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además un poco tonto. A menudo la mujer se arrodillaba con cara de cierto dolor, intentando mirar con adoración al hombre mientras él le salpicaba semen en el ojo. La cámara nunca mostraba la cara del hombre durante el orgasmo, cosa que a mí me parecía una farsa. Las caras de los hombres son bellas en ese instante.

      Sencillamente, me gustaba el porno y al mismo tiempo no me gustaba: una reacción que sabía que otras mujeres también experimentaban. Quería cambiar eso. Quería hacer que el porno fuera mejor. Todavía lo deseo.

      Para mí, hacer porno para mujeres era un acto feminista. No me creía la sabiduría dworkinesca de que todo el porno era malvado y que el porno inherentemente odiaba a las mujeres, porque esa filosofía no reflejaba cómo me sentía personalmente sobre el mismo. Sabía que el porno no era perfecto, pero eso no quería decir que tuviera que descartarlo por completo. Razonaba al respecto conmigo misma y me decía que sería mejor cambiarlo, hacerlo más positivo, que incluyera la perspectiva de una mujer en el proceso. Si las mujeres tenían su propio porno y reconocían sus experiencias y deseos, probablemente la balanza se equilibraría un poco. Para mí, hacer mi propio porno era una solución positiva a una pregunta difícil.

      Comencé por adquirir licencias para las imágenes de otros fotógrafos de contenidos para adultos, y a crear pequeños sitios web que enlazaban a sitios de pago con programas de afiliados. Era más barato y más fácil comprar fotos existentes que intentar hacer las mías (especialmente dadas las leyes de censura en Australia). Navegaba por las colecciones de fotos de hombres desnudos, hechas para un público gay, y simplemente elegía a los que me parecía que tenían buena pinta, quitando las fotos de «culo abierto» y cualquier otra foto que pareciera estereotípicamente «gay». Estaba intentando vender la fantasía de un chico desnudo guapo y hetero (y por tanto, alcanzable). Al final, no importaba mucho si eran de verdad gays o no, siempre que fueran guapos.

      Y que la tuvieran dura. Poder ver erecciones era importante porque llevaban mucho tiempo escondidas de la vista. Los tíos de awf estaban fláccidos, en cumplimiento de las leyes de censura. De hecho, una vez el editor me dijo que usaban un transportador de ángulos para medir el «ángulo de colgado» y asegurarse de que la revista pasara la inspección. Internet era diferente. Ofrecía un hermoso nivel de libertad, y no había normativas gubernamentales que declarasen que una polla dura era «obscena». Para mí, poder publicar fotos de erecciones era un acto subversivo y feminista. La desnudez masculina era todavía muy escasa en las películas y la televisión tradicionales, a pesar de que la desnudez femenina era común. El pene era terreno vedado, un último bastión de secretismo, una reserva final del poder masculino. Internet me permitió descorrer la cortina y mostrar la polla en toda su gloria.

      A la hora de elegir fotos de sexo (y en este caso me refiero a parejas heterosexuales) busqué las imágenes que me ponían a mí. A menudo elegí colecciones que tenían más besos, más contacto visual y cunnilingus, o las que se centraran en ambos miembros de la pareja por igual, y en los que la mujer no mirara a cámara. Intenté encontrar imágenes que mostraran placer femenino y sexo con aspecto realista (a diferencia de las posiciones deliberadamente extremas e incómodas, tipo «gonzo»). Las colecciones que cumplían estas características eran muy escasas e infrecuentes. A veces me pasaba días navegando por sitios web con estos contenidos intentando encontrar la colección apropiada.

      Me integré en una comunidad de webmasters, en su mayoría estadounidenses, que vivían de hacer y promocionar porno. Nos encontrábamos en foros y en canales de irc, y debatíamos nuevas ideas sobre cómo comercializar nuestro porno. La comunidad era predominantemente masculina y a menudo desagradable y sexista. Ser una webmaster mujer era inusual: intentar promocionar el porno entre mujeres se consideraba a menudo una pérdida de tiempo.

      En cualquier caso, sí que éramos unas pocas y nos unimos en nuestro propio foro, el Women’s Erotica Network (wen), compuesto por unas veinte personas. Allí hablábamos de nuestro «nicho» particular y de cuál sería la mejor manera de promocionar nuestro producto, además de otras cuestiones más filosóficas sobre lo que estábamos haciendo.

      Todas en wen creíamos en el porno para mujeres. Éramos capitalistas, sí, pero también queríamos cambiar el mundo. Había muchas cosas del porno que no nos gustaban, muchas cosas que queríamos hacer de forma diferente. No siempre estábamos de acuerdo con los demás pero eso también contribuía a hacerlo divertido.

      Esencialmente nos estábamos inventando sobre la marcha el concepto de porno para mujeres. No teníamos gran cosa en la que basarnos; como guía, solo teníamos las películas de Candida Royalle y los desplegables masculinos de Playgirl, además de nuestras propias ideas de lo que era sexy. A menudo nos preguntábamos «qué quieren las mujeres» y acordábamos que no había una única cosa que quisieran todas las mujeres. También sabíamos que era probable que las mujeres tuvieran gustos diferentes según el día.

      En cualquier caso, sabíamos lo que vendía. El porno de parejas heterosexual, tanto el romántico como el «porno duro de buen gusto» vendía bien, así como los hombres atractivos desnudos y la ficción erótica. Estos tres tipos de contenidos acabaron cristalizando juntos y se convirtieron en el modelo de referencia del porno para mujeres y lo que muchas personas asocian con él.

      Pero esto no era todo. Nos diversificábamos, cada uno a nuestra manera. Yo tenía pequeños sitios web con bdsm, dominación femenina, fantasías bisexuales hombre-hombre-mujer, porno de disfraces, sexo anal y pegging, además de sitios sobre besos y sobre cunnilingus. Recuerdo una conversación en la que anhelábamos un día futuro en el que el porno para mujeres tuviera tantos «nichos» (fetiches) como el porno tradicional. El problema residía en que éramos muy pocos los que lo hacíamos y en el resto de la comunidad de contenidos para adultos no se nos apoyaba mucho. Hubo muchas veces en las que sacábamos el tema del porno para mujeres en los principales foros y se nos descartaba de primeras. «Las mujeres no compran porno» era la respuesta habitual. «Las mujeres no son visuales».

      Yo sabía que a las mujeres les excitaba el porno y tenía estadísticas para demostrarlo. Los críticos me preguntaban qué aspecto tenía el porno para mujeres. Repetidas veces argumenté que las corridas en la cara no eran atractivas para la mujer; que las mujeres querían más romance, besos, intimidad y realismo. Debo admitir que hay veces en las que me puse normativa con respecto a qué tipo de contenido constituía porno para mujeres. Resultaba más fácil hablar de hombres desnudos y parejas sensuales que meterse en disquisiciones filosóficas respecto a «qué quieren las mujeres». Aun así, a menudo lo hice lo mejor que pude para explicar que el porno para las mujeres trataba sobre de la audiencia y la perspectiva, no sobre las prácticas sexuales representadas. En 2003, escribí: «Mi definición de buen porno para mujeres incluye representaciones del sexo en las que el placer de la mujer es lo más importante. Tiene que tratar sobre la experiencia del sexo de ella, el placer de ella, y el orgasmo de ella. Todo lo demás es solo fachada».