Obras Inmortales de Aristóteles. Aristoteles

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Название Obras Inmortales de Aristóteles
Автор произведения Aristoteles
Жанр Документальная литература
Серия Colección Oro
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788418211713



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III

      ¿Qué debe concluirse, a propósito de todos estos puntos, hasta llegar al descubrimiento de la verdad? Numerosas son las dificultades que se levantan.

      Las dificultades relativas a los principios no lo son menos. ¿Habrán de considerarse los géneros como elementos y principios, o bien este carácter es propio más bien de las partes constitutivas de cada ser? Por ejemplo, los elementos y principios de la palabra son al parecer las letras que concurren a la formación de todas las palabras, y no la palabra en general. De igual manera, llamamos elementos en la demostración de las propiedades de las figuras geométricas, aquellas demostraciones que se encuentran en el fondo de las demás, ya en todas, ya en la mayor parte. Por último, lo propio ocurre con respecto a los cuerpos; los que solo admiten un elemento y los que admiten muchos, consideran como principio aquello de que el cuerpo se compone, aquello cuyo conjunto le constituye. Y así el agua, el fuego y los demás elementos son, para Empédocles, los elementos constitutivos de los seres, y no los géneros que comprenden estos seres. Además, si se pretende estudiar la naturaleza de un objeto cualquiera, de una cama, por ejemplo, se indaga de qué piezas se compone, y cuál es la colocación de estas piezas, y entonces se conoce su naturaleza. Según esto, los géneros no serán los principios de los seres. Pero si se tiene en cuenta que nosotros solo conocemos mediante las definiciones, y que los géneros son los principios de las definiciones, es necesario reconocer también que los géneros son los principios de los seres definidos. Por otra parte, si es verdad que se obtiene conocimiento de los seres cuando se obtiene de las especies a que los seres pertenecen, en este caso, los géneros son también principios de los seres, puesto que son principios de las especies. Hasta algunos de aquellos que consideran como elementos de los seres la unidad o el ser, o lo grande y lo pequeño, al parecer constituyen con ellas géneros. Sin embargo, los principios de los seres no pueden ser a la vez los géneros y los elementos constitutivos. La esencia no admite dos definiciones, porque una sería la definición de los principios considerados como géneros, y otra como elementos constitutivos.

      Por otra parte, si son los géneros sobre todo los que constituyen los principios, ¿deberán ser considerados como tales principios los géneros más elevados, o los inmediatamente superiores a los individuos? También es este otro motivo de embarazo. Si los principios son lo más general que existe, serán patentemente principios los géneros más elevados, porque abrazan todos los seres. Se admitirán, de este modo, como principios de los seres los primeros de entre los géneros, y en este caso, el ser, la unidad, serán principios y sustancia, porque estos géneros son los que abarcan, por encima de todo, todos los seres. De otro lado, no es posible ligar todos los seres a un solo género, sea a la unidad, sea al ser.

      Es totalmente necesario que las diferencias de cada género existan, y que en cada una de estas diferencias exista una; porque es imposible que lo que designa las especies del género designe igualmente las diferencias propias; es imposible que el género exista sin sus especies. Así pues, si la unidad o el ser es el género, no habrá diferencia que sea, ni que sea una. La unidad y el ser no son géneros, y por tanto, no son principios, puesto que son los géneros los que constituyen los principios. Añádase a esto que los seres intermedios, considerados con sus diferencias, serán géneros hasta llegar al individuo. Ahora bien, unos son verdaderamente géneros, pero otros no los son.

      Además, las diferencias constituyen más bien principios que los géneros. Pero si las diferencias son principios, hay en cierto modo una infinidad de principios, sobre todo si se toma por punto de inicio el género más elevado. Démonos cuenta, por otro lado, que aunque la unidad nos parezca que es la que tiene sobre todo el carácter de principio, siendo la unidad indivisible y siendo lo que es indivisible tal, ya sea bajo la relación de la cantidad, ya sea bajo la de la especie, y teniendo la anterioridad lo que lo es bajo la relación de la especie; y en fin, dividiéndose los géneros en especies, la unidad debe aparecer más bien como individuo: el hombre, en efecto, no es el género de los hombres particulares.

