El colapso ecológico ya llegó. Maristella Svampa

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Название El colapso ecológico ya llegó
Автор произведения Maristella Svampa
Жанр Математика
Серия Singular
Издательство Математика
Год выпуска 0
isbn 9789878010298



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      Diseño de portada: Pablo Font

      Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina

      Primera edición en formato digital: septiembre de 2020

      Hecho el depósito que marca la ley 11.723

      ISBN edición digital (ePub): 978-987-801-029-8

       Norma Giarracca (2009)

      El dogma tiene la utilidad de un derrotero, de una carta geográfica: es la sola garantía de no repetir dos veces, con la ilusión de avanzar, el mismo recorrido y de no encerrarse, por mala información, en ningún impase. El libre pensador a ultranza se condena generalmente a la más estrecha de las servidumbres: su especulación voltejea a una velocidad loca pero inútil en torno a un punto fijo. El dogma no es un itinerario sino una brújula en el viaje. Para pensar con libertad, la primera condición es abandonar la preocupación de la libertad absoluta. El pensamiento tiene una necesidad estricta de rumbo y objeto. Pensar bien es, en gran parte, una cuestión de dirección o de órbita.

       José Carlos Mariátegui (1995: 105)

      1

      Cuando en marzo de 2020 nos encontrábamos cerrando este libro, el coronavirus fue declarado pandemia por la Organización Mundial de la Salud. Al inicio, algunos líderes políticos mundiales minimizaron sus alcances, pese a que el virus ya se había expandido en China y el sudeste asiático, y comenzaba a hacer estragos en las poblaciones de algunos países europeos y en los Estados Unidos, al tiempo que amenazaba a los países periféricos, cuyo grado de preparación era aún menor que el de los centrales. Pandemias hubo muchas en la historia, desde la peste negra en la Edad Media, pasando por las enfermedades que vinieron de Europa y arrasaron con la población autóctona en América en tiempos de la conquista. Entre la gripe, el sarampión y el tifus, murieron entre treinta y noventa millones de personas. Más recientemente, todos evocan la llamada “gripe española” (1918-1919), la gripe asiática (1957), la gripe de Hong Kong (1968), el VIH/SIDA (desde la década de 1980), la gripe porcina A H1N1(2009), el SARS (2002), el ébola (2014), el MERS (coronavirus 2015), y ahora el covid-19.

      Lo extraordinario de esta pandemia es que detuvo a gran parte del planeta y cambió la agenda global. Ni el más osado colapsista podría haber pensado que un hecho de estas características iba a producir la inmediata parálisis de la economía mundial y la rápida instalación de un estado de excepción transitorio (el Leviatán sanitario) por la vía de los Estados-nación. Durante meses, casi un tercio de la humanidad vivió en una situación de confinamiento obligatorio de alcance total o parcial. No solo asistimos al cierre de fronteras externas; en nuestro país se instalaron controles internos a la manera de las antiguas “aduanas provinciales” e incluso, en nombre del paradigma de la seguridad y el control, se cerraron ciudades o pueblos a la manera de las aldeas medievales, para escapar de la peste.

      Mirando en retrospectiva, resulta difícil pensar que el mundo anterior a la gran pandemia fuera “sólido”, en términos de sistema económico y social. En todo caso, la pandemia fue un gran revelador de sus límites, fragilidades y distorsiones. Por un lado, puso de manifiesto el agotamiento de un determinado modelo de globalización, cuestionado desde hace décadas por tantos movimientos sociales. Asimismo, luego de treinta años de exacerbación neoliberal, volvió a colocar al Estado en el radar de la política, en su doble faz de estado de excepción y de garante de los servicios básicos, a través del fortalecimiento del sistema sanitario y de la política de subsidios destinada a millones de habitantes y empresas. Por otro, la pandemia desnudó el alcance de las desigualdades sociales y desnaturalizó la tendencia planetaria a la concentración de la riqueza, despertando una enorme sed de justicia distributiva.

      Un tema no menor es que la clase política mundial optó por minimizar las causas socioambientales de la pandemia, asumiendo un discurso de guerra. La proliferación de metáforas bélicas y el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial impregnaron los discursos de los mandatarios, desde Emmanuel Macron y Angela Merkel hasta Donald Trump y Xi Jinping. Esto se replicó en el presidente argentino, Alberto Fernández, quien habló constantemente del “enemigo invisible” y de “cerrar filas ante el enemigo común”, una figura que apunta a la cohesión social ante el miedo al contagio y a la muerte, pero que no contribuye a entender la raíz del problema sino más bien a ocultarla, además de naturalizar y avanzar en el control social sobre aquellos sectores considerados como más problemáticos (los pobres, los presos, los que desobedecen la vigilancia).

      El discurso bélico confunde porque ataca el síntoma pero no sus causas profundas, vinculadas al modelo de sociedad instaurado por el capitalismo neoliberal, a partir de la expansión de las fronteras de explotación y, en este marco, de la intensificación de los circuitos de intercambio con animales silvestres, que provienen de ecosistemas devastados (Quammen, 2012; Aizen, 2020b), y de la proliferación de granjas alimentarias (cría de animales) a gran escala (Ribeiro, 2020). Pese a esta negación política, comenzaron a circular por medios y redes sociales una gran cantidad de estudios y análisis que dan cuenta de la relación entre capitalismo y naturaleza en el marco de la globalización, explicando el porqué de la frecuencia de estas enfermedades zoonóticas que se trasladan de animales no humanos a humanos.

      2

      Atravesamos tiempos extraordinarios, marcados por una crisis socioecológica y una emergencia climática a nivel global sin precedentes en la historia. Cada vez hay un mayor convencimiento de que hemos llegado a los límites naturales y ecológicos del planeta y de que, en consecuencia, la actual relación capital-naturaleza es insostenible. Más aún, incluso los meticulosos y alarmantes informes del Grupo Intergubernamental para el Cambio Climático parecen haber sido demasiado conservadores respecto de la velocidad del cambio climático. Así, según un informe de la Organización Meteorológica Mundial, el año 2019 fue el segundo con la temperatura media global más cálida desde 1880, esto es, desde que hay registros confiables. En febrero de 2020, a partir de datos proporcionados por el Servicio Meteorológico Nacional de nuestro país, la misma organización informó que el extremo norte de la Península Antártica batió su récord de calor al alcanzar 18,3 ºC.

      Si hacemos una búsqueda en internet bajo las palabras “calentamiento global”, encontraremos 26.500.000 resultados en solo 0,46 segundos; si escribimos “cambio climático”, hallaremos aún más: 56.200.000 resultados en 0,57 segundos; por último, si la frase utilizada es “crisis climática”, serán cerca de 29.300.000 resultados en 0,46 segundos. Esta reverberación de la problemática en la era digital da cuenta de que el calentamiento global y la crisis climática han dejado de ser un tema reservado a los expertos o un reclamo exclusivo de los movimientos socioambientales y las organizaciones ecologistas, para ocupar un lugar central en la disputa política global. Pese a ello, en nuestro país las ciencias sociales y humanas, salvo excepciones, continúan dando la espalda a estas problemáticas. No son pocos los que aún defienden un enfoque acotado y parcial de la “cuestión ambiental”, más vinculado a la perspectiva hegemónica que a las visiones holísticas y los lenguajes de valoración relacionales surgidos en las últimas décadas al calor de las luchas. Incluso en sectores progresistas parece haberse instalado una suerte de indiferencia, cuando no de pereza intelectual muy