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tenía que trabajar en la cuenta. Continuó, escogiendo con cuidado sus palabras.

      –Nuestras cuentas son todas grandes entidades corporativas sin alma. Aquí no está mi pasión. Quiero apoyar a los pequeños negocios y las marcas artesanales. Quiero formar parte de ese estilo de vida, en lugar de atrapada en una carrera de locos donde las marcas sin personalidad están batallando por la supremacía, usando nuestras agencias como sus armas.

      Bianca parecía impresionada por su arrebato. Asintió solemnemente y, a continuación, soltó un fuerte hipo.

      Olivia también estaba impresionada. Hasta ahora, no había encontrado las palabras adecuadas para su perspectiva de forma tan elocuente.

      –¿Pedirías que te cambiaran a una cuenta diferente? —preguntó Bianca.

      Olivia suspiró.

      –No sé si James me dejaría, pues esta ha sido un gran éxito. Puede que quieran hacer un seguimiento. Además, como una de las agencias más grandes, tenemos tendencia a encargarnos de las marcas más grandes. No creo que tengamos un producto boutique en nuestro haber.

      –Eso es un problema —le dio la razón Bianca.

      Olivia se preguntó en un momento de confusión cómo había llegado a este punto. Estaba atrapada en la carrera de locos. Tenía que trabajar para poderse permitir su caro piso y necesitaba su caro piso porque estaba cerca del trabajo. ¿Cómo podía bajarse de la rueda del hámster sin provocar un gran accidente a lo largo del camino, se preguntaba.

      –¿Sabes?, tengo un sueño extraño acerca de un estilo de vida alternativo —le explicó Olivia a su asistente.

      –¿Cómo una hippy? ¿Con una autocaravana? —se aventuró Bianca.

      –No, diferente a eso —Olivia sentía vergüenza de estar explicando su sueño, pues nunca había hablado de él. Ni tan solo con Matt, lo que ya estaba bien, o posiblemente él hubiera encontrado tantos problemas en él que se hubiera hundido hace tiempo.

      –Bueno, dime. ¿Qué? —Bianca se inclinó hacia delante con curiosidad.

      –No puedo —Olivia se sentía avergonzada de expresar su idea imposible.

      –Bueno, ahora tienes que hacerlo, o no podré dormir por la noche por la curiosidad —la animó Bianca.

      Olivia respiró profundamente.

      –Me encanta el vino. —Hizo una pausa para poner en orden sus pensamientos—. Me gustaría llegar a formar parte de esta industria, comprar un pequeño viñedo y fabricar mis propios vinos. Siempre me he imaginado a mí misma haciéndolo en algún lugar de Italia. No he pensado en los detalles, pero no puedo dejar de visualizar cómo sería la vida trabajando en una ciudad pequeña o en un pueblo. Lo diferente que sería.

      Bebió otro sorbo del tinto italiano.

      –Imagina estar en la campiña de la Toscana, en territorio vinícola. Sentirte parte de una comunidad y hacer amigos que viven justo al lado de casa.

      –Suena increíble. —Bianca asintió, con los ojos muy abiertos.

      –No puede ser tan difícil fabricar vino, ¿verdad? Me refiero a que yo sé algo acerca de qué sabor se supone que debe tener. —Olivia vació su copa.

      –No creo que sea tan difícil —le dio la razón Bianca—. ¿Cultivas las uvas, las recoges, las aplastas y después las mezclas? No parece complicado. —Asintió pensativamente, mirando fijamente a su copa vacía.

      –Me alegro de que pienses así. Sabes, tengo treinta y cuatro años, vuelvo a estar soltera y puedo contar mis buenas amigas con los dedos de una mano —confesó Olivia—. Incluso aunque hubiera tenido un desagradable accidente que implicara maquinaria pesada, todavía podría contarlas con esa mano. En las raras ocasiones en las que nos reunimos, nos abrazamos y decimos que somos tan íntimas que es como si nos hubiéramos visto ayer. Pero lo cierto es que vivimos lejos y, a medida que pasa el tiempo, nos vamos alejando la una de la otra cada vez más.

