Название | Deuda de deseo |
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Автор произведения | Caitlin Crews |
Жанр | Языкознание |
Серия | Bianca |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788413752099 |
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28001 Madrid
© 2020 Caitlin Crews
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Deuda de deseo, n.º 2834 - febrero 2021
Título original: The Italian’s Pregnant Cinderella
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-209-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
MÓNACO otra vez.
A decir verdad, era lo apropiado.
Julienne Boucher llevaba diez años trabajando con pasión ciega y determinación absoluta para que llegara ese momento, y era hasta cierto punto lógico que, cuando por fin había cruzado la meta, la hubiera cruzado allí: en el Gran Hotel de Montecarlo, el primer lugar adonde fue diez años antes. Con intención de vender su cuerpo.
Los peligrosamente altos tacones de Julienne resonaron en los suelos de mármol del Gran Hotel cuando avanzó entre los arreglos florales que, una década antes, por su falta de mundo, le habían parecido exóticas y coloridas selvas. El vestíbulo era tan opulento como entonces, pero con la diferencia de que entonces le aterrorizaba la idea de que alguien la viera, de que supiera lo que iba a hacer, de que notara su miedo y su vergüenza.
Y, sobre todo, de que notara que estaba decidida a seguir adelante de todas formas, porque no tenía otra opción.
Aquella vez, se preguntó si los horribles hombres del pueblo del que se había escapado ese mismo día habrían tenido razón desde el principio. ¿Sería posible que las Boucher solo sirvieran para ser prostitutas? Y, de ser eso cierto, ¿la gente lo notaría al mirarla? ¿O sería más bien como un mal olor, completamente fuera de lugar en un sitio que olía a riqueza y refinamiento?
Pero ahora, Julienne era muy consciente de que, si alguien se molestaba en mirarla, solo vería a la mujer elegante y dueña de sí misma que tanto se había esforzado en ser. Día a día, año tras año. Una mujer que no era solo refinada, sino que también daba la impresión de haber nacido para estar en hoteles como aquel.
Y no había duda de que daba esa impresión. Se había asegurado de darla.
Julienne casi pudo ver el fantasma de la chica que había sido, reflejando su miedo y su inmensa desolación en las suntuosas y brillantes superficies, en las fragantes orquídeas y en las vertiginosas lámparas de araña.
Sin embargo, ahora era rica. En lugar de encontrarse al borde de la destrucción, en lugar de estar sin casa y de no tener ni un céntimo, estaba bien alimentada y bien vestida; pero, sobre todo, ya no era una adolescente desesperada. Ya no era una chica de dieciséis años decidida a hacer lo que fuera con tal de salvar a su hermana pequeña, aunque eso implicara dedicarse a la prostitución.
Al acordarse de Fleurette, se detuvo. Estaba justo enfrente del famoso y lujoso bar donde se reunían las personas más ricas del mundo; algo que ya había adivinado entonces, y que ahora sabía de sobra.
Fleurette no creía en fantasmas. También había madurado durante esos diez años, y ya no era una niña esquelética, enfermiza y asustada, sino una jovencita con mucho carácter. No había nada en ella que no lo indicara, desde los tatuajes de sus brazos hasta su pelo siempre corto, pasando por sus piercings. Todos sus actos y palabras dejaban bien claro que no volvería a estar desesperada.
–Por fin lo has conseguido –le había dicho Fleurette aquella mañana, cuando Julienne la llamó por teléfono–. Ese acuerdo debe valer cientos de millones. Nadie puede negar que le has devuelto el favor a ese hombre. Se lo has pagado con creces.
Julienne le dio la razón, aunque no estaba tan segura como su hermana. Cristiano Cassara las había salvado a las dos, y no en sentido metafórico, sino literal. Si no las hubiera sacado de la calle, si no las hubiera sacado del pozo oscuro en el que habían caído, habrían terminado muertas. Y Julienne no lo había olvidado. Durante los diez años transcurridos desde entonces no había hecho otra cosa que buscar la forma de agradecérselo.
Por eso estaba allí, en el sitio al que iba una vez al año a relajarse, según decían. Aunque