Название | El libro negro del comunismo |
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Автор произведения | Andrzej Paczkowski |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788417241964 |
• Los militantes políticos no bolcheviques, desde los anarquistas hasta los monárquicos.
• Los obreros en lucha por sus derechos más elementales —el pan, el trabajo, un mínimo de libertad y de dignidad—.
• Los campesinos —a menudo desertores— implicados en una de las innumerables revueltas campesinas o motines de unidades del Ejército Rojo.
• Los cosacos, deportados en masa como grupo social y étnico considerado hostil al régimen soviético. La «descosaquización» prefigura las grandes operaciones de deportación de los años treinta («deskulakización», deportación de grupos étnicos) y subraya la continuidad de las fases leninista y estalinista en materia de política represiva.
• Los «elementos socialmente extraños» y otros «enemigos del pueblo», sospechosos y «rehenes» liquidados «preventivamente», fundamentalmente durante la evacuación de las ciudades por los bolcheviques o, por el contrario, durante la recuperación de ciudades y de territorios ocupados en algún momento por los blancos.
La represión que afectó a los militantes políticos de los diversos partidos de oposición al régimen bolchevique es sin duda la mejor conocida. Los principales dirigentes de los partidos de oposición, encarcelados, a menudo exiliados, pero que generalmente quedaron con vida, dejaron numerosos testimonios, a diferencia de los militantes obreros y de los campesinos corrientes, fusilados sin proceso o asesinados en el curso de operaciones punitivas de la Cheka.
Uno de los primeros hechos de armas de esta había sido el asalto, desencadenado el 11 de abril de 1918 contra los anarquistas de Moscú, de los que varias docenas fueron ejecutados sobre el terreno. La lucha contra los anarquistas no se debilitó en el curso de los años siguientes, aunque muchos de ellos se unieron a las filas de los bolcheviques, ocupando incluso puestos importantes en la Cheka, como Aleksandr Goldberg, Mijaíl Brener o Timofei Samsonov. El dilema de la mayoría de los anarquistas, que rehusaban a la vez la dictadura bolchevique y el regreso de los partidarios del antiguo régimen, queda ilustrado por los cambios del gran dirigente anarquista campesino Majnó, que tuvo a la vez que hacer causa común con el Ejército Rojo contra los blancos, y después, una vez que quedó descartada la amenaza blanca, tuvo que combatir a los rojos para intentar salvaguardar sus ideales. Miles de militantes anarquistas anónimos fueron ejecutados como «bandidos» durante la represión llevada a cabo contra los ejércitos campesinos de Majnó y de sus partidarios. Estos campesinos constituyeron, al parecer, la inmensa mayoría de las víctimas anarquistas, si se cree en el balance, incompleto sin duda pero único disponible, de la represión bolchevique presentado por los anarquistas rusos en el exilio de Berlín en 1922. Este balance hacía referencia a 138 militantes anarquistas ejecutados durante los años 1919-1921, 281 exiliados y 608 que seguían encarcelados el 1 de enero de 19221.
Aliados de los bolcheviques hasta el verano de 1918, los socialistas revolucionarios (eseristas) de izquierdas se beneficiaron, hasta febrero de 1919, de una relativa clemencia. Su dirigente histórica, María Spiridonova, presidió en diciembre de 1918 un congreso de su partido, tolerado por los bolcheviques. Tras haber condenado vigorosamente el terror practicado de manera cotidiana por la Cheka, fue detenida, al mismo tiempo que otros 210 militantes, el 10 de febrero de 1919, y condenada por el tribunal revolucionario a «la detención en un sanatorio dado su estado histérico». Se trató del primer ejemplo bajo el régimen soviético de confinamiento de un opositor político en un establecimiento psiquiátrico. María Spiridonova consiguió evadirse y dirigir en la clandestinidad el Partido Social- revolucionario de Izquierda prohibido por los bolcheviques. Según fuentes de la Cheka, 58 organizaciones socialistas revolucionarias de izquierdas habrían sido desmanteladas en 1919 y 45 en 1920. En el curso de estos dos años, 1.875 militantes habrían sido encarcelados en calidad de rehenes, conforme a las directrices de Dzerzhinski, que había declarado el 18 de marzo de 1919: «De ahora en adelante, la Cheka no distinguirá entre los guardias blancos del tipo de Krasnov y los guardias blancos del campo socialista. (…) Los eseristas y los mencheviques detenidos serán considerados como rehenes y su suerte dependerá del comportamiento político de su partido»2.
