Название | Un Rastro de Muerte: Un Misterio Keri Locke – Libro #1 |
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Автор произведения | Блейк Пирс |
Жанр | Зарубежные детективы |
Серия | Un Misterio Keri Locke |
Издательство | Зарубежные детективы |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9781640291065 |
Lo peculiar de los casos de personas desaparecidas, al menos en el caso de los adultos, era que desaparecer no era un crimen. La policía tenía más margen con los menores, dependiendo de la edad. Pero en general, no había nada que evitara que la gente simplemente abandonara sus vidas. Sucedía con más frecuencia de lo que la gente pensaba. Sin pruebas de juego sucio, los cuerpos policiales estaban limitados a lo que legalmente podían hacer para investigar. Debido a eso, casos como el de Roxie solían pasar inadvertidos.
Suspirando resignada, Keri se dio cuenta que, exceptuando algo extraordinario, no había realmente razón alguna para quedarse después de las cinco.
Cerró los ojos y se imaginó a sí misma, dentro de menos de una hora, relajándose en su casa bote, el Sea Cups, sirviéndose tres dedos —bueno, cuatro— de Glenlivet y poniéndose cómoda para un atardecer con sobras de comida china y capítulos repetidos de Scandal. Si esa terapia personalizada no daba resultado, podía terminar en el diván de la Dra. Blanc, una opción poco atractiva.
Había comenzado a guardar sus archivos del día cuando Ray llegó y se dejó caer en la silla de la enorme mesa que compartían. Ray era oficialmente el detective Raymond «Big» Sands, su compañero por ya casi un año y su amigo por cerca de siete.
Realmente hacía honor a su apodo. Ray (Keri nunca lo llamaba «Big», él no necesitaba un masaje de ego) era un hombre negro de un metro noventa y cinco y 104 kilos, con una brillante calva, un diente inferior partido, una perilla muy cuidada y una afición a vestir camisas demasiado pequeñas para él, solo para marcar cuerpo.
Con cuarenta años, Ray aún se parecía al boxeador, medallista olímpico de bronce, que había sido a los veinte, y el contendiente profesional de peso pesado, con un registro de 28-2-1, que había sido hasta la edad de veintiocho. Fue entonces cuando un pequeño contrincante zurdo, casi trece centímetros más bajo que él, le dejó sin ojo derecho de un malicioso gancho y le puso a su carrera un chirriante final. Utilizó un parche durante dos años, que le resultó incómodo, y finalmente se puso un ojo de vidrio, con el que de alguna manera le iba mejor.
Como Keri, Ray se unió a la Fuerza más tarde que la mayoría, cuando al principio de la treintena buscaba un nuevo propósito en la vida. Ascendió rápidamente y era ahora el detective sénior en la Unidad de Personas Desaparecidas de la División Pacífico o UPD.
–Pareces una mujer que sueña con olas y whisky —dijo.
–¿Tan evidente es? —preguntó Keri.
–Soy un buen detective. Mis poderes de observación son inigualables. Además, hoy ya mencionaste dos veces tus excitantes planes vespertinos.
–¿Qué puedo decir? Soy persistente cuando persigo mis objetivos, Raymond.
Él sonrió, con su ojo bueno mostraba una calidez que su defecto físico ocultaba. Keri era la única a la que permitía llamarle por su nombre propio. A ella le gustaba mezclarlo con otros títulos, menos halagadores. Con frecuencia él hacía lo mismo con respecto a ella.
–Escucha, pequeña señorita Sunshine, puede que estés mejor invirtiendo los últimos minutos de tu turno revisando con los criminalistas acerca del caso Sanders en lugar de soñar despierta con beber despierta.
–¿Beber despierta? —dijo ella, simulando estar ofendida—. No es beber despierta si empiezo después de las cinco, Gigantor.
Él iba a responderle cuando el teléfono sonó. Keri cogió la llamada antes de que Ray pudiera decir algo y ella, juguetona, le sacó la lengua.
–División Pacífico Personas Desaparecidas. Detective Locke al habla.
Ray se puso a la escucha también pero sin hablar.
La mujer que llamaba parecía joven, alrededor de treinta años, más o menos. Antes de que ella dijera siquiera por qué estaba llamando, Keri notó la preocupación en su voz.
