Название | Consejos sobre la salud |
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Автор произведения | Elena Gould de White |
Жанр | Документальная литература |
Серия | Biblioteca del hogar cristiano |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877981797 |
A través de hábitos intemperantes se acarrean enfermedades, y por la codicia de obtener dinero para sus costumbres pecaminosas caen en prácticas ímprobas. Arruinan su salud y su carácter. Enajenados de Dios y parias de la sociedad, esos pobres seres consideran que no tienen esperanza para esta vida ni para la venidera. Han quebrantado el corazón de sus padres y los hombres los consideran sin esperanza; pero Dios los mira con compasiva ternura. Él comprende todas las circunstancias que los indujeron a caer bajo la tentación. Estos seres errantes constituyen una clase que exige atención.
Abundan la pobreza y el pecado
Lejos y cerca, no sólo entre los jóvenes sino entre los de cualquier edad, hay almas sumidas en la pobreza, la angustia y el pecado, a quienes abruma un sentimiento de culpabilidad. Es obra de los siervos de Dios buscar a esas almas, orar con ellas y por ellas, y conducirlas paso a paso al Salvador.
Pero los que no reconocen los requerimientos de Dios no son los únicos que están en angustia y necesidad de ayuda. En el mundo actual, donde predominan el egoísmo, la codicia y la opresión, muchos de los verdaderos hijos de Dios están en necesidad y aflicción. En los lugares humildes y miserables, rodeados por la pobreza, enfermedad y culpa, muchos están soportando pacientemente su propia carga de dolor, y tratando de consolar a los desesperanzados y pecadores que los rodean. Muchos de ellos son casi desconocidos para las iglesias y los ministros; pero son luces del Señor que resplandecen en medio de las tinieblas. El Señor los cuida en forma especial, e invita a su pueblo a ser su mano ayudadora para aliviar sus necesidades. Doquiera que haya una iglesia debe prestarse atención especial a la búsqueda de esta clase de gente y atenderla.
Necesidades de los ricos
Y mientras trabajemos por los pobres, también debemos dedicar atención a los ricos, cuya alma es igualmente preciosa a la vista de Dios. Cristo obraba en favor de todos los que querían oír su palabra. No buscaba solamente a los publicanos y parias, sino al fariseo rico y culto, al judío de noble alcurnia y al gobernante romano. El rico necesita que se trabaje por él con amor y temor de Dios. Demasiado a menudo confía en sus riquezas y no siente su peligro. Los bienes mundanales que el Señor ha confiado a los hombres son muchas veces una fuente de gran tentación. Miles son inducidos así a prácticas pecaminosas que los confirman en hábitos de intemperancia y vicio.
Entre las miserables víctimas de la necesidad y el pecado se encuentran muchos que alguna vez poseyeron riquezas. Hombres de diferentes vocaciones y posiciones en la vida han sido vencidos por las contaminaciones del mundo, por el consumo de bebidas fuertes, por las concupiscencias de la carne, y han caído bajo la tentación. Mientras estos seres caídos excitan nuestra compasión y reciben nuestra ayuda, ¿no debiera prestarse algo de atención también a los que no han descendido a esas profundidades pero que están asentando los pies en la misma senda? Hay miles que ocupan puestos de honor y utilidad que están practicando hábitos que significan la ruina del alma y del cuerpo. ¿No debería hacerse esfuerzos más fervientes para iluminarlos?
Los ministros del evangelio, estadistas, autores, hombres de riquezas y talento, hombres de gran habilidad comercial y capaces de ser útiles, están en mortal peligro porque no ven la necesidad de la temperancia estricta en todas las cosas. Debemos atraer su atención a los principios de la temperancia no de una manera estrecha o arbitraria, sino en la luz del gran propósito de Dios para la humanidad. Si pudieran presentárseles así los principios de la verdadera temperancia, muchos de las clases superiores reconocerían su valor y los aceptarían cordialmente.
