Название | Santos para pecadores |
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Автор произведения | Alban Goodier |
Жанр | Документальная литература |
Серия | Patmos |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788432159633 |
Sin embargo, por encima de todo estaba su hambre de Dios, cada vez mayor. En la época de su conversión, nos narra cómo esta hambre significó su salvación; entonces pronunció la frase memorable, por la que es más conocido: «Tú nos has hecho, oh Señor, para Ti, y nuestro corazón no encontrará descanso hasta que descanse en Ti».
A medida que pasaban los años, y a medida que crecía en la comprensión del objeto de todos sus afectos, esta hambre espiritual se hacía más intensa. Hay una escena significativa en esta parte final de su vida, cuando reunió a quienes lo rodeaban para quejarse de que no le dejaban tiempo para orar. Con la sencillez de un niño, les recordó que esto había sido parte de su compromiso cuando se convirtió en su obispo; era su parte del trato, y no la habían cumplido. Ahora que estaba envejeciendo, les pidió que renovaran ese acuerdo, que le permitieran tener algunos días en la semana en que pudiera estar solo; si ellos cumplían con esa condición, él quedaría a su disposición. Lo prometieron, pero una vez más la promesa quedó incumplida. Las circunstancias les eran adversas; vivían en una época en que el viejo orden era sacudido hasta sus cimientos, y había necesidad de un gran hombre para construir un nuevo mundo sobre sus ruinas. Ese hombre era Agustín, y mientras sus ojos y su corazón se alzaban hacia el Cielo, su inteligencia y su predicación tenían que ocuparse forzosamente de la construcción de la Ciudad de Dios.
Pero Agustín había sido creado con este propósito. Conoció el mundo pagano y lo describió como ningún hombre lo hizo desde su tiempo hasta ahora; el cuadro que dibuja es tan verdadero hoy como lo era entonces. E igualmente verdadero y eficaz es su antídoto. Tuvo que andar a tientas a través de su propia oscuridad hasta que llegó a Dios, y entonces, y sólo entonces, vio todo en su plena perspectiva; así dijo a la humanidad que no encontrarían ninguna solución a sus problemas en una mal llamada paz, eludiendo toda restricción, sustituyendo la moral por la ley, ahogando toda voz que se atreviera a denunciar la maldad, buscando frases equívocas para condonar todo pecado. La encontrarían en el único lugar donde se podía encontrar: el mundo no hallaría descanso hasta que lo encontrara en Dios.
Agustín no vivió para ver el amanecer del nuevo día que anunció; por el contrario, su sol llegó a su ocaso, y llegó para África e Hipona la más negra de las noches. Mientras el anciano estaba en su casa, le llegaban las noticias de la destrucción desenfrenada llevada a cabo por los vándalos arrianos. Nada se estaba salvando; hasta el día de hoy, África septentrional sufre las consecuencias de ese flagelo. La palabra vandalismo se incorporó al vocabulario de Europa, y hasta hoy sigue vigente.
Escuchó lo que estaba ocurriendo, y apeló al gobernante romano local para una posible solución; lo escucharon, para luego traicionarlo. Pero Agustín no se dio por vencido. Con energía llamó a sus sacerdotes a permanecer con sus rebaños, y si era necesario a morir con ellos. Por fin llegó el momento en que Hipona fue asediada por tierra y por mar. En el tercer mes de asedio Agustín cayó enfermo, probablemente con una de las fiebres que producen esas situaciones. Empeoró; sabía que se estaba muriendo; hizo una confesión general, y luego pidió que se le dejara a solas con Dios. Acostado en su cama, oyó el fragor de la batalla en la distancia, y cuando su mente comenzó a divagar, se preguntó si habría llegado el fin del mundo. Pero se recuperó rápidamente. No, no era eso. ¿No había dicho Cristo: «Estoy siempre con vosotros, hasta el fin del mundo»? Algún día, de algún modo, el mundo se salvaría. «Non tollit Gothus quod custodit Christus», se dijo a sí mismo, y con esta cierta esperanza para la humanidad, se fue al hogar que había descrito como «el lugar donde estamos en reposo, donde vemos como somos vistos, donde amamos y somos amados».
Era el quinto día de las Calendas de septiembre, 28 de agosto, 430.
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