Para los bolcheviques, los socialistas revolucionarios de derechas habían sido siempre considerados como los rivales políticos más peligrosos. Nadie había olvidado que habían sido mayoritarios en el país con diferencia durante las elecciones libres celebradas por sufragio universal de noviembre-diciembre de 1917. Tras la disolución de la asamblea constituyente en la que disponían de la mayoría absoluta de los escaños, los socialistas-revolucionarios habían continuado teniendo su lugar en los soviets y en el Comité ejecutivo central de los soviets, de donde habían sido expulsados a la vez que los mencheviques en junio de 1918. Una parte de los dirigentes socialistas-revolucionarios constituyó entonces, con los constitucionalistas-demócratas (kadetes) y los mencheviques, gobiernos efímeros en Samara y en Omsk, pronto derribados por el almirante blanco Kolchak. Sorprendidos entre dos fuegos, entre los bolcheviques y los blancos, socialistas-revolucionarios y mencheviques tuvieron muchas dificultades para definir una política coherente de oposición a un régimen bolchevique que llevaba frente a la oposición socialista moderada una política hábil, en la que alternaba medidas de apaciguamiento y maniobras de infiltración y represión.
Después de haber autorizado, en el punto más delicado de la ofensiva del almirante Kolchak, la reaparición, del 20 al 30 de marzo de 1919, del diario socialista-revolucionario Delo Naroda (La Causa del pueblo), la Cheka desencadenó el 31 de marzo de 1919 una gran redada contra los militantes socialistas-revolucionarios y los mencheviques, aunque sus partidos no eran objeto de ninguna prohibición legal. Más de mil novecientos militantes fueron detenidos en Moscú, Tula, Smolensk, Voronezh, Penza, Samara y Kostroma3. ¿Cuántos fueron ejecutados sumariamente en la represión de las huelgas y de las revueltas campesinas, en las que mencheviques y socialistas-revolucionarios representaron a menudo los primeros papeles? Disponemos de pocas cifras porque, si se sabe, incluso aproximadamente, el número de víctimas de los principales episodios de las represiones censadas, se ignora la proporción de militantes políticos implicados en esas matanzas.
Una segunda oleada de arrestos siguió al artículo que Lenin publicó en Pravda de 28 de agosto de 1919, donde fustigaba una vez más a los eseristas y a los mencheviques «cómplices y servidores de los blancos, de los terratenientes y de los capitalistas». Según las fuentes de la Cheka, 2.380 socialistas-revolucionarios y mencheviques fueron detenidos en el curso de los cuatro últimos meses de 19194. Después de que el dirigente socialista-revolucionario Víctor Chernov, presidente por un día de la asamblea constituyente disuelta, activamente buscado por la policía política, hubo ridiculizado a la Cheka y al Gobierno tomando la palabra, bajo una falsa identidad y enmascarado, en un mitin organizado por el sindicato de tipógrafos en honor de una delegación obrera inglesa el 23 de mayo de 1920, la represión contra los militantes socialistas adquirió una nueva virulencia. Toda la familia de Chernov fue reducida a la condición de rehén y los dirigentes socialistas-revolucionarios que todavía estaban en libertad fueron arrojados en prisión5. Durante el verano de 1920, más de 2.000 militantes socialistas-revolucionarios y mencheviques, debidamente fichados, fueron detenidos y encarcelados como rehenes. Un documento interno de la Cheka, de fecha de 1 de julio de 1920, explicitaba así con un raro cinismo las grandes líneas de acción que había que llevar a cabo contra los oponentes socialistas: «En lugar de prohibir estos partidos, lo que los llevaría a una clandestinidad que podría ser difícil de controlar, es mucho más preferible dejarles en una situación semilegal. Así resulta más fácil tenerlos a mano y extraer de ellos, cuando sea necesario, promotores de disturbios, renegados y otros proveedores de informaciones útiles. (…) Frente a estos partidos antisoviéticos,