Riquezas perdurables en lugar de tesoros mundanales
Hay otro peligro al cual están especialmente expuestas las clases ricas, y que constituyen un campo de trabajo para el médico misionero. Son muchísimos los que prosperan en el mundo sin jamás descender a las formas comunes del vicio, y sin embargo son empujados a la destrucción por el amor a las riquezas. Absortos en sus tesoros mundanales, son insensibles a los requerimientos de Dios y a las necesidades de sus semejantes. En vez de considerar su riqueza como un talento que ha de ser usado para glorificar a Dios y elevar a la humanidad, la consideran como un medio para complacerse y glorificarse a sí mismos. Añaden una casa a otra, un terreno a otro; llenan sus casas de lujo, mientras que la escasez acecha en las calles y en derredor de ellos hay seres humanos que se hunden en la miseria, el crimen, la enfermedad y la muerte. Los que así dedican su vida a servirse a sí mismos no están desarrollando los atributos de Dios sino los de Satanás.
Esos hombres necesitan el evangelio. Necesitan apartar sus ojos de la vanidad de las cosas materiales para contemplar lo precioso de las riquezas perdurables. Necesitan aprender el gozo de dar, la bienaventuranza de ser colaboradores de Dios.
A menudo las personas de esta clase son de difícil acceso, pero Cristo abrirá caminos a través de los cuales poder alcanzarlos. Busquen a esas almas los obreros más sabios, los más confiables, los más prometedores. Con la sabiduría y el tacto nacidos del amor divino, con el refinamiento y la cortesía resultantes únicamente de la presencia de Cristo en el alma, trabajen por los que, deslumbrados por el brillo de las riquezas terrenales, no ven la gloria de los tesoros celestiales. Que los obreros estudien la Biblia con ellos, grabando en su corazón las verdades sagradas. Léanles las palabras de Dios: “Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención”. “Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová”. “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia”. “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (1 Cor. 1:30; Jer. 9:23, 24; Efe. 1:7; Fil. 4:19).
Una súplica tal, hecha en el espíritu de Cristo, no será considerada impertinente. Impresionará la mente de muchos que pertenecen a las clases superiores.
Por medio de esfuerzos realizados con sabiduría y amor, muchos hombres ricos serán despertados hasta el punto de sentir su responsabilidad y necesidad de rendir cuentas ante Dios. Cuando se les haga entender claramente que el Señor espera que ellos, como representantes suyos, alivien a la humanidad doliente, muchos responderán, y darán de sus recursos y su simpatía para beneficio de los pobres. Cuando su mente sea así apartada de sus propios intereses egoístas, muchos serán inducidos a entregarse a Cristo. Con sus talentos de influencia y recursos se unirán gozosamente en la obra de beneficencia con el humilde misionero que fue agente de Dios para su conversión. Por medio del uso correcto de su tesoro terrenal se harán un “tesoro en los cielos que no se agote; donde ladrón no llega, ni polilla destruye”. Se asegurarán el tesoro que ofrece la sabiduría, “riquezas duraderas, y justicia” (Luc. 12:33; Prov. 8:18).
Una raza degenerada
Me fue presentado el actual debilitamiento de la familia humana. Cada generación se ha estado debilitando más y más, y la enfermedad, bajo todas sus formas, aflige a la especie humana. Miles de pobres mortales –con cuerpo enfermizo y/o deforme, con nervios destrozados y con mente sombría– arrastran una existencia miserable. Aumenta el poder de Satanás sobre la familia humana. Si el Señor no viniese pronto a destruir su poder, la Tierra quedaría despoblada en poco tiempo.
Se me reveló que el poder de Satanás se ejerce especialmente sobre el pueblo de Dios. Me fueron presentados muchos en una condición de duda y desesperación. Las enfermedades del cuerpo afectan la mente. Un enemigo astuto y poderoso acecha nuestros pasos, y dedica su fuerza y habilidad a tratar de apartarnos del camino recto. Y demasiado a menudo sucede que los hijos de Dios no están en guardia, y por tanto ignoran