es lírico y de revuelta. Hay aspereza, ilusión, preguntas. Una dulzura más allá de lo próximo".
OLVIDO GARCÍA VALDÉS, ABC Cultural