–Me llamo Mia Penn. Vivo en la Avenida Dell en los Canales de Venice. Estoy preocupada por mi hija, Ashley. Debería haber llegado a casa de la escuela a las tres treinta. Sabía que la iba a llevar a una visita con el dentista a las cuatro cuarenta y cinco. Me escribió un mensaje justo antes de salir de la escuela a las tres pero no está aquí y no responde a ninguna de mis llamadas o mensajes. Eso no es típico de ella para nada. Es muy responsable.
–Sra. Penn, ¿Ashley normalmente va a pie o en coche hasta casa? —preguntó Keri.
–Viene a pie. Está solo en décimo grado, tiene quince años. Ni siquiera ha comenzado las clases de conducir.
Keri miró a Ray. Sabía lo que él iba a decir y no tenía argumentos para contradecirlo. Pero había algo en el tono de Mia Penn que no le gustó. Podía decir que la mujer apenas podía mantener el control. Había pánico bajo la superficie. Quería pedirle a él que se saltaran el protocolo pero no se le ocurría ninguna razón creíble para hacerlo.
–Sra. Penn, habla el detective Ray Sands. Estoy escuchándola por la extensión. Quiero que respire profundamente y luego me diga si su hija ha llegado tarde a casa alguna vez.
Mia Penn replicó enseguida, olvidándose de la sugerencia de respirar mejor.
–Por supuesto —admitió, tratando de ocultar la exasperación en su voz—. Como dije, tiene quince años. Pero siempre ha enviado mensajes o ha llamado si se va a retrasar más de una hora. Y nunca se retrasa cuando tenemos planes.
Ray respondió sin dirigir la vista a Keri, porque sabía que ella lo miraría con desaprobación.
–Sra. Penn, oficialmente, su hija es menor de edad y las normas con respecto a personas desaparecidas no se aplican igual que como sucede con un adulto. Tenemos una autoridad más amplia para investigar. Pero hablándole honestamente, una adolescente que no esté respondiendo a los mensajes de su madre y no haya llegado a casa menos de dos horas después de la salida de la escuela, no va a disparar el tipo de respuesta inmediata que usted espera. En este punto no hay mucho que podamos hacer. En una situación como esta, lo mejor que puede hacer es acercarse a la comisaría y rellenar un informe. Eso es algo que debe hacer. Eso no supone ningún problema y podría acelerar las cosas si necesitamos desplegar recursos.
Hubo una larga pausa antes de que Mia Penn respondiera. El tono de su voz, a diferencia de antes, se volvió cortante.
–¿Cuánto tiempo tengo que esperar para que usted despliegue, detective? —preguntó ella—. ¿Son dos horas más que suficiente? ¿Tengo que esperar hasta que oscurezca? ¿A que no esté en casa mañana por la mañana? Apuesto a que si yo fuera…
Fuera lo que fuera lo que Mia Penn estaba a punto de decir se lo calló, como si supiera que cualquier cosa que añadiera sería contraproducente. Ray iba a responder pero Keri levantó la mano y le lanzó su patentada mirada de «deja que yo me encargue de esto».
–Escuche, Sra. Penn, habla la detective Locke de nuevo. Usted dice que vive en los Canales, ¿correcto? Eso está de camino a mi casa. Deme su dirección de correo electrónico. Le enviaré un formulario de personas desaparecidas. Puede empezar a rellenarlo y yo pasaré para ayudarla a completarlo y agilizar su ingreso en el sistema. ¿Qué le parece?
–Me parece bien, detective Locke. Gracias.
–No hay problema. Y bueno, quizás Ashley ya esté en casa para cuando yo llegue y yo pueda darle un sermón sobre mantener a su mamá informada… sin cargos.
Keri cogió el bolso y las llaves y se preparó para ir a casa de los Penn.
Ray no había dicho una palabra desde que colgaron. Ella sabía que él estaba echando humo silenciosamente pero ella evitó levantar la vista. Si sus miradas se cruzaban, sería ella la que recibiría el sermón y no estaba de humor.
Pero al parecer Ray no necesitaba hacer contacto visual para lo que opinaba.
–Los