Obras Inmortales de Aristóteles. Aristoteles

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Название Obras Inmortales de Aristóteles
Автор произведения Aristoteles
Жанр Документальная литература
Серия Colección Oro
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788418211713



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VII

      Acabamos de señalar breve y concisamente qué filósofos han hablado de los principios y de la verdad, y cuáles han sido sus sistemas. Este rápido examen basta, sin embargo, para hacer ver que ninguno de los que han hablado de los principios y de las causas nos ha dicho nada que no pueda reducirse a las causas que hemos consignado nosotros en la Física, pero que todos, aunque confusamente y cada uno por distinto camino, han vislumbrado alguna de ellas.

      En efecto, unos se refieren al principio material que suponen uno o múltiple, corporal o incorporal. Tales son por ejemplo, lo grande y lo pequeño de Platón, el infinito de la escuela Itálica, el fuego, la tierra, el agua y el aire de Empédocles, la infinidad de las homeomerías de Anaxágoras. Todos estos filósofos se refirieron claramente a este principio, y con ellos todos aquellos que admiten como principio el aire, el fuego, o el agua, o cualquiera otra cosa más densa que el fuego, pero más sutil que el aire, porque tal es, según algunos, la naturaleza del primer elemento. Estos filósofos solo se han detenido en la causa material. Otros han hecho investigaciones sobre la causa del movimiento: aquellos, por ejemplo, que afirman como principios la amistad y la discordia, o la inteligencia o el amor. En cuanto a la forma, en cuanto a la esencia, ninguno de ellos ha tratado de ella de un modo claro y preciso. Los que mejor lo han tratado son los que han recurrido a las ideas y a los elementos de las ideas; porque no consideran las ideas y sus elementos, ni como la materia de los objetos sensibles, ni como los principios del movimiento. Las ideas, según ellos, son en realidad causas de inmovilidad y de inercia. Pero las ideas ofrecen a cada una de las otras cosas su esencia, así como ellas la reciben de la unidad. En cuanto a la causa final de los actos, de los cambios, de los movimientos, nos hablan de alguna causa de este género, pero no le dan el mismo nombre que nosotros ni dicen de qué se componen. Los que admiten como principios la inteligencia o la amistad, confieren a la verdad estos principios como una cosa buena, pero no pretenden que sean la causa final de la existencia o de la producción de ningún ser, y antes dicen, por lo contrario, que son las causas de sus movimientos. De la misma forma, los que dan este mismo carácter de principios a la unidad o al ser, los consideran como causas de la sustancia de los seres, y de ninguna forma como aquello en vista de lo cual existen y se producen las cosas. Y así dicen y no dicen, si puedo expresarme así, que el bien es una causa; mas el bien que mencionan no es el bien hablando en absoluto, sino accidentalmente.

      La exactitud de lo que hemos expuesto sobre las causas, su número, su naturaleza, está, pues, confirmada, al parecer, por el testimonio de todos estos filósofos y hasta por su impotencia para encontrar algún otro principio. Está claro, además, que en la investigación de que vamos a ocuparnos, debemos considerar los principios, o bajo todos estos puntos de vista, o bajo alguno de ellos. Pero ¿cómo se ha expresado cada uno de estos filósofos?; y, ¿cómo han resuelto las dificultades que se relacionan con los principios? He aquí los puntos que vamos a considerar.

      Parte VIII

      Todos los que suponen que el todo es uno, que no admiten más que un solo principio, la materia, que dan a este principio una naturaleza corporal y extensa, incurren evidentemente en una sarta de errores, porque únicamente reconocen los elementos de los cuerpos, y no los de los seres incorporales; y sin embargo, existen seres incorporales, y luego, incluso cuando quieran explicar las causas de la producción y destrucción, y construir un sistema que abrace toda la naturaleza, suprimen la causa del movimiento. Otro defecto consiste en no dar por causa en ningún caso ni la esencia, ni la forma; así como el aceptar, sin suficiente análisis, como principio de los seres un cuerpo simple cualquiera, menos la tierra; el no reflexionar sobre esta producción o este cambio, cuyas causas son los elementos; y por último, no señalar cómo se opera la producción mutua de los elementos. Tomemos, por ejemplo, el fuego, el agua, la tierra y el aire. Estos elementos derivan los unos de los otros, unos por vía de reunión y otros por vía de separación. Esta distinción importa mucho para la cuestión de la prioridad y de la posterioridad de los elementos. Desde el punto de vista de la reunión, el elemento fundamental de todas las cosas parece ser aquel del cual, considerado como principio, se forma la tierra por vía de agregación, y este elemento deberá ser el más sutil y el más etéreo de los cuerpos. Los que tienen el fuego como principio son los que se conforman principalmente con este pensamiento. Todos los demás filósofos reconocen de igual manera, que tal debe ser el elemento de los cuerpos, y así ninguno de los filósofos posteriores que admitieron un elemento único, consideró la tierra como principio, a causa sin duda de la magnitud de sus partes, mientras que cada uno de los demás elementos ha sido adoptado como principio por alguno de aquellos. Unos dicen que es el fuego el principio de las cosas, otros el agua, otros el aire. ¿Y por qué no admiten igualmente, según la común opinión, como principio la tierra? Porque por lo general se dice que la tierra es todo. El mismo Hesíodo cree que la tierra es el más antiguo de todos los cuerpos; ¡tan antigua y popular es esta creencia!