      De otro lado, no es posible, en las cosas en que hay anterioridad y posterioridad, que haya fuera de ellas ninguna cosa que sea su género. La díada, por ejemplo, es el primero de los números, fuera de las diversas especies de números no hay ningún otro número que constituya el género común; como no hay en la geometría otra figura fuera de las diversas especies de figuras. Y si no hay en este caso género fuera de las especies, con más razón no lo habrá en las demás cosas. Porque en los seres matemáticos es en los que, al parecer, se dan principalmente los géneros. Respecto a los individuos no hay prioridad ni posterioridad; además, allí donde existe mejor y peor, lo mejor posee la prioridad. No hay, pues, géneros que sean principios de los individuos.

      Conforme a lo que precede, deben considerarse los individuos como principios de los géneros. Por otra parte, ¿cómo concebir que los individuos sean principios? Sería arduo demostrarlo. Es necesario que, en tal caso, la causa, el principio, se halle fuera de las cosas de que es principio, que esté separado de ellas. ¿Pero qué razón hay para suponer que haya un principio de este género fuera de lo particular, a no ser que este principio sea una cosa universal que abraza todos los seres? Ahora bien, si prevalece esta consideración, debe considerarse más bien como principio lo más general, y en tal caso los principios constituirán los géneros más elevados.

      Parte IV

      Existe una dificultad que se relaciona con las anteriores, dificultad más embarazosa que todas las demás, y de cuyo examen no podemos soslayarla; vamos a hablar de ella. Si no hay algo fuera de lo particular, y si hay una infinidad de cosas particulares, ¿cómo es posible adquirir la ciencia de la infinidad de las cosas? Conocer un objeto es, según nosotros, conocer su unidad, su identidad y su carácter general. Pues bien, si esto es necesario, y si es preciso que fuera de las cosas particulares exista algo, habrá necesariamente, fuera de las cosas particulares, los géneros, ya sean los géneros más próximos a los individuos, ya los géneros más elevados. Pero hemos constatado antes que esto era imposible. Admitamos, por otra parte, que hay verdaderamente algo fuera del conjunto del atributo y de la sustancia, admitamos que hay especies. Pero ¿la especie es algo que exista fuera de todos los objetos o solo está fuera de algunos, sin estar fuera de otros, o no está fuera de ninguno?

      ¿Diremos entonces que no existe nada fuera de las cosas particulares? En este caso no habría nada de inteligible, no habría más que objetos sensibles, no habría ciencia de nada, a no llamarse ciencia el conocimiento sensible. Igualmente no habría nada eterno, ni inmóvil; porque todos los objetos sensibles están sujetos a la destrucción y están en movimiento. Y si no existe nada eterno, la producción es imposible. Porque es imprescindible que lo que deviene o llega a ser sea algo, así como aquello que hace llegar a ser; y que la última de las causas productoras sea de todos los tiempos, puesto que la cadena de las causas tiene un término y es imposible que cosa alguna sea producida por el no-ser. Por otra parte, allí donde haya nacimiento y movimiento, habrá necesariamente un final, porque ningún movimiento es infinito, y antes bien, todo movimiento tiene un fin. Y, por último, es imposible que lo que no puede devenir o llegar a ser devenga; lo que deviene existe ineluctablemente antes de devenir o llegar a ser.

      Por otra parte, si la sustancia existe en todo tiempo, con mucha más razón es necesario admitir que la existencia de la esencia en el momento en que la sustancia llega a ser. En efecto, si no hay sustancia ni esencia, no existe absolutamente nada. Y como esto es imposible, es necesario que la forma y la esencia sean algo fuera del conjunto de la sustancia y de la forma. Pero si se admite esta conclusión, una nueva dificultad se presenta. ¿En qué casos se aceptará esta existencia separada, y en qué casos no se la aceptará? Porque está claro que no en todos los casos se aceptará. En efecto, no podemos decir que hay una casa fuera de las casas particulares.

      Pero no se detiene en esto. La sustancia de todos los seres, ¿es una sustancia única? ¿La sustancia de todos los hombres es única, por ejemplo? Pero esto constituiría un absurdo, porque no siendo todos los seres un ser único, sino un gran número de seres, y de seres diferentes, no es razonable que solo tengan una misma sustancia. Y además, ¿cómo la sustancia de todos los seres llega a ser o se hace cada uno de ellos; y cómo la reunión de estas dos cosas, la esencia y la sustancia, forman al individuo?

      Observemos una nueva dificultad