      Bianca parecía cabizbaja.

      –Sé a lo que te refieres. Es muy triste.

      –Empiezo a querer algo más de la vida. —Olivia suspiró y vació su copa—. Pero es una idea ridículo. Eso no podría pasar.

      –¿Por qué no? —preguntó Bianca—. Creo que es maravilloso. Parece exactamente el cambio que tú necesitas. Tal vez deberías hacerlo. Ve allí de vacaciones y mira si hay oportunidades. En todo caso, tómate las vacaciones. Te lo mereces. No te has tomado más de dos días libres en el último año.

      Olivia sonrió.

      –Solo es un sueño. La realidad es diferente. Pero sí, tal vez pediré un permiso y me tomaré unas vacaciones. Parece una buena idea.

      Se comió el último trozo de pizza y miró el reloj.

      –Todavía no puedo ir a casa —dijo—. Le di hasta las diez a Matt para sacar sus pertenencias. Estoy segura de que ahora está allí y no quiero volver a verlo.

      –¿Y si abro otra botella? —sugirió Bianca—. Creo que podemos utilizar otra copa.

      –Eso es una buena idea —dijo Olivia.

      Pero cuando Bianca trajo las copas nuevas de la cocina, Olivia miró el vino con desconfianza.

      Había algo en ese color tinto llamativo y acuoso que le resultaba familiar. Lo olió, inhalando un aroma dulzón y artificial que reconocía perfectamente bien.

      –¿Qué es? —preguntó, manteniendo un tono coloquial.

      –Es una botella de Valley tinto —dijo Bianca, que parecía nerviosa—. No te importa, ¿verdad? Ya sé que no es tan bueno como el que hemos estado bebiendo, pero nos regalaron una caja gratuita a cada uno con el lanzamiento.

      Mirando su cara de preocupación, Olivia decidió que había momentos en los que ceñirse a sus principios y momentos en los que era más importante ser amable.

      –El vino gratuito siempre es un buen vino —dijo con valor.

      La cabeza le punzaba por anticipado mientras levantaba la copa.

      Haciendo todo lo que podía para no poner caras mientras se tragaba el zumo de uva adulterado, Olivia se hizo una promesa a sí misma.

      Esta era la última vez que bebía esta bazofia producida en una fábrica. Se propuso que, costara lo que costara, sin importar lo mucho que tuviera que suplicar a James o el daño que esto le causara a su carrera profesional, iba a rechazar seguir trabajando en las cuentas de Valley Wines.

      CAPÍTULO CINCO

      El sol de la mañana se colaba cruelmente por las cortinas blancas del dormitorio de Olivia, dándole martillazos en su dolorido cráneo.

      –«El Valley tinto te destrozará la cabeza» —gruñó. Se incorporó con cuidado, haciendo un gesto de dolor.

      A media botella del mejor vino de la Toscana le había seguido una gran copa de zumo de uva alcoholizado, cargado de sulfitos y con potenciadores de sabor. Por lo menos sabía que se había buscado su dolor de cabeza. Y el vino le había proporcionado un entumecimiento bienvenido cuando había vuelto a su apartamento medio vacío, donde las estanterías desordenadas y las marcas de zapatillas en la alfombra eran la prueba de que Matt había hecho una limpieza apresurada de todas sus pertenencias por la noche.

      Bueno, ya estaba fuera de su vida para siempre. Adiós y hasta nunca.

      Fue hasta el baño arrastrando los pies y se tragó dos Advil con un vaso grande de agua. Después se metió de nuevo en la cama, con la esperanza de que empezaran a hacer efecto pronto, pues le dolía incluso pensar.

      Para pasar el tiempo, Olivia abrió su teléfono y echó un vistazo a sus redes sociales. Durante semanas, no había tenido tiempo de actualizar su cuenta personal ni de ponerse al día con lo que estaban haciendo sus amigos.

      Se movió por Instagram y se alegró al ver que una de sus compañeras de su anterior trabajo había adoptado dos gatitos. Su feed estaba lleno