      Desde este punto de vista, ni los que defienden un principio distinto del fuego, ni los que conjeturan que el elemento primero es más denso que el aire y más sutil que el agua, podían por tanto estar en lo cierto. Pero si lo que es posterior bajo la relación de la generación es anterior por su naturaleza (y todo compuesto, toda mezcla, es posterior por la generación), ocurrirá todo lo contrario; el agua será anterior al aire, y la tierra al agua.

      Ciñámonos a las observaciones que quedan referidas con respecto a los filósofos, que solo han admitido un único principio material. Pero son también aplicables a los que admiten un número mayor de principios, como Empédocles, por ejemplo, que reconoce cuatro cuerpos elementales, pudiéndose decir de él todo lo dicho de estos sistemas. He aquí lo que es singular de Empédocles.

      Nos expone este los elementos procediendo los unos de los otros, de tal manera que el fuego y la tierra no permanecen siendo siempre el mismo cuerpo. Este punto lo hemos analizado en la Física, así como la cuestión de saber si deben tenerse en cuenta una o dos causas del movimiento. A nuestro entender, la opinión de Empédocles no es, ni del todo exacta, ni del todo irracional. Sin embargo, los que admiten sus doctrinas, deben desechar necesariamente todo tránsito de un estado a otro, porque lo húmedo no podría proceder de lo caliente, ni lo caliente de lo húmedo, ni el mismo Empédocles no dice cuál sería el objeto que hubiera de experimentar estas modificaciones opuestas, ni cuál sería esa naturaleza única que se haría agua y fuego.

      Podemos pensar que Anaxágoras admite dos elementos por razones que ciertamente él no desarrolló, pero que si se le hubieran manifestado, indudablemente habría aceptado. Porque bien que, en suma, sea absurdo decir que en un principio todo estaba mezclado, puesto que para que tuviera lugar la mezcla, debió haber primero separación, puesto que es obvio que un elemento cualquiera se mezcle con otro elemento cualquiera, y en fin, porque dada la mezcla primitiva, las modificaciones y los accidentes se separarían de las sustancias, estando las mismas cosas igualmente sujetas a la mezcla y a la separación; sin embargo, si nos detenemos en las consecuencias, y si se aclara lo que Anaxágoras quiere decir, se hallará, no tengo la menor vacilación, que su pensamiento no carece, ni de sentido, ni de originalidad. En efecto, cuando nada estaba todavía separado, es evidente que nada de cierto se podría afirmar de la sustancia primitiva. Quiero afirmar con esto, que la sustancia primitiva no sería blanca, ni negra, ni parda, ni de ningún otro color; sería inevitablemente incolora, porque en otro caso tendría alguno de estos colores. Tampoco tendría sabor por la misma razón, ni ninguna otra propiedad de este género. Tampoco podría poseer calidad, ni cantidad, ni nada que fuera determinado, sin lo cual hubiese tenido alguna de las formas particulares del ser; cosa imposible cuando todo está mezclado, y lo cual supone ya una separación. Ahora bien, según Anaxágoras, todo está mezclado, salvo la inteligencia; la inteligencia solo existe pura y sin mezcla. De aquí se infiere, que Anaxágoras admite como principios: primero, la unidad, porque es lo que aparece puro y sin mezcla; y después otro elemento, lo indeterminado antes de toda determinación, antes que haya recibido forma alguna.

      A este sistema le falta ciertamente claridad y precisión; sin embargo, en el fondo del pensamiento de Anaxágoras hay algo que se acerca a las doctrinas posteriores, en especial a las de los filósofos de nuestros días.

      Las únicas especulaciones familiares a los filósofos que hemos citado se ocupan de la producción, la destrucción y el movimiento porque los