Название | Torbellino de emociones |
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Автор произведения | Jennifer Taylor |
Жанр | Языкознание |
Серия | Bianca |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788413488899 |
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28001 Madrid
© 1999 Jennifer Taylor
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Torbellino de emociones, n.º 1088 - octubre 2020
Título original: Marrying Her Partner
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
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Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-1348-889-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
ESPERO que no estés esperando mucho para lo de esta noche –dijo la doctora Elizabeth Allen, sirviéndose una taza de café–. Un vaso de vino, queso, unos biscotes…
–Eso vale, Liz. Nadie estaba esperando que te tomaras muchas molestias –respondió David Ross, su compañero de la consulta–. Me pareció que sería una buena idea que nos reuniéramos todos para dar la bienvenida a James a su nuevo trabajo. Después de trabajar en Londres, ejercer aquí será un gran cambio para él.
–No me cabe duda de que lo será –afirmó Elizabeth, mientras se apartaba las ondas de pelo castaño rojizo de la cara.
Los ojos, de color avellana, se le ensombrecieron al acercarse a la ventana. La fina lluvia oscurecía la visión de las cercanas colinas, aunque la vista le resultaba tan familiar que no necesitaba verla para imaginarse como las verdes llanuras se extendían más allá de la ciudad.
Ella había vivido en la ciudad de Yewdale toda su vida y la adoraba con una pasión más allá de lo que ella creía posible. Elizabeth sabía que la gente la veía como una mujer fría, tranquila y segura de sí misma y a ella no le desagradaba esa imagen. Siempre prefería guardar sus sentimientos que mostrarlos abiertamente.
–¿De verdad crees que Sinclair encajará entre nosotros? Él nunca ha trabajado en una consulta en el campo, así que no tiene experiencia en la clase de problemas con los que probablemente se va a encontrar. Ya sé que está muy cualificado, pero… ¿No te preocupa el hecho de que se vaya a encontrar con situaciones aquí con las que nunca se hubiera encontrado en una consulta de Londres?
–No, no me preocupa. Estoy convencido de que James Sinclair no sólo se adaptará al trabajo sino que demostrará que es una pieza fundamental en la consulta –replicó David–. Espero que no estés teniendo dudas, Liz, ya que es un poco tarde para eso. Lo deberías haber pensado antes si no querías ofrecerle a James ser socio en la consulta, aunque, si te digo la verdad, no entiendo por qué te preocupas tanto.
¡Claro que Elizabeth tenía dudas! Sin embargo, no podía entender el por qué. Tenía una preparación y experiencia que no tenían nada que envidiar a las de otros candidatos. David se había alegrado mucho por encontrar a alguien de esa valía tan rápidamente. Los dos habían estado sufriendo mucha presión desde que el padre de Elizabeth se retiró y en el momento en que ofrecieron a Sinclair ser parte de la sociedad, resultaba evidente que ningún otro podía hacerle sombra. Pero ella había estado preocupada desde el momento que firmaron los contratos.
¿Por qué? ¿Acaso ella no estaba convencida de que él se adaptara al papel de médico rural? No tenía nada que le sirviera de base para aquel pensamiento y resultaba poco profesional basar un juicio en la intuición femenina.
–Estoy segura de que tienes razón –dijo ella, al ver la preocupación que había en la cara de David–. Creo que me estoy preocupando innecesariamente. Estoy segura de que James Sinclair será sin duda la respuesta a todas nuestras plegarias.
–Bueno, yo no iría tan lejos, pero espero que las consulta se hará mucho más fácil.
El tono de voz de David, algo bromista, hizo que Elizabeth se diera la vuelta ya que se dio cuenta de que James Sinclair estaba en la puerta. Ella se preguntó cuánto habría oído de aquella conversación, ya que había algo en la expresión de los ojos azules de él que manifestaba un desafío a pesar de la amable sonrisa de sus labios.
–¡James! Me alegro de verte –dijo David, dándole la mano–. ¿Cuándo has llegado? No estábamos seguros de cuándo vendrías.
–Llegué anoche, algo tarde –respondió James Sinclair, mirando a su alrededor antes de dirigirse a Elizabeth de nuevo–. Debo daros las gracias