colectivo que, en contacto con las necesidades concretas, resignifica y transforma la lengua, los usos, los saberes y las percepciones.” Años más tarde, en “Poesía argentina actual: del neobarroco al objetivismo” (Cuadernos Hispanoamericanos N° 588, junio de 1999), Edgardo Dobry sostuvo que esa nueva generación a la que se refería Freidemberg directamente reaccionó contra el neobarroco, así como los neobarrocos habrían reaccionado “contra el coloquialismo más o menos comprometido”, como dijo Roberto Echavarren en el prólogo de Trasplatinos (1991), citado por Dobry en alusión al movimiento pendular del relevo de generaciones. El párrafo de Dobry: “Los poetas nacidos durante los años 60 reaccionan visiblemente contra esa estética. Actitud decisiva, puesto que define una serie de opciones esenciales: la palabra recupera su significado directo, denotativo; el poema su referencia a la realidad, el poeta su voluntad de pertenencia a una comunidad (nacional, y por lo tanto lingüística) a la que, al menos en principio, su escritura se dirige. Claros ecos de la poesía coloquialista y ‘comprometida’ de los años sesenta y setenta, por supuesto rechazada por los neobarrocos, reaparecen en los poetas de los noventa, aunque ahora el apego a las cosas no suponga un compromiso histórico, sino un inmenso desdén por la ‘carnalidad’ de las palabras que las separan de nosotros. Lo que destaca es más bien una mirada del paisaje urbano de Rosario o de Buenos Aires”. Personalmente, creo que mis primeros poemas, como los de Prieto, Taborda, Bielsa y Samoilovich, los de Vignoli, Saccone, etc. tienen escaso o nulo contenido de reacción antibarroca; cuando escribí mi artículo sobre el neobarroco a principios del 87 ya tenía bastante definidos mis gustos y mis afinidades estéticas, y si reaccionaban contra algo era contra el lirismo adocenado, el coloquialismo utópico y el de la derrota, la efusión sentimental, el malditismo y el orfismo, lo real maravilloso, el tango, etc. Por lo demás, libros de autores considerados neobarrocos, como Austria-Hungría (1980) de Néstor Perlongher y Arturo y yo (1984) de Arturo Carrera, no sólo nos resultaban completamente legibles a mí y a Prieto sino a la mayoría de los poetas rosarinos y porteños nacidos en los 60, como el propio Dobry. Fin de semejante bizantinismo. [5] Restringiéndome al campo de la poesía, y hasta donde es posible separar mi primer libro del segundo, yo diría que el contexto de El faro de Guereño había estado conformado por Tendré que volver cerca de las tres (1983) y Espejo negro (1988) de Bielsa, El mago y otros poemas (1984) de Samoilovich, Animaciones suspendidas (1986) de Carrera, Diario en la crisis (1986) de Freidemberg, Imperio de la luna (1987) de Fondebrider, Paisaje con autor (1988) de Aulicino, Reconstrucción del hecho (1988) de Edgardo Russo, La ciencia ficción (inédito) de Taborda, Verde y blanco (1988) de Prieto, Madam (1989) de Mirta Rosenberg y Tuca (1990) de Fabián Casas, además de los primeros poemas de Gabriela Saccone, Beatriz Vignoli, Daniel Durand, José Villa y Sergio Raimondi publicados en los primeros quince números del Diario, antes de que arrancara la década del 90. Por su parte el contexto de El guadal lo formarían Cerro Wenceslao (1991) y Explendor (1994) de Bielsa, La ansiedad perfecta (1991) de Samoilovich, 40 watt de Taborda (1993), Standards (1993) de Fondebrider, La banda oscura de Alejandro (1994) de Carrera, Teoría sentimental (1994) de Rosenberg, Hombres en un restaurante (1994) de Aulicino, tus libros Las vueltas del camino (1992) y Al fuego (1994), El grano del invierno (1994) de Pablo Chacón, La música antes de Prieto (1995), Amor a Roma (1995) de C. E. Feiling, El salmón (1996) de Casas, Medio cumpleaños de Saccone (que aunque recién se haya publicado en el 2000 básicamente corresponde a esos años) y los primeros poemas de Alejandro Rubio, publicados en el número 27 del Diario (julio de 1993). En todo caso, con algunos textos precursores como La zanjita (Diario de Poesía N° 28, 1993) de Juan Desiderio, Segovia (18 whiskys N° 3/4, 1993) de Daniel Durand y la novela DAF de Beatriz Vignoli (aparecida a modo de folletín entre 1992 y 1995 en la contratapa de Rosario/12), la denominada poesía de los 90 -o al menos una de sus vertientes principales- empieza en 1996, con la publicación de Punctum, de Martín Gambarotta (anticipado en marzo del 95 en el número 33 